sábado, 29 de marzo de 2008

¡Ven Espíritu y sopla!


Ezequiel 37:1-14

Introducción:

Desaliento y desánimo, son dos estados psicológicos que todos hemos experimentado en alguna ocasión. Nadie puede decir que no ha experimentado desaliento y desánimo todavía. Hay muchas circunstancias en la vida que nos empujan a experimentar ese talante negativo que nos hace ver todo oscuro y sin sentido. La pérdida de un ser querido, problemas laborales, enfermedades, algún fracaso académico, un desencuentro amoroso, un mal negocio, una ruptura matrimonial, desengaños, etc. Como individuos, como parejas, como familias o como iglesia, cotidianamente enfrentamos sentimientos negativos donde no encontramos las fuerzas necesarias para seguir adelante. La fe es puesta a prueba y viene la crisis.

Desarrollo:

La vida cristiana también resulta desgastante, puede ser tormentosa y difícil; en ella se encuentra muchas veces el desaliento y el desánimo, el fracaso, la crisis, el dolor. Cuando las fuerzas faltan y el ánimo está caído no tenemos ganas para seguir adelante. El desánimo es la carencia del soplo vital en nuestra vida. El desaliento es también la falta de la fuerza vital para la existencia. Las dos palabras son sinónimos y tienen que ver con aquello que nos mueve o nos impulsa a seguir adelante. Sin ese talante es imposible proseguir el camino porque no está el impulso vital.

El hombre se nos revela en la Biblia como un ser neumático (πνευματικός); es decir, un ser que necesita del “aliento o soplo vital” de Dios para sobrevivir. El libro de Génesis nos habla sobre esto: “Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, sopló en su nariz aliento de vida y fue el hombre un ser viviente” (Gn 2:7). La Escritura nos muestra al hombre necesitado de un aliento de vida, de ahí que Job proclame: “Si les quita a los hombres el aliento de vida, todos ellos mueren por igual y otra vez vuelven al polvo” (Job 34:14-15; cfr., Sal 104:29-30). Dios sopla en el hombre el espíritu vital (el “aliento de vida”) y es así que éste viene a convertirse en un ser viviente. Pues bien, a veces este hombre neumático se queda sin ese aliento, sin ese ánimo. Sencillamente no puede seguir adelante.

Ese es el panorama que nos presenta la “visión” del profeta Ezequiel. Ezequiel era un sacerdote que es llamado por Dios para ser su portavoz (Ez 1:3). Cuando Dios lo llama se encuentra en Babilonia (tierra de los caldeos), vive en Tel-Aviv junto al río Quebar (Ez 3:15). Por eso el salmista expresaba con dolor lo siguiente: “Junto a los ríos de Babilonia, allí nos sentábamos y llorábamos acordándonos de Sión” (Sal 137:1). En el año 597 a.C. el pueblo de Judá había sido avasallado por el imperio Neobabilónico. Los caldeos, al frente de Nabucodonosor, habían conquistado Jerusalén (2 R 24:10-11, 13-14). Finalmente, para el 586 a.C., Nabuzaradán, comandante del ejército caldeo, destruyó completamente la ciudad santa y el templo bendito (2 R 25:8-10).

El pueblo de Israel había sido humillado totalmente, en esas circunstancias por demás adversas y frente al desarraigado de sus ancestrales raíces, el pueblo de Dios no puede seguir adelante. El pueblo de Dios se siente abandonado y abatido. No era para menos. Todo estaba perdido. Lágrimas recorren las mejillas de ese pueblo humillado. Lamentos salen de las gargantas dolientes de ese pueblo mancillado. Y surge la inevitable y terrible pregunta ¿por qué? ¿por qué nosotros? ¿por qué yo? El exilio se ha presentado en toda su crudeza, porque se encuentran lejos de la tierra prometida, la ciudad santa está hecha cenizas y el templo no existe más. “Sin embargo, el exilio fue una época para probar ideas respecto a Dios –¿estaba limitado a Palestina? ¿Era impotente frente a los dioses babilónicos? ¿Podía adorársele en tierra extranjera?- y la fe”.[1] ¡La adversidad fortalece la fe!

En medio de este tremendo desaliento y desánimo completo, viene la palabra de Dios a animar, alentar y reconfontar. Ezequiel 37:1-14, es quizá la más celebre visión del profeta del exilio, Ezequiel es el profeta del Espíritu. Esa palabra contenida ahí, es la respuesta de Dios al desaliento y desánimo del pueblo de Israel que se pregunta cómo podrá vivir frente a tal situación (Ez 33:10). ¿Cómo pues viviremos? –dicen-. Fuera de la tierra prometida, los exiliados se sienten como huesos secos (v. 11). Se sienten solos, en la orfandad, el olvido y el desamparo. ¿Qué circunstancias actuales nos hacen sentir destruidos?

Entonces aparece una mano, la mano de Dios, la mano de Yahvé que se lleva al profeta y lo establece en un valle de huesos secos en gran manera. Aquello no es un cementerio como podríamos llegar a imaginar, sino un campo de batalla, donde yacen inertes miles de huesos resecos por el sol, son los cadáveres de quienes han perecido en un combate (v. 2). ¡Era un ejército grande en extremo! (v. 10). Lo que más impresiona en este texto es la “presencia masiva” de la palabra ruah. Esa palabra hebrea puede significar simplemente viento, aliento de vida o también espíritu. En este texto (y contexto) la Palabra de Dios se muestra eficaz para reanimar y levantar a esos huesos. Por eso, Dios ordena al profeta que hable en nombre de Él a los huesos, para que éstos escuchen. “5El Señor les dice: Voy a hacer entrar en ustedes aliento de vida, para que revivan. 6Les pondré tendones, los rellenaré de carne, los cubriré de piel y les daré aliento de vida para que revivan. Entonces reconocerán ustedes que yo soy el Señor’”.

¿Dónde podemos reconocer hoy al Señor? “Y sabréis que yo soy Jehová”. ¿En medio de la precariedad de nuestras vidas humanas, podemos reconocer que la buena mano de Dios está con nosotros para sostenernos, reanimarnos e impulsarnos? Entonces el profeta profetiza a esos huesos secos. Eso es inaudito, pero Dios así lo ha dispuesto. La Palabra de Dios moviliza y sacude aquellos huesos inertes y sin vida, ¡empiezan a moverse! (vv. 7-8). Aunque se empiezan a juntar, a unir, ¡no hay aún espíritu en ellos! ¡No tienen aliento de vida todavía!

Pero entonces, la fuerza vivificante del espíritu de Dios se hace también presente para impartir vida:

Pero no tenían aliento de vida.9Entonces el Señor me dijo: “Habla en mi nombre al aliento de vida, y dile: ‘Así dice el Señor: Aliento de vida, ven de los cuatro puntos cardinales y da vida a estos cuerpos muertos.’” 10Yo hablé en nombre del Señor, como él me lo ordenó, y el aliento de vida vino y entró en ellos, y ellos revivieron y se pusieron de pie. Eran tantos que formaban un ejército inmenso. (Dios Habla Hoy)

¿Quiénes son esos huesos? Son la casa de Israel (v. 11). Dios mismo pone su espíritu sobre su pueblo abatido para reconfortarlo y llenarlo de la vitalidad para seguir adelante. Dios puede encontrarse también en el exilio, él está presente allí, en medio de la destrucción y la muerte. El Señor llevaría nuevamente a su pueblo de regreso a su tierra, más aún, el Señor Dios afirma: “pondré mi espíritu en vosotros y viviréis” (v. 14). El Espíritu imparte vida, revive, alienta, ánima, reconforta, fortaleza y pone de pie. “Jehová-sama” así termina el libro de Ezequiel y eso significa: Jehová está aquí a través de su Espíritu. ¿Puedes sentirlo?

Pbro. Emmanuel Flores-Rojas, 30-03-08.


[1] Sanford Lasor, W., Panorama del Antiguo Testamento. Mensaje, forma y trasfondo del Antiguo Testamento, 1ª reim., Libros Desafío, Grand Rapids, 1999, p. 453.

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