sábado, 27 de diciembre de 2008

LLAMADOS A HEREDAR BENDICIÓN

Deuteronomio 28:1-14; 1 Juan 5:1-5

Dios los ha llamado a recibir [y heredar] bendición (1 P 3:9).

Introducción:
Basta dar una breve lectura a cualquier periódico o mirar los noticieros en TV en estos días para darse cuenta que el mundo está “patas pa’riba”, perdón por la expresión; pero parecería que nadie tiene el control de la terrible situación en la que se encuentra México y el mundo. Frente a situaciones como esta, los cristianos también somos afectados por las malas noticias. A nosotros los creyentes también nos pegan los bajos salarios, la pérdida de empleos, la falta de liquidez económica y el temor por el narcotráfico.
Pero aunque eso es así, nosotros enfrentamos todos esos problemas de otra forma, lo hacemos con otra perspectiva, la perspectiva de la fe en Jesucristo. Por eso, el apóstol Pedro nos dirige está tarde la siguiente pregunta retórica: “Y quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?” (1 Jn 5:5, LBLA). Podemos enfrentar el futuro con esperanza, porque somos hijos e hijas de Dios. Nuestra fe nos amina a seguir adelante porque podemos confiar en el Señor y en todas sus preciosas y grandísimas promesas. Su Palabra dice que Dios nos ha llamado a recibir y heredar bendición (1 P 3:9).

Desarrollo:
1. La fe que vence al mundo:
El pasaje bíblico que hemos leído hoy nos dice que los creyentes somos vencedores, en Cristo somos triunfadores que vencen al mundo. El texto bíblico dice: “Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo…”. ¿Y quiénes son los que han nacido de Dios? Los cristianos, nosotros somos hijos de Dios, porque él ha hecho de nosotros unas nuevas criaturas en Cristo, nosotros somos parte de la gran familia de Dios esparcida por todo el mundo. Y a nosotros sus hijos, Dios quiere hacernos vencedores y no perdedores, triunfadores y no fracasados.

2. Llamados a recibir y heredar bendición:
Nuestro Padre celestial nos ha hecho promesas muy grandes, como las promesas que en el AT le hizo a su pueblo Israel, porque nosotros somos el nuevo Israel de Dios: “Y vendrán sobre ti todas estas bendiciones, y te alcanzarán, si oyeres la voz de Jehová tu Dios” (Dt 28:2). ¡Dios anhela bendecirnos en este nuevo año! ¡Dios quiere derramar sobre nosotros todas sus bendiciones! Sólo demanda de nosotros obediencia y fe: “todas estas bendiciones vendrán sobre ti y te alcanzarán por haber obedecido al Señor tu Dios” (Dt 28:2, DHH). La bendición de Dios nos alcanzará –dice su Palabra-. Más aún, el Señor promete darnos el triunfo y la victoria sobre nuestros enemigos: “Jehová derrotará a tus enemigos que se levantaren contra ti; por un camino saldrán contra ti, y por siete caminos huirán de delante de ti” (Dt 28:7).[1] ¡El Señor pondrá en nuestras manos a nuestros enemigos! Podríamos leer también en la Palabra lo siguiente: “El Señor derrotará los problemas que se te presenten”, pon ahí también la enfermedad, el pecado, etc.

En apenas catorce versículos, la Palabra de Dios menciona 10 veces la palabra bendición. Con tantas bendiciones de parte de Dios (bendición en la casa, en la familia, en el trabajo, en los hijos, en los proyectos, en los planes, etc.) ¿cómo no podemos sentirnos seguros en el futuro? El apóstol Juan por eso completa su frase diciendo: “… y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe”. Nuestra fe va ganando, nuestra fe es victoriosa, nuestra fe triunfa, nuestra fe conquista porque es la fe en Jesucristo, el Hijo de Dios. ¡Nuestra fe es bendecida por Dios, cuando nosotros le obedecemos! La Biblia enseña que en la obediencia a Dios hay bendición abundante. El versículo 12ss es precioso: “12Te abrirá Jehová su buen tesoro, el cielo, para enviar la lluvia a tu tierra en su tiempo, y para bendecir toda obra de tus manos…”. Dios quiere bendecir todo lo que emprendamos en el nuevo año.

La palabra hebrea que se traduce como bendición es beraká. Y si nosotros leemos atentamente su Palabra, nos vamos a dar cuenta que esa es la relación “natural” de Dios para con sus hijos. Dios establece una “relación de bendición” con nosotros, como la que estableció con los primeros seres humanos:

“Y los bendijo Dios” (Gn 1:28). Esta ha sido y es la situación normal de la
gente ante Dios. Todos desean una bendición, ser bendecidos o bendecir a
alguien. En el AT Dios se presenta como el Dios que bendice a su pueblo, siempre
dispuesto a derramar sus beneficios entre sus escogidos. En las Escrituras, esta
palabra [beraká] significa mucho más que sencillamente “ser feliz”. Por encima
de todo, significa contar con la aprobación del Señor y su buena voluntad para
con las personas, es entonces que las bendiciones del pacto están aseguradas.
[…] Ahora la bendición de Dios está disponible para su pueblo a través de
Cristo.[2]


Lo único que Dios demanda de nosotros, es la escucha atenta de su Palabra (Dt 28:1).

Conclusión:
Regresemos a casa con la certeza de que podemos vencer todo lo que se nos presente el próximo año (enfermedad, problemas, pérdidas económicas, temores fundados o infundados, decepciones, etc.) porque gracias a nuestra fe “cristológica”, todo lo podemos en Cristo que nos fortalece (Fil 4:13). Amén.

Pbro. Emmanuel Flores-Rojas
INP San Pablo, 28/12/2008.

[1] El Señor pondrá en tus manos a tus enemigos cuando te ataquen. Avanzarán contra ti en formación ordenada, pero huirán de ti en completo desorden. (DHH).
[2] Carpenter, E. E. y Comfort, Ph. W.¸ Glosario Holman de términos bíblicos, Broadman & Holman Publishers, Nashville, 2003, p. 34. El subrayado es mío.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

NAVIDAD: INVASIÓN Y MIGRACIÓN DIVINA

Ésta es una Navidad especial porque todos esperamos un año peor y la “esperanza” hoy está desacreditada.

Marco Rascón.[1]

Introducción:

Las Navidades, con el consiguiente fin de año y sus saldos, hacen florecer
nuestro apego al existencialismo, donde somos con nuestros actos los
constructores de nuestro destino. Confundiendo la obra individual con el
acontecer colectivo, hemos sembrado una realidad sombría, donde lo racional está
ligado a la crisis, la catástrofe, el escepticismo, la espera de algo que
destruya toda la tristeza que hemos construido, juntos y por separado. (…)

¡Qué Navidad! Con una agonía de siete días de administración del
pesimismo, esperando las catástrofes del año próximo, sus cifras de muerte, sus
investigaciones policiales, los discursos, decapitados, los nuevos escándalos,
la competencia electoral en los televisores, las llamadas de los bancos a que
les pagues, el desempleo, los embotellamientos, los incendios, las inundaciones,
los frentes y coaliciones, los zapatos en el aire, los accidentes y sus
peritajes, la abundancia de mentiras y la competencia sobre quién es peor.

¿Cómo será la próxima Navidad? Ojalá nos regalemos algo distinto.[2]



Así es como Marco Rascón, columnista de La Jornada, describe esta Navidad, como el fin de un mal año que está agonizando y el preludio de un año nuevo que podría ser mucho peor. “La ‘esperanza’ hoy está desacreditada” –dice-. ¿Pero es esta la Navidad cristiana que nosotros celebramos esta noche santa?

Desarrollo:

La Navidad como invasión divina

No. Nuestra Navidad es distinta. En la Navidad cristiana (porque hay una navidad no-cristiana donde Cristo está ausente, pero en cambio, está presente toda la parafernalia de la sociedad consumista) nosotros los creyentes, celebramos la vida plena y la esperanza en Cristo. La Navidad –apócope o contracción de Natividad (del lat. Nativitas, =generación o nacimiento)- representa la “invasión divina” en lo ‘natural’ o humano. Sí, Dios ha invadido al hombre en el “acontecimiento Cristo” (Cullman); pero esa invasión y rebajamiento divino, subsume y eleva lo humano al rango divino en Jesucristo, el Dios-Hombre. En Navidad, Jesucristo nos ha dado un lugar en el cielo junto a Él, como dice el apóstol Pablo, el Padre: “nos hizo sentar en los lugares celestiales en Cristo Jesús” (Ef 2:6). Pero también, en Navidad, Jesucristo nos ha hecho partícipes de la “naturaleza divina” como dice el apóstol Pedro (2 P 1:4). Esa invasión divina en lo humano es algo nuevo, y por ello, inesperado y sorprendente, de ahí que Lucas lo mencione así:

“De pronto, un ángel de Dios se les apareció, y la gloria de Dios brilló alrededor de ellos” (v. 9).

Este es el momento de la primera invasión de lo divino, no es la “invasión divina” misma, sino de lo divino, porque aparece el mensajero divino solamente: “un ángel de Dios”. ¡Sí, un ángel, pero de Dios! Él, como heraldo de Dios, trae la gloria brillante de Dios sobre sí y la despliega sobre aquellos pastores temerosos; pero la única “invasión divina” es la de Jesucristo, el Hombre-Dios. Mateo (1:21-23) al igual que Lucas, habla de aquella invasión divina, traduciendo así, aquel acontecimiento sin igual:

21María tendrá un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Se llamará así porque salvará a su pueblo de sus pecados.” 22Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había dicho por medio del profeta:

23“La virgen quedará encinta y tendrá un hijo, al que pondrán por nombre Emanuel” (que significa: “Dios con nosotros”).



La Navidad como emigración divina

La palabra natividad tiene la misma raíz latina que “nativo” y “natural”. En el nacimiento de Jesús el Cristo, Dios se hizo un nativo del mundo humano; Dios emigró al mundo en Jesucristo, naturalizándose como verdadero ser humano. Así lo dice el apóstol Juan: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14, RVR-60). ¿Qué aconteció realmente en la Navidad? Nació un emigrante. Dios en Jesucristo emigró al mundo, puso su tienda de campaña entre nosotros, “habitó en medio de nosotros”, vivió como uno de nosotros; en Navidad Cristo Jesús “6…siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, 7sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; 8y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo…”, así lo dice el hermoso himno cristológico de Filipenses 2:1ss.

En Navidad nació el emigrante celestial que “invadió” la esfera de lo humano: Cristo el Señor, ese es el mensaje central de la Navidad cristiana. El ángel anuncia en la noche, cuya oscuridad es iluminada por la gloria de Dios, que ha nacido el Salvador. Ese nacimiento es nada menos que la irrupción más grande de Dios en la historia de la humanidad. Los ángeles anuncian el nacimiento de Jesús en el pueblo de David, Belén. Belén (apócope o contracción de la palabra hebrea Bethlejem) significa “casa de pan”. Ahí, en ese pueblo de panaderos, es que nace el Hijo eterno de Dios. Ese es un nacimiento sin igual, porque Dios entra en la historia humana por medio de un pequeño niño, nacido en la oscuridad de la noche.

La gloria del Señor brilla alrededor de esos pastores (Lc 2:9), y los ángeles cantan diciendo: “¡Gloria a Dios en las alturas! ¡Paz en la tierra entre los hombres que gozan de su favor!” (Lc 2:14, DHH). ¡La gloria de Dios es el hombre vivo! Hoy en Navidad podemos decir con júbilo: ¡Jesús es Emmanuel! Dios está con nosotros, ¡nosotros los seres humanos gozamos de su favor!, y porque Dios es con nosotros, podemos enfrentar el futuro con esperanza, cualquiera que ese sea. ¡Aleluya! ¡Amén! ¡Gloria a Dios en el cielo, y paz en la tierra para todos los que Dios ama! (Lc 2:14, TLA).

Conclusión

La Navidad es alegría, Dios nos ha regalado una Navidad especial y distinta, dándonos esperanza y destruyendo “toda la tristeza que hemos construido, juntos y por separado”. Vayamos, regresemos a casa con la certeza de que lo ocurrido hace cerca de 2000 mil años en Belén de Palestina, sigue impulsando a la humanidad y dirigiendo la historia humana hacia su meta final. ¡Porque Jesús nació hace 2000 años invadiendo la esfera humana y emigrando del cielo a la tierra como un hombre de carne y hueso, nosotros sí tenemos futuro! Vayamos como aquellos humildes pastores que por el “acontecimiento Cristo”, pasaron del temor humano a la alegría divina: “Los pastores, por su parte, regresaron dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían visto y oído, pues todo sucedió como se les había dicho” (Lc 2:20, DHH).

Pbro. Emmanuel Flores-Rojas,

INP “San Pablo”, Navidad 2008.



--------------------------------------------------------------------------------

[1] “La Navidad que nos regalamos”, La Jornada, 23 de diciembre de 2008, p. 14.

[2] Idem. El subrayado es mío.

Por Cristo tenemos entrada, porque Él es nuestra paz

Efesios 2:17-18

Y vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos y a los que estáis cerca, porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre.

INTRODUCCIÓN
El tema central de la liturgia de este día es: “Conviviendo en paz”. ¿Pero conviviendo en paz, con quién? Sin duda con Dios mismo, con nuestros hermanos, vecinos, familiares, entre esposos, con la naturaleza, etc. Conviviendo en paz, tanto con los que “están lejos, como los que están cerca”.

DESARROLLO:
Pablo afirma en apenas 2 pequeños versículos, que Cristo vino y anunció el evangelio de la paz, porque el evangelio quiere decir: buenas nuevas, buenas noticias. Cristo ha venido a anunciarnos la noticia más excelsa de todas, la paz con Dios. Pablo en Efesios 2:17, está citando un texto del profeta Isaías (57:19) que dice así: “… les haré brotar en los labios este canto: Paz al lejano, paz al cercano –dice el Señor-, y lo sanaré” (Biblia del peregrino, América Latina). El Señor decreta paz para todos (el cercano y el lejano) no importando dónde se encuentren. La paz de Dios lo olvida y borra todo, por eso, unos versículos antes, el mismo profeta Isaías dice así: “No estaré recriminando siempre ni me irritaré constantemente, porque entonces sucumbirían ante mí el espíritu y el aliento que yo he creado” (57:16, idem). Este es nuestro Dios, que cuando perdona lo olvida todo para siempre, nunca más se vuelve a acordar de nuestros pecados ni nos los toma en cuenta. ¡Dios no tiene un libro contable donde va depositando nuestras deudas! Porque Jesucristo ya saldó todas nuestras deudas en la cruenta Cruz; por eso, con el Padrenuestro decimos: “perdónanos nuestras deudas”. ¡Ese es nuestro Señor pacificador!
Pero Cristo no sólo viene a anunciarnos la paz a todos nosotros (lejanos y cercanos) sino que nos ha abierto una puerta para llegar al Padre por medio del Espíritu de Cristo. Antes de que Cristo nos comunicara la paz con Dios, nosotros “éramos enemigos de Dios”. Pablo así lo dice en Romanos (5:10) “…siendo enemigos, fuimos reconciliados por Dios por la muerte de su Hijo”.
El 13 de septiembre de 1993, en Campo David, residencia de descanso del presidente de los EEUU; se reunieron Yitzhak Rabin, entonces primer ministro de Israel y Yasser Arafat, a la sazón presidente de la OLP (Organización para la Liberación de Palestina), ahora ambos están muertos, pero en aquella memorable ocasión Rabin dijo: “Es con los enemigos con los que se hace la paz y no con los amigos”.
Por el Señor Jesucristo hemos recibido la reconciliación (5:11). Así, la paz es reconciliación con Dios: “Cristo es nuestra entrada al Padre, porque Él es nuestra paz”. Jesús así lo dijo (Jn 10:9) “Yo soy la puerta; el que por mí entrare [al Padre] será salvo; y entrará, y saldrá…”. ¡En Jesucristo hay libertad! Libertad para entrar y salir.
Jesucristo es una puerta abierta al Padre, que nadie puede cerrar (Ap 3:8). Jesús es una “puerta abierta en el cielo” que nos abre acceso para llegar con libertad hasta el Padre (Ap 4:1; Heb 10:19-22). ¿Quieres que Jesucristo te lleve al Padre? Bueno, sólo tienes que invitarlo a entrar a tu corazón (Ap 3:20). Jesucristo te ha abierto una puerta para acercarte al Padre, ¿quieres ir por ese camino que Jesús te ha trazado?

CONCLUSIÓN
¡Dios quiere hacer la paz contigo, lo único que tienes que hacer es entrar por Cristo, la puerta abierta hacia el Padre!

Rev. Emmanuel Flores-Rojas

sábado, 6 de diciembre de 2008

"OISTÉIS QUE FUE DICHO"

Mateo 5:38-48
Introducción:
Estamos celebrando el Segundo Domingo de Adviento con énfasis en la Paz, el tema general de esta celebración de Adviento es LA PAZ: IMAGÍNALA. Este segundo domingo de adviento, es una invitación a vislumbrar la paz, todo el culto ha estado centrado en este importante tópico. Nuestro mundo está sumido en el odio y el caos, una mirada a nuestro amado México, nos muestra cómo el narcotráfico y la delincuencia se han recrudecido. La venganza también es institucional, la violencia proviene del propio Estado que viola el derecho a la vida, al apostar por la pena de muerte. ¿Qué podemos hacer como Iglesia? ¿Únicamente debemos orar? Veamos qué nos dice la Biblia.

Desarrollo:
El Evangelio leído hoy nos invita a reflexionar en torno a la Paz. Cuando vemos el ministerio profético de Jesús el Cristo, nos damos cuenta que el tema de la paz ocupa un lugar fundamental en su mensaje de amor y de gracia. La porción bíblica de Mt 5:38-49, tiene como marco mayúsculo El Sermón del Monte o de la Montaña como prefieren llamarlo algunos (capítulos 5-7). En una de las Bienaventuranzas, Jesús dice: “Dichosos los que trabajan por la paz, porque Dios los llamará hijos suyos” (Mt 5:9). Como hijos e hijas de Dios debemos trabajar por la paz, siguiendo el ejemplo del Príncipe de la Paz, el Señor Jesucristo.
Si hemos de trabajar por la paz, eso significa empezar por usar un lenguaje no-violento. La semana pasada, critiqué abiertamente el uso del lenguaje belicoso que muchas veces usamos en la iglesia. Hablamos, por ejemplo, de la ‘guerra espiritual’, ‘bajo fuego enemigo’, etc. Como todos sabemos, el origen de las contiendas, las envidias, y el conflicto entre los seres humanos está en el pecado. Así tenemos que Lamec, descendiente de Caín, lleva a cabo una venganza descomunal y desproporcionada, según lo narrado en Génesis: “23Un día, Lámec les dijo a sus esposas Adá y Silá: “Escuchen bien lo que les digo: he matado a un hombre por herirme, a un muchacho por golpearme. 24Si a Caín lo vengarán siete veces, a mí tendrán que vengarme setenta y siete veces” (Gn 4:23-24).

Frente a quien nos ha ofendido o hecho daño, el mundo y nuestra naturaleza pecaminosa pide y reclama venganza, pero la venganza no hace sino agravar las cosas. La venganza no soluciona nada. De ahí que el llamado de Jesús sea a buscar el amor y el perdón. Jesús se coloca como maestro de la palabra que reinterpreta las viejas enseñanzas de Moisés y las ilumina bajo la luz del Evangelio, de la buena noticia de parte de Dios.

Jesús introduce su nueva enseñanza, oponiéndola a la vieja tradición, diciendo: “Oísteis que fue dicho”, pero ante ello, propone la nueva palabra: “Pero yo os digo”. En esta sección, todas las enseñanzas de Jesús son contrarias a la vieja manera de relacionarse y de responder a una agresión. Bajo Jesucristo, las cosas cambian radicalmente, Jesús convierte su enseñanza en una antítesis de la antigua manera de proceder. Jesús nos llama a actuar en un sentido contrario al que actúa el resto de la gente, quizá hasta en contra de lo que dicta la lógica humana. Su llamada es pertinente frente a tantos deseos de venganza: 38“Ustedes han oído que se dijo: ‘Ojo por ojo y diente por diente.’ 39Pero yo les digo: No resistas al que te haga algún mal…”

Jesús no pone límites a la venganza como establecía la ley del talión, de hecho, la elimina por completo. ¡Eso es inaudito! Ningún otro maestro antes de él, había propuesto cosas como esa. Bajo la nueva perspectiva del Evangelio, Jesús anuncia la exigencia ilimitada del amor incondicional hacia el prójimo. Una de las características propias de los discípulos de Jesús, es el perdón incondicional. Ahí, en la no-venganza, manifestamos nuestro seguimiento a Jesús de una forma fehaciente.

Pero Jesús no sólo nos llama a la inacción, al no-ejercicio de la violencia y la venganza, sino sobre todo, nos invita al ejercicio del amor. Sí, el amor hacia el enemigo incluso: 43“También han oído que se dijo: ‘Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo.’ 44Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, y oren por quienes los persiguen –dice Jesús- (Mt 5:43-44). “No sólo se trata de una no violencia pasiva: –‘no opongan resistencia al que les hace el mal’ (39)-, sino activa: ‘Pero yo les digo: amen a sus enemigos…’” (Notas de La Biblia de nuestro pueblo). Jesús opone a la ley del talión, la ley evangélica del amor sin condiciones, tal y como es el amor del Padre: “Así ustedes serán hijos de su Padre que está en el cielo; pues él hace que su sol salga sobre malos y buenos, y manda la lluvia sobre justos e injustos” (v. 45).

Conclusión:
Sólo empapándonos del amor de Dios evitaremos la violencia y la venganza y podremos amar incluso a nuestros enemigos, estableciendo así, la paz de Dios.

Se cuenta una historia acerca de un viajero que recorría las selvas de Burma con un guía. Llegaron a un río ancho y poco profundo, y lo vadearon hasta el otro lado. Cuando el viajero salió del río, muchas sanguijuelas se le habían prendido del torso y las piernas. Su primer instinto fue agarrarlas y quitárselas, pero el guía lo detuvo, advirtiéndole que si se arrancaba las sanguijuelas, éstas dejarían pedazos finísimos bajo la piel que luego le producirían infecciones.
La mejor manera de quitarse las sanguijuelas del cuerpo, aconsejó el guía, era bañarse en un bálsamo tibio por algunos minutos. El bálsamo penetraría en las sanguijuelas y éstas se soltarían del cuerpo del hombre.
Cuando una persona nos ha herido en gran manera, no podemos arrancarnos la ofensa, esperando que se vaya toda amargura, rencor y sentimiento[s negativos]. El resentimiento aún se esconde bajo la superficie, la única manera de llegar a ser verdaderamente libre de la ofensa, y perdonar a otros, es empaparse uno en el baño tranquilizador del perdón que Dios ofrece. Cuando uno por fin comprende la amplitud del amor de Dios en Jesucristo, el perdón a otros fluye de forma natural.[1] ¡Descansa en el Señor! Shalom. Amén.

Rev. Emmanuel Flores-Rojas; INP “San Pablo”, 07/12/07.

[1] Ilustraciones perfectas¸Unilit, Miami, 2004, p. 238.

sábado, 27 de septiembre de 2008

INTEGRIDAD


Dios y la integridad:

LA INTEGRIDAD ES UNA DE LAS PERFECCIONES DE DIOS. El Dios de la Biblia es un Dios integro y de integridad. Jesús enseñó a sus discípulos que el primer y más grande mandamiento era: Amar a Dios con todo nuestro ser (Mc 12:29-30). La Biblia dice:

[29] Jesús le contestó: -El primero y más importante de los mandamientos es el que dice así: “¡Escucha, pueblo de Israel! Nuestro único Dios es el Dios de Israel. [30] Ama a Dios con todo lo que piensas, con todo lo que eres y con todo lo que vales”.

Jesús está citando el texto de Deuteronomio 6:4-5: “[4] Oye Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. [5] Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas”. Una trasliteración del versículo 4 en hebreo, diría así: Shema‘ yisra’el yehvah ’elohenu yehvah ’ehad. Ésta última palabra (’ehad),[1] en hebreo quiere decir uno/único; con lo que otra posible traducción del mismo versículo 4 sería: “Escucha, [pueblo de] Israel: el SEÑOR nuestro Dios, es el uno/único SEÑOR”.
¿Qué tiene todo esto que ver con la integridad? Tiene mucho que ver, porque “la palabra hebrea ejad puede traducirse de dos maneras: ‘uno’ y ‘único’. (…) [Entonces], el Dios al que Israel está llamado a tener como único Señor es un Dios que no manifiesta divisiones en su propio ser, es uno. Es decir, en Yavé, Israel tiene el ejemplo de lealtad indivisible. Yavé puede exigir lealtad absoluta a su pueblo porque él no tiene el ‘corazón dividido’”.[2] ¡El Dios de la Biblia es íntegro! No tiene fisuras, es absolutamente sincero. Nuestro Dios no tiene la más mínima división, no tiene el corazón partido.

En una palabra, nuestro Dios no está dividido ni fracturado, no tiene fisuras: es Uno; pero también es singular (único) no plural. El versículo 4 nos habla de Dios en toda su singularidad y unicidad. Así, el amor que Él nos prodiga el de la misma naturaleza que Él. Su amor por nosotros es uno y único. De ahí que la base de nuestro amor y obediencia hacía él, deba ser total y sin divisiones ni fracturas. Debemos amar a Dios con integridad porque él es íntegro. El Dios que se nos revela en las Escrituras no admite un lugar secundario en nuestras vidas, no admite que lo amemos con una parte de nuestro ser. Él quiere la totalidad de nuestras vidas porque Él mismo se ofrece como totalidad y no en fracciones o divisiones.

La enseñanza de Deuteronomio6:4-5, excluye de entrada, “toda posibilidad de lealtades divididas y de espacios ‘vacíos’ en una vida que le pertenece totalmente a Yavé”.[3] Por eso la integridad cristiana, tiene como base la “integridad” del Dios de la Biblia.

[1] Ortiz, Pedro, Léxico hebreo/arameo-español español-hebreo/arameo, 1ª ed., Sociedad Bíblica-Sociedades Bíblicas Unidas, Madrid, 2001, p. 14.

[2] Nota al pie de página 113, en Sánchez, Edesio, Deuteronomio. Introducción y comentario, Ediciones Kairós, Buenos Aires, 2002, p. 189.

[3] Sánchez, E., op. cit., p. 189.

sábado, 16 de agosto de 2008

SER Y QUEHACER DE LA IGLESIA SAN PABLO

Colosenses 1:24-2:5

INTRODUCCIÓN: Octavio Paz es mi autor mexicano predilecto, en El laberinto de la soledad, dice que es en la adolescencia cuando empezamos a formularnos preguntas de carácter existencial, tales como: ¿quién soy? ¿hacía dónde voy? y ¿qué hago aquí?
Los Evangelios nos narran la ocasión cuando Jesús preguntó a sus discípulos: ¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre? (Mt 16:13ss). ¿Quién dicen que soy preguntó Jesús? ¡Jesús se cuestionó sobre su propia identidad! En otras ocasiones Jesús se afirmó como el gran “yo soy”. Yo soy el camino… Como Iglesia Presbiteriana “San Pablo” es necesario que nos hagamos tales preguntas, porque ellas definirán nuestra identidad, nuestra razón de ser y nuestro quehacer o actuar.
Hace un mes presenté al Consistorio de la iglesia, lo que habrá de ser el eje central de acción en San Pablo, y hoy quiero compartirla con ustedes. Nuestra declaración de misión como Iglesia “San Pablo” está contenida en Colosenses 1:28: “A este Cristo proclamamos, aconsejando y enseñando con toda sabiduría a todos los seres humanos, para presentarlos perfectos en él”.

DESARROLLO:
DECLARACIÓN DE MISIÓN[1]
La Iglesia Presbiteriana “San Pablo” existe para que Jesucristo
sea real y relevante para el mundo, en una palabra, para
"presentar perfecto en Cristo Jesús a todo ser humano"

Este pequeño texto resume en forma maravillosa el fin que la Iglesia persigue en este mundo. El apóstol Pablo define su propia misión personal en los siguientes términos: “Dios ha hecho de mí un servidor de la iglesia, por el encargo que él me dio, para bien de ustedes, de anunciar en todas partes su mensaje…” (v. 25). Nosotros al igual que Pablo, somos siervos de Dios en la Iglesia para anunciar “cumplidamente la palabra de Dios” (RVR-95). La Biblia Latinoamericana dice: “Fui constituido ministro de ella –de la Iglesia- por cuanto recibí de Dios la misión de llevar a efecto entre ustedes su proyecto”. Dios tiene un proyecto para nosotros como Iglesia San Pablo, esa es nuestra misión porque la hemos recibido de Dios. La misión nuestra es la misión de Dios.
Como Iglesia, nuestro objetivo es que, al fin de los tiempos, podamos presentarle al Padre el fruto de nuestra labor: seres humanos perfectos. El término que Pablo usa para hablar de perfección es téleios,[2] el cual apunta a la persona que alcanzó plena madurez, a aquel que ha llegado a su plena realización. También significa completar, cumplir, llevar a término, acabar, satisfacer y pagar.[3] Pablo dice: “Para esto también trabajo, luchando según la fuerza de él, la cual actúa poderosamente en mí” (v. 29).[4] No somos nosotros los que llevamos a los seres humanos a la perfección, sino que es la fuerza y el poder de Cristo mismo. La palabra traducida como <>, es integral y todo abarcadora; apunta al ser humano como habiendo alcanzado pleno desarrollo en y a través de Jesucristo. Pero este objetivo central viene acompañado por calificativos que delimitan y precisan su contenido:

1. Como lo muestra el contexto, dicha presentación se da en la segunda venida, en el futuro. Por lo tanto, nuestra misión se delega a todas las generaciones futuras, porque va más allá de la corta vida de la presente generación. Se trata de una tarea que Dios mismo terminará con la resurrección y glorificación de los santos. En aquél día Dios finalmente terminará de revelar “el designio secreto que desde hace siglos y generaciones Dios tenía escondido” (v. 26).

2. La delimitación de nuestra misión, libera a nuestro objetivo de todo concepto secularizado, pues aunque se trata de lograr que el ser humano llegue a ser perfecto, se trata de una perfección <>; esto es, en virtud de nuestra unión y comunión con Cristo. Por lo tanto, el significado del término <> no se toma de las ciencias sociales, la psicología, la política o la filosofía de moda (ni siquiera de los conceptos teológicos errados, tan en boga hoy). Su campo significativo está centrado en la Revelación cristológica. En otras palabras el significado del término <> lo dan las Sagradas Escrituras. Porque como lo he repetido hasta la saciedad, la Iglesia Presbiteriana es una Iglesia cristocéntrica y bibliocéntrica.

3. Como ya lo hemos dicho, la misión nos advierte que el fin que la iglesia persigue no es únicamente la predicación del Evangelio. Nuestro fin o misión como iglesia no es tan sólo hablar de Cristo, sino proclamar con claridad meridiana la transformación de las vidas de los pecadores por medio del poder del Espíritu de Cristo (Jn 3:3,5; 2 Co 3:17; Gal 4:6). El fin es salvar y perfeccionar en Cristo a todo ser humano. De ahí que San Pablo diga: “me alegro al ver el equilibrio y la solidez de su fe en Cristo” (2:5). Es importante resaltar que la salvación es integral, como iglesia presbiteriana no estamos preocupados en “almas” o “espíritus incorpóreos”, como si la salvación fuera a pesar del cuerpo y no con el cuerpo. Jesús dijo: “Venid en pos de mí, y haré que seáis pescadores de hombres” (Mc 1:17, et. al.). El Credo de los Apóstoles también enseña que la salvación incluye al cuerpo, al afirmar: “creo en la resurrección de la carne (=cuerpo) y la vida perdurable (obviamente en el cuerpo).

4. Finalmente, el lema nos libra de todo tipo de clasismo, sexismo, o racismo, pues nuestra meta es que <> llegue a ser perfecto. No queremos formar una congregación o iglesia homogénea si por ello se entiende de una sola clase social, económica, etc.

CONCLUSIÓN: Nuestra misión como Iglesia “San Pablo” revela en forma contundente, la razón de ser de nuestra comunidad de fe. Ello nos permitirá enfocar todas nuestras energías hacía la prosecución y el cumplimiento de esta misión. Reconocemos que uno de los propósitos fundamentales del ser de la Iglesia es la proclamación de la Palabra de Dios. Cuando la Iglesia habla al mundo, está cumpliendo con un mandato de Dios. La predicación es imprescindible para el cristianismo, no podemos dejar de predicar, sin perder nuestra esencia misma como Iglesia.
Cuando predicamos, estamos participando del Reino de Dios y haciendo que éste, siga extendiéndose en las vidas y corazones de aquellos que todavía hoy, no conocen a Jesucristo como su único y suficiente Salvador. Estamos participando de un poder superior, de algo más grande que nosotros, del poder que resucitó a Jesucristo, el poder que hoy reposa sobre su Iglesia (Ef 1:15-23). Amén.

Pbro. Emmanuel Flores-Rojas, 17/08/08.

[1] Para todo lo que sigue me baso en Casanova Roberts, H., Los pastores y el rebaño. Una perspectiva reformada de la iglesia y la misión, Libros Desafío, Grand Rapids, 1996, pp. 76ss.
[2] 28o}n hJmei`" kataggevllomen nouqetou`nte" pavnta a[nqrwpon kai; didavskonte" pavnta a[nqrwpon ejn pavsh/ sofiva/, i{na parasthvswmen pavnta a[nqrwpon tevleion ejn Cristw`/:
[3] Ortiz, Pedro, Concordancia manual y diccionario griego-español del Nuevo Testamento, 1ª ed., Sociedad Bíblica, Madrid, 1997, p. 376. Cfr., Vocabulario griego del Nuevo Testamento, 2ª ed., Ediciones Sígueme, Salamanca, 2001, p. 184.
[4] “Este es mi trabajo, al que me entrego con la energía que viene de Cristo y que obra poderosamente en mí”. (Biblia Latinoamericana)

domingo, 27 de julio de 2008

El Espíritu dice...

“EL ESPÍRITU DICE A LA IGLESIA”

Apocalipsis 1:4-8

Cada generación de creyentes debe estar atenta a la voz del Espíritu Santo si quiere permanecer fiel al Señor de la Iglesia.

Juan de Patmos, el autor de Apocalipsis escribe “en el Espíritu” a las 7 iglesias de la provincia de Asia. Las 7 iglesias a Apocalipsis representan a las Iglesia Universal, el número 7 es el número de la plenitud y la perfección. “Escribe en un libro –dice Jesucristo- lo que ves y envíalo a las siete iglesias que están en Asia: a Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea” (Ap 1:11). Estas 7 iglesias están ubicadas en la parte occidental de lo que hoy es Turquía, en Asia Menor.

Juan quedó atrapado por el poder del Espíritu (1:10), y éste le lleva hasta el cielo mismo donde participa de un magno culto dominical (4:1-2). La orden de escribir a cada una de estas iglesias proviene de Jesucristo, el Señor de la Iglesia. El encabezado de cada carta es el mismo: “Escribe al ángel de la iglesia en…” (2:1, 8, 12, 18; 3:1, 7, 14). A continuación viene una descripción del remitente. Pero todas las cartas terminan con la frase: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias”.

¿Ese mismo Espíritu divino, qué nos dice hoy como Iglesia? Solamente quiero tomar hoy, el mensaje para la iglesia de Filadelfia (=amor fraternal). ¿Qué nos dice el Espíritu a nosotros, creyentes de Jesucristo, miembros de San Pablo?
1. Dios tiene el control
El mensaje a Filadelfía, “es un mensaje de consuelo y optimismo para los que responden fielmente al Espíritu Santo, aun cuando están enredados en las mil dificultades del apostolado” (Biblia Latinoamericana, p. 586). Nadie dijo que la obra del Señor sería fácil; por eso, Dios es veraz y tiene un mensaje de esperanza y seguridad para nuestra amada iglesia. El Señor se presenta como el Santo, pero también como el Verdadero, como aquel que siempre cumple su palabra, que lleva a feliz término sus promesas. A veces podemos sentirnos desconcertados porque no entendemos lo que está pasando, pero detrás de todo, Dios tiene un propósito que está llevando a cabo ahora mismo. El Señor tiene la llave de David, símbolo de la autoridad como Mesías. “Cristo tiene el poder absoluto sobre la ‘casa de David’, o sea, sobre su pueblo”. El prepara un apostolado fecundo a los que supieron perseverar en los tiempos difíciles en que no se veían los frutos de sus labores” (Ibid). Cfr. Isaías 22:22.

2. Dios nos abrirá puertas
“Él abrirá y nadie cerrará…” dice el profeta Isaías. Dios nos dice que ha abierto ante nosotros una puerta que nadie puede cerrar. Tenemos una puerta abierta en el Señor (2 Co 2:12), por eso, podemos descansar en él; Jesucristo nos ha preparado una rica oportunidad de desarrollo que a su debido tiempo vendrá sobre nuestra iglesia. Así como el Señor conoce nuestras obras y nuestra conducta, también conoce nuestras fuerzas. En estos momentos podemos sentirnos débiles, con poca fuerza, pero Dios nos inspira confianza para seguir adelante. ¿Qué demanda el Señor de nosotros?

3. Dios nos llama a la fidelidad
Jesucristo le dice a su iglesia: “Has guardado mis palabras, que ponen a prueba la constancia, pues yo te protegeré en la hora de la prueba…” (3:10, BL). La Biblia de Jerusalén dice: “Ya que has guardado mi recomendación de ser paciente, también yo te guardaré de la hora de la prueba…”. Dios nos llama a la constancia, a la fidelidad, a la paciencia, y en definitiva a la perseverancia.

4. Dios tiene una recompensa
¡El Señor viene pronto! Y viene con su galardón, trae una recompensa eterna. Jesucristo nos llama a mantener con firmeza lo que tenemos (Ap 2:25), para que nadie nos arrebate nuestra corona (Ap 2:10; 1 Co 9:25; 2 Tm 4:6-8; Stg 1:12). Retengamos entonces, nuestra corona y no permitamos que nadie nos la quite.
Pbro. Emmanuel Flores-Rojas.

lunes, 23 de junio de 2008

RESPUESTAS A JOB



Pbro. Emmanuel Flores-Rojas


La vida en Cristo es una vida de constantes luchas y pruebas. Nadie prometió que la vida cristiana sería fácil y sin contratiempos. Al contrario, cuando en el libro de Hebreos miramos a esa gran “galería de hombres y mujeres de fe”, encontramos que todos ellos sufrieron por causa de la fe que profesaban (Heb 11:32-40).
Prácticamente todos los hombres y mujeres de Dios han atravesado por el crisol del dolor, en el que Dios purifica a sus hijos e hijas, para separar la escoria y lo vil, de lo precioso y bello. Pero a pesar de todo el dolor y el sufrimiento inexplicable que nosotros pudiéramos experimentar como siervos de Dios, podemos descansar en la promesa de Jesús: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción, pero confiad, yo he vencido al mundo”. En este mismo versículo, la Biblia del Peregrino dice: “Les he dicho esto para que gracias a mí tengan paz. En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo” (Jn 16:33). Jesús ha vencido al mundo, lo que significa que Jesús ha derrotado también el dolor y el sufrimiento por el que tenemos que atravesar los creyentes. Pero aunque Jesús ya sufrió, nosotros todavía sufrimos. (Ilustración)
Un personaje bíblico que sufrió mucho dolor es Job. Job es el paradigma de todo hombre sufriente, así como “Adán” somos todos los “seres humanos” (Gn 5:1ss), en Job se encuentra personificado cada hombre que sufre sobre la tierra; sus luchas son también las nuestras. Job está cerca de nosotros como hombre sufriente, como ser humano doliente; pero sobre todo, como hombre actual. Job es más que un simple hombre, Job es todo ser humano que no alcanza a entender el misterio del dolor y el propósito de Dios en ese dolor. Así, Job trata de resolver preguntas tan radicales como: ¿Por qué sufren los inocentes? ¿Por qué existe el mal? ¿Dónde está Dios en medio de mis sufrimientos? ¿Cuántos de nosotros no hemos sufrido pérdidas económicas? ¿Cuántos de ustedes no ha sufrido separación o desprendimiento de seres queridos? ¿Cuántos no hemos pasado por circunstancias dolorosas que no hemos terminado de entender? Todas estas son preguntas acuciosas.
Por eso, la Biblia no nos presenta a Job ubicándolo espacio-temporalmente; Job no aparece en un tiempo ni en un espacio específico, sólo dice que es de Uz, un lugar que no es posible ubicarlo hoy (1:1). Tampoco nos da la lista genealógica de los ancestros de Job, ni nos habla de ninguno de sus antepasados -algo corriente en sus días-. El autor bíblico introduce a Job en la historia humana sin un origen claro y específico. ¿Por qué lo hace así el autor bíblico? Porque intenta mostrarnos que Job somos todos en algún momento de nuestras vidas o de nuestra existencia sobre la tierra. De ahí que el relato bíblico se abre diciendo: “Había una vez (o hubo una vez) en tierra de Uz un hombre llamado Job”. Pero tú y yo, en cuanto seres humanos que sufrimos, sí podemos ser ubicados en todo tiempo y lugar, en todo momento de dolor y de aflicción sin número.
Job nos presenta el problema teológico (¡y también psicológico!) del sufrimiento del inocente en toda su crudeza, del hombre “bueno”, del justo que sufre, de ese hombre “perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal” (1:1b). La historia de Job es un drama de poca acción pero de mucha acción. Job es un hombre que vive una vida de plenitud en todos los aspectos de su existencia: el sentimental, el económico, el religioso, en salud, etc.; él no esperaba la desgracia porque se sentía y se creía el consentido de Dios, por supuesto que Job como muchos de nosotros, no quería sufrir ni llorar. Cuando todo era miel sobre hojuelas, le viene la terrible catástrofe; podríamos decir que cuando menos se lo espera le sobreviene lo que siempre temió (Job 3:25). ¿Cuántas veces nos ha pasado algo similar? Que lo que más temíamos nos aconteció. Cuantas veces, cuando todo va bien y mejor, de pronto ¡zas! nos cae turbación.
Entonces aparece en escena, el “adversario” por antonomasia de los seres humanos, el enemigo por excelencia del hombre: Satanás, el acusador. El incitador de calamidades aparece entre los “hijos de Dios”, lo hace para denunciar a Job ante el trono del Señor. Dios le pregunta ¿de dónde vienes? Y el responde: “de rodear la tierra y de andar por ella”. Eso nos recuerda las palabras del apóstol Pedro, refiriéndose a él como el león rugiente que anda “alrededor” buscando a quien devorar (1 P 5:8). Pedro sabía de qué estaba hablando, sin duda, recordaba su propia noche “oscura” en el huerto de Gethsemaní. Ahí está Satanás delante de Dios, ha acudido a su cita no como un agente independiente, sino como un siervo de Dios que cumple también él, los propósitos eternos de Dios.
Dios presenta a Job como su “siervo”, título honorífico que sólo algunos pueden sustentar. Dios está orgulloso de Job, porque “no hay otro como él en la tierra”. Dios reconoce la obediencia e integridad de su siervo Job, porque éste es un hombre en extremo piadoso que se cuida de ofrecer holocaustos a favor de sus hijos.
Satanás aparece en otros lugares como aquel que incita al hombre a obrar el mal, pero ahora promueve que Dios levante su mano contra su amado siervo Job. Satanás en extremo astuto, mete la duda, pero Dios prende a los astutos en su astucia. Job resiste el primer embate (1:22), pero el segundo ataque empieza a quebrantar su fe (2:10c), y entonces, empiezan a surgir las preguntas, preguntas acuciosas y difíciles de contestar…


INP “San Pablo”
Metepec, México
22/06/08

sábado, 7 de junio de 2008

EL POEMA DE DIOS



¿Qué es el hombre, para que lo engrandezcas,

Y para que pongas sobre él tu corazón,

Y lo visites todas las mañanas…?

Job 7:17ss.

Introducción:

Es de todos conocidos que en el billete de 100 pesos, hay un hermoso poema del rey poeta Nezahualcóyotl de Texcoco. Su poema se titula Mi hermano el hombre y dice así:

Amo el canto del Zentzontle

Pájaro de cuatrocientas voces

Amo el color del jade

Y en enervante perfume de las flores

Pero amo más a mi hermano el hombre

Aquí Nezahualcóyotl manifiesta lo que era más importante en la vida de un poeta nahua, la flor y el canto. Flor y canto eran el símbolo de la felicidad suprema, de la felicidad por antonomasia. Pero por encima de la flor y el canto se encontraba el propio ser humano. Nezahualcóyotl, huey tlatoani de Texcoco, dice, pero por encima de todo eso, “amo más a mi hermano el hombre”.

Desarrollo:

La Palabra de Dios nos enseña que las bellas artes son producto del hombre, el cual manifiesta el ser imagen y semejanza de Dios al crear también él, cosas hermosas. La Biblia enseña que fueron los descendientes de Caín, quienes como pastores nómadas empiezan a practicar la ganadería (Jabal), crean la música (Jubal) y también la herrería (Tubal-caín; Gn 4:20-22). En ese sentido, las Escrituras nos muestran cómo el hombre es co-creador con Dios, de belleza y arte. La poesía es parte de la belleza, a través de ella expresamos sentimientos, pensamientos y estados de ánimo. ¡Dios ha creado todo lo bello! ¡Te ha creado a ti!

Si el hombre está hecho a la imagen y semejanza de Dios, eso significa que Dios crea cosas bellas y hermosas para su propio deleite y gozo. Hombre y mujer somos “imagen y semejanza de Dios” (Gn 1:26-27; 5:1-2; Stg 3:9). Cuando Dios fue formando todas sus obras de creación, la Biblia menciona una acción de Dios, está en los siguientes versículos (Gn 1:4, 10, 12, 18, 21, 25). Esa frase es: “Y vio Dios que era bueno”; pero es sólo hasta que Dios crea al ser humano que la frase cambia (Gn 1:31), “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera”. El ser humano en cuanto “imagen y semejanza” de ese Dios creador, le viene a dar pleno significado a la creación. Ésta no estaría completa si el hombre no hubiera sido creado. ¡El ser humano es corona de la creación!

Como veremos a continuación, Dios es un poeta y nosotros somos su poema. Así lo dice Pablo en Efesios 2:10.[1] Ninguna traducción logra verter toda la fuerza del idioma griego original, porque cuando dice que “somos hechura suya”, el griego literalmente dice: “somos su poema”. En ese sentido, somos la obra de arte de Dios, somos la obra maestra de Dios. Su Palabra dice que Él nos hizo un poco menor que los ángeles, que Él nos coronó de gloria y de honra (Sal 8:5). Otra traducción dice: “Lo hiciste apenas inferior a un dios, lo coronaste de gloria y esplendor” (Biblia del Peregrino). Esto es maravilloso, y tiene profundo significado para nuestra vida, porque ser el poema de Dios, quiere decir que somos por mucho, superiores a cualquiera otra obra de la creación. Dios quiso ponernos muy por encima de sus criaturas, muy por encima de sus obras de creación (Sal 8:6ss).

Aquí encontramos la alta dignidad en la que Dios nos puso, el gran honor que nos concedió. El Salmo 8 inicia y concluye con una exclamación de profunda admiración ante la grandeza de Dios (vv. 1 y 9). El salmista se pregunta una y otra vez, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él? ¿Qué es el ser humano para que lo visites? ¿Qué es el hombre para que en él pienses? ¿Qué es el ser humano para que lo estimes? (Sal 144:3). Y la propia Palabra de Dios responde: el ser humano es el poema de Dios. ¡Somos el poema de Dios! El hombre es poesía divina. El Nombre de Dios es glorioso en toda la tierra, porque sobre ésta se encuentra su representante, su imagen y semejanza: el hombre, el ser humano. ¡Qué maravilla! Usted jamás debe sentirse menos, nunca debe considerarse inferior porque usted es el poema de Dios. ¡Dios lo tiene en altísima estima!

Quiero terminar este sermón de antropología bíblica con un poema de un poeta colombiano de nombre César Abreu Volmar, titulado Somos tu poema:

Quise escribir el mejor poema
pero tú lo habías hecho, Señor.
Y quise encontrar la mejor palabra
pero tú eres la Palabra por excelencia.

Somos tu poema
escrito con amor
y con sangre de tu Hijo,
de tu propio corazón.

El mundo es tu parto de palabras,
somos las sílabas de tu gran canción.
Somos tu poema

Pbro. Emmanuel Flores-Rojas.


[1] 10aujtou` gavr ejsmen poivhma, ktisqevnte" ejn Cristw`/ jIhsou` ejpi; e[rgoi" ajgaqoi`" oi|" prohtoivmasen oJ qeo;", i{na ejn aujtoi`" peripathvswmen.

EL HOGAR, IGLESIA DOMÉSTICA


Pbro. Emmanuel Flores-Rojas.

Winston Churchil dijo hace 100 años, en 1908 lo siguiente: “Construyamos con inteligencia, construyamos con seguridad, construyamos con lealtad, construyamos no para el momento, sino para los años por venir y, por ende, para establecer aquí abajo lo que esperamos encontrar allá arriba –una casa de muchos aposentos, donde haya lugar para todos”.1

“Construyamos con inteligencia” decía Churchil, quizá no me equivoque, pero ese es el pensamiento que a lo largo de la vida ha dirigido el obrar del hermano Alejandro Casasola y el de su esposa; él me dice constantemente: “Emmanuel: hay que pensar para hacer las cosas, no hacer las cosas para pensar”. A eso llamo yo inteligencia, y más que inteligencia, sabiduría; la sabiduría que da la vida, el tiempo, las experiencias. Pero sobre todo, la sabiduría que da la Biblia, el Libro de Dios. En ese sentido, la mejor “guía” que uno puede obtener para construir un hogar no para el momento sino permanente y para el porvenir, es la Biblia. Sé que ella ha sido el centro del ser y quehacer del matrimonio Casasola López. Veamos entonces, qué consejos nos brinda La Palabra.

En primer lugar, La Biblia dice que si Dios no edifica la casa (=familia) en vano trabajan los que la edifican (Sal 127:1). Para construir una familia, se necesita la ayuda y bendición de Dios, de lo contrario se estará trabajando en vano. Ya lo he dicho en otras ocasiones, la familia cristiana es la iglesia doméstica. La Palabra de Dios nos enseña que la piedra principal de la Iglesia es Cristo, lo mismo aplica para la iglesia doméstica. Así, sólo las familias que tienen como centro de su existencia a Jesucristo, pueden permanecer en pie. Jesús así lo dijo: “Una casa dividida contra sí misma no puede permanecer” (Mc 3:25). Cristo tuvo que ser el centro de este matrimonio que ustedes tienen delante, para que haya permanecido tantos años incólume.

Esto es importantísimo para las nuevas generaciones. Muchos dicen: bah, eso funcionaba antes, pero hoy ya no aplica. Mucho jóvenes piensan: “puedo casarme con quien quiera con tal que me ame”. Sí, el amor es importante; pero más importante que el amor entre pareja, es el amor que como pareja tengan a Jesús, centro de la existencia familiar. Una familia dividida en cuanto a la fe, no puede permanecer de pie. El apóstol Pablo lo enseñó en los siguientes términos. Hablando de la mujer dice: “que se case” (1 Co 7:36c); ella (igual que el varón) tiene libertad para escoger con quien casarse: “libre es para casarse con quien quiera” –dice el apóstol-, pero pone una condición: “con tal que sea en el Señor”. La unidad de la fe en el Señor Jesucristo es primordial para el éxito de un matrimonio hoy, tanto como ayer. Evitemos el fracaso matrimonial, teniendo como centro de la existencia matrimonial a Jesús. Jóvenes y señoritas, hagan caso a la recomendación de su abuelito: “hay que pensar para hacer las cosas, y no hacer las cosas para pensar”.

“Construyamos con seguridad” pedía también Churchil. Pues bien, en segundo lugar, quiero hacer notar que para construir una familia con seguridad, se tiene que apelar a la bendición y protección de Dios. Y en la edificación o construcción de una familia, intervienen dos; siempre es la pareja bendecida por Dios, la que puede edificar con seguridad. Por ello es que para construir una familia, también la inteligencia de la esposa cuenta, y mucho; Proverbios 14:1, así lo dice: “La mujer sabia edifica su casa…”. La palabra matrimonio, viene de la unión de dos palabras latinas: matriz y mundi, literalmente: oficio de madre. Ese ha sido el alto honor que ha desempeñado su mamá en estos 60 años de matrimonio. El “oficio de madre”, para ello no sólo ha contado con el apoyo de su fiel esposo, sino también de una sabiduría sin igual. No creo equivocarme, cuando afirmo que la decisión más sabía que esta mujer de Dios tomó un buen día, fue cuando con palabras similares a las que Rut dirigió a su suegra Nohemí; un día, nuestra hermana Toyita dijo a su esposo: “Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios, mi Dios” (Rut 1:16). Aquí están los dos ingredientes para un matrimonio para toda la vida, para un matrimonio próspero.

Aquí delante de nosotros, tenemos a un matrimonio que ha llegado felizmente a su 60 aniversario, porque ellos han sido sabios e inteligentes. Ellos supieron muy temprano que sólo tomados de la mano de Dios podrían edificar y construir una sólida familia, una familia cristiana. Ellos convirtieron su hogar en una iglesia doméstica. Josué casi al final de sus días le dijo al pueblo de Israel: “… yo y mi casa serviremos a Jehová” (Jos 24:15). Ese ha sido el deseo de este hermoso matrimonio, hoy ellos pueden decir como Josué: “Nosotros y nuestra familia serviremos al Señor”.

Para formar matrimonios tan sólidos como este que tenemos delante de nosotros, se necesita de la bendición de Dios. Nosotros unidos a ellos, damos gracias a Dios por la gracia tan grande con la que el Señor Jesús con la asistencia de su Espíritu, les ha dotado. Dios les bendiga.

INP “San Pablo”

06-06-08

sábado, 31 de mayo de 2008

JESÚS, MODELO DE MASCULINIDAD

Rut 3; Efesios 5:21-33

Me gustas cuando callas porque estás como ausente…

Pablo Neruda

Es de todos conocido que Jesús nunca estuvo casado, fue célibe, pero si hubiera estado casado no hubiera tenido nada de malo, porque el matrimonio es una institución sagrada establecida por Dios. Aunque Jesús nunca se casó, es sin embargo, el ejemplo supremo de masculinidad. Si alguien puede ser un ejemplo para los hombres de cómo tratar a una mujer, ese es Jesús. ¡Jesús sería el esposo perfecto!

De hecho, Jesús es el esposo perfecto, su esposa es la Iglesia. Y justamente en su Iglesia, se ha dado una lectura patológica y enfermiza de la Biblia, para someter al silencio y a veces también al olvido a las mujeres. Cuando callan están como ausentes, entre menos hablen en la Iglesia es mejor. Muchas veces a las mujeres ni las vemos ni las oímos. Pero Jesús las ve y las escucha, él les da la palabra a las mujeres, se la dio a la suegra de Pedro sanándola, se la dio a la mujer con flujo de sangre defendiéndola, se la dio a la mujer samaritana dialogando con ella, se la dio a María Magdalena nombrándola la apóstola a los apóstoles. Jesús rompe los paradigmas y los estereotipos de su tiempo y ubica a la mujer en la misma condición que al hombre. Jesús no le tiene miedo a las mujeres, al contrario, no le importa juntarse con ellas; las aprecia comisionándolas y asociándolas en la proclamación de su Palabra.

Un texto preferido por los esposos es el de Efesios 5:22-24, porque a través de una lectura sesgada de él, se ha sometido muchas veces a las mujeres. En esos versículos Pablo dice: mujeres, sujétense a sus maridos. “Las casadas estén sujetas a sus propios maridos…” (v. 22).[1] Este es el versículo favorito de los maridos. ¿Verdad que sí? Pero ¿qué significa esa palabra que se tradujo como “sujeción”? Sujeción aquí es entrega total, más aún, es sujeción mutua en Cristo; el versículo 21 así lo dice: “Someteos unos a otros…”. Ésta es una sujeción mutua y voluntaria que es nacida del amor, el amor como la base de todas las relaciones familiares y domésticas (cfr., Mc 10:44; Gal 5:13). Esposo ¿quieres ser el primero? Entonces tienes que ser siervo, siervo por amor a tu esposa, siervo por amor a tus hijos, “siervo por amor a Jesús” (2 Co 4:5).

Las feministas que han malinterpretado a San Pablo, dicen que él era un vulgar misógino. Pero Pablo continúa diciendo: “el marido es cabeza de la mujer”; como pastor he escuchado a más de un marido que le dice a su esposa, “como yo soy tu marido y soy tu cabeza, entonces aquí yo soy el que manda, aquí yo soy el que decide, el que ordena, el que piensa”. Pero Pablo añade: “así como Cristo es cabeza de la Iglesia”. Fíjese que la relación de Cristo con la Iglesia se presenta como modelo de la relación entre los esposos. De ahí que Pablo, en el versículo 32 diga: “Ese símbolo es magnífico, y yo lo aplico a Cristo y la Iglesia” (Biblia del Peregrino). Sigamos el argumento.

Pablo le dedica a la cuestión de las mujeres tan sólo 3 versículos, pero a la de los varones dedica 9 versículos. De hecho, Pablo explica el significado de lo que representa ser “cabeza”. El apóstol llama a amar a la mujer, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella. La masculinidad o virilidad, según la comprende Pablo, es una masculinidad de entrega toral, de servicio total. Lo que Pablo enseña aquí tiene un significado tremendo para la vida matrimonial, y por extensión familiar.

En el matrimonio cristiano y siguiendo el ejemplo de Cristo con su Iglesia, los varones debemos perseguir una masculinidad de donación, dejando la masculinidad de dominación. Cristo se dio, se entrego completamente por su Esposa, su Iglesia. Él no somete a golpes a su Iglesia, él no la maltrata ni le grita, no usa la violencia para sujetarla, porque ella es su Cuerpo. Pablo anuncia a los esposos de Éfeso, que ellos “deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos” (v. 28). “28bQuien ama a su mujer se ama a sí mismo; 29nadie aborrece a su propio cuerpo, más bien lo alimenta y cuida: así hace Cristo por la Iglesia, 30por nosotros, que somos los miembros de su cuerpo. 31Por eso abandonará el hombre...” (Biblia del Peregrino). Note que la Palabra pide “abandono” al hombre, no a la mujer. Varón de Dios, ¿qué te pide el Señor abandonar hoy? ¿Qué es lo que debes abandonar por tu esposa? ¡Cristo se abandonó por su Iglesia!

Todo lo que Pablo dice sobre las relaciones familiares es importantísimo, porque la familia cristiana es la “Iglesia doméstica”. ¿Cristo se encuentra presente en el centro de nuestras familias? La Iglesia doméstica está formada por el matrimonio y los hijos, en la Iglesia doméstica al igual que en la Iglesia general, Cristo debe presidir. Tú como varón hermano, eres un pastor para tu familia, eres un sacerdote para tu esposa y tus hijos. Como esposo y padre de familia, eres el animador litúrgico que lleva a su esposa e hijos a un encuentro “familiar” con Jesucristo. Como esposo cristiano, deberías decirle a tu esposa: “Mi existencia la entiendo como una vida de servicio y abandono para que tú seas la mujer de Dios, para que yo sea para ti el “hombre de Dios”. La meta de mi vida como esposo es elevarte a la condición de igualdad conmigo”. Hermano, como marido cristiano, tú debes amar y tratar a tu esposa como si ella estuviera casada con Cristo. Hazlo así, para que ella pueda decir: “Yo me casé con Jesús, porque él, -mi marido- me ama como Jesús ama a su Iglesia”. Amén.

Pbro. Emmanuel Flores-Rojas,

INP “San Pablo"

01 de junio 2008



[1] Una lectura alterna que nos proporciona la Biblia del Peregrino dice así: “Las mujeres deben respetar a los maridos como al Señor”. En esta traducción, la connotación no es la de sometimiento sino la de reconocimiento.

domingo, 4 de mayo de 2008

LAS ARMAS DE NUESTRA MILICIA

2 Corintios 10:3ss

Introducción:

El domingo pasado, dijimos que como Iglesia “San Pablo” estamos en guerra y tipificamos diversas clases de soldados:

a) Soldados sin compañía

b) Soldados que no tienen cuartel

c) Soldados sin ejercitarse en la fe

d) Soldados a los que no les gusta la guerra

e) Soldados que no tienen o no usan uniforme

f) Soldados sin sujeción

g) Soldados sin armas[1]

Pero hoy quiero describir al “buen soldado de Jesucristo” según el testimonio paulino. Vamos a hablar de “San Pablo”, aquel que fue comisionado para predicarles a los no-judíos. Su legado apostólico es impresionante y puede alentarnos a nosotros hoy en nuestra misión conjunta. Nuestra Iglesia, lleva el nombre del príncipe de los apóstoles, y todos debiéramos honrar su memoria. Pablo es por excelencia el más grande de todos los apóstoles que haya conocido la cristiandad, ¿pero qué lo llevó a ubicarse en tal posición tan eminente? Sin duda, su trabajo en la obra del Señor. Analicemos lo que él dice sobre su ministerio en la Segunda Epístola a los Corintios.

Desarrollo:

1. Las armas de nuestra milicia no son humanas (v. 3)

Cuando Pablo escribe a la Iglesia de Corinto, lo hace para defender su ministerio frente a algunos falsos hermanos que denigraban y menospreciaban su ministerio apostólico, considerándolo inferior al resto de los apóstoles o de plano desconociéndolo como tal. Pablo tiene que defender su ministerio, porque tal encargo lo ha recibido del Señor Resucitado. No ha sido llamado ni escogido por ningún hombre sino por Jesucristo mismo en persona camino a Damasco. Pablo es “apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios” (2 Co 1:1).

Muchos en Corinto, pensaban que Pablo andaba en la “carne”, es decir, según criterios puramente humanos (v. 2). Decían que Pablo hacía las cosas sólo por interés, como las hacía la gente de este mundo. Pero el apóstol les responde: “Es verdad que vivimos en este mundo, pero no actuamos como todo el mundo” (TLA, v. 3). Pablo, como es lógico se movía según la carne porque tenía un cuerpo de “carne y hueso” como nosotros. Pablo era humano, demasiado humano como cualquiera de los aquí presentes. Pero Pablo no militaba según la carne, porque “ni lo humano ni lo mundano determinaba[n] su conducta, ni era el fundamento de su confianza”.[2]

En el versículo 3, Pablo hace una diferencia entre el “andar” en la carne y el “militar” en ella. “Pablo emplea, en la segunda cláusula, el término más específico de ‘guerrear’ o militar”.[3] La palabra griega que usa Pablo es strateiometha, de donde viene nuestro vocablo estrategia, y significa: ‘ir a la guerra’, ‘hacer una campaña’, ‘servir como soldado’, ‘luchar’ y ‘combatir’.[4] Hace ocho días, decíamos que la naturaleza de la guerra que estamos librando como “buenos soldados de Jesucristo” no era física sino espiritual. Por eso, Pablo no combate con armas humanas lo que sólo puede combatirse con el poder del Espíritu Santo de Dios.

La guerra de que aquí se trata era la que el apóstol hacía contra el error y contra todo lo que se opusiera al evangelio. Esta guerra, dice él, no está conducida según la carne; es decir, gobernada por los principios de la carne y la confianza en ella. Él no estaba guiado por los principios que rigen al común de las personas, que actúan bajo la influencia de su corrupta naturaleza; ni su éxito dependía de nada que la carne (la naturaleza humana) pudiera brindarle. Él obraba guiado por el Espíritu y con la confianza puesta en Él. ‘Lo que Pablo dice de sí mismo, se puede decir de todos los ministros fieles de de Cristo. Son portadores, por ello, de un precioso tesoro en vasos de barro. Por lo tanto, aunque están sujetos a enfermedades y tribulaciones, el poder espiritual de Dios resplandece en ellos’ (Calvino).[5]

2. Las armas de nuestra milicia son poderosas en Dios (v. 4)

Si vivimos en la carne (=como seres humanos) pero no actuamos según los criterios de este mundo, entonces eso significa que el poder de nuestras armas no es nuestro ni de este mundo sino de Dios. Como nuestro enemigo no es de este mundo, tampoco luchamos con las armas de este mundo. ¡Pablo está preparado para la guerra porque sus armas son poderosas en Dios! En nuestra propia guerra como iglesia San Pablo debemos tomar las dos armas ofensivas contra el enemigo a vencer, esas armas son la espada del Espíritu que es la Palabra de Dios y la oración (Ef 6:17-18). ¡Si la Iglesia “San Pablo” va a avanzar será sobre rodillas! ¡Las rodillas dobladas que oran!

Pablo describió en otra parte el poder de Dios, porque el poder de la Iglesia radica en el mensaje salvador de ella proclama (Rm 1:16). Pablo sabía que la misión de un apóstol era como la lucha de un soldado, y cuando su ministerio es puesto en entredicho, Pablo contesta: “Con el poder que Dios nos da, anunciamos el mensaje verdadero. Cuando tenemos dificultades las enfrentamos, y nos defendemos haciendo y diciendo siempre lo que es correcto” (2 Co 6:7, TLA). Y el poder que Dios nos da, es el mismísimo poder que levantó a nuestro Señor Jesucristo de entre los muertos. Además, Jesús antes de su ascensión dijo: “Toda potestad me es dada…” (Mt 28:18). ¿Dónde? “En el cielo y en la tierra”. ¡Jesús está con nosotros! (v. 20). De ahí que debamos usar el poder de Dios para destruir las fuerzas del mal. Cristo y la predicación de su cruz, son el poder de Dios para destruir fortalezas (1 Co 1:18, 23-24).

3. Las armas de nuestra milicia nos someten a Cristo (v. 5)

Cristo es el centro de nuestra vida, porque la vida cristiana es cristocéntrica en esencia. Pablo en su defensa de su ministerio como un soldado fiel de Jesucristo, dice que el poder de Dios lleva a la destrucción de todo aquello que se oponga al conocimiento de la verdad revelada en Jesucristo. Los creyentes en tanto soldados al servicio de Jesucristo, hemos sometido nuestra propia voluntad a la voluntad soberana de Dios en Cristo: “llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo”. El himno cristológico de Filipenses 2 dice que Dios está “exaltado hasta lo sumo”, que el tiene un “nombre” que es sobre todo nombre y que un día todos se someterán a Jesucristo, independientemente de si son o no creyentes. Por eso es preferible que hoy mismo nos sometamos a Jesucristo, el Hijo Eterno de Dios.

Conclusión:

Nació en el siglo X, su nombre de pila era: Temüjin, el mejor acero. Fue un hombre guerrero y temerario, logrando consolidar el mayor imperio del mundo. Ni el imperio de Alejandro Magno, ni el Imperio romano, podrían compararse con la extensión del vasto territorio que logró consolidar bajo un fugaz liderazgo, extendiéndose desde Europa Central hasta el Sur de Asia. Después de muchas conquistas militares los líderes tribales mongoles lo bautizaron como Ghengis Khan, “el emperador de todos los hombres”. Al final de su vida en 1227, pronunció las siguientes palabras: “He conquistado todo un imperio para ustedes, el resto del mundo se los dejo, es a ustedes a quienes les toca conquistarlo”.

¡Jesucristo conquistó el imperio de la muerte por y para nosotros, hoy nos toca a nosotros proseguir la guerra cuya victoria ya fue obtenida por él a favor nuestro! ¡El triunfo está asegurado, hagámoslo nuestro! Amén.

Pbro. Emmanuel Flores-Rojas

INP “San Pablo”

04/05/08



[1] Flores-Rojas, E., ¡Guerra, guerra sin tregua! en http://dicenquepredico.blogspot.com/

[2] Hodge, Charles, Comentario a II Corintios, El Estandarte de la Verdad, Barcelona, 2000, p. 259.

[3] Idem.

[4] Ibid., p. 160.

[5] Idem.

lunes, 28 de abril de 2008

¡GUERRA, GUERRA SIN TREGUA!


AT: Josué 5:13-15; NT: 2 Tim. 2:1-13

Introducción:

Era el 13 de mayo de 1940, hacía apenas un año que la Segunda Guerra Mundial acababa de comenzar entre la Alemania nazi y la coalición franco-inglesa. El recién nombrado primer ministro de Gran Bretaña, Winston Churchil, se dirigía a la Cámara de los Comunes en los siguientes términos: “Se preguntan: ‘¿Qué es lo que buscamos?’ Les puedo responder con una palabra: la victoria, la victoria a cualquier precio, la victoria a pesar de todo el terror, por arduo y largo que pueda ser el camino que conduce a ella: ya que sin la victoria no hay sobrevivencia. […] No tengo nada que ofrecer más que sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”.[1]

Desarrollo:

1. Dios el guerrero:

¡El Dios de la Biblia es un Gran Guerrero! Jehová de los ejércitos es su Nombre (Sal 46:7). Nosotros sus siervos somos sus soldados, somos su ejército, como dice el salmista Él esté con nosotros. Él es el Comandante Supremo, el Comandante en Jefe, el Dios de los escuadrones de Israel. Como hemos leído, cuando Josué y el pueblo de Israel se encontraban a la entrada de la gran fortaleza de Jericó, aquel primer bastión enemigo que había que derrotar, el comandante del ejército del Señor se apersonó delante de él con la espada desenvainada, señal de que estaba listo para conducir al pueblo de Israel a la guerra. Josué sin saber quién era, le inquiere diciendo: “¿Es usted de los nuestros, o del enemigo? -¡De ninguno! –respondió-. Me presento ante ti como comandante del ejército del Señor (Jos 5:13-14, NVI).

Tanto Josué como el pueblo de Israel deben conocer su posición estratégica; cuándo Josué interroga sobre la identidad de aquél extraño, éste le responde que no es de ellos ni de los otros, porque no es que Dios esté del lado de los israelitas, sino que ellos tienen que pelear las batallas de su Dios. Desde el cielo, Dios mismo como comandante de sus ejércitos, se presencializa para conducir la batalla en la tierra. Él toma en sus propias manos las riendas de la situación. Su pueblo va a pelear pero no lo hará sólo, porque Dios los está acompañando y dirigiendo, él viene a dar órdenes precisas de lo que debe hacerse para conquistar al enemigo (Jos 6:2-5).

Por eso, es que Josué al saber la identidad de aquel ángel, se postra sobre su rostro, le adora y le pide instrucciones: “¿Qué dice mi Señor a su siervo?” (Jos 5:14b). Lo primero que le exige es santidad: “Quita el calzado de tus pies…”. Esa orden es idéntica a la que Moisés recibe frente a la zarza ardiente (Ex 3:5). Esto es así, porque “Jehová de los ejércitos” es el Dios tres veces Santo (Is 6:3).

2. Estamos en guerra:

En San Pablo estamos en guerra, sí, estamos enfrascados en una gran batalla, del cómo libremos esta guerra dependerá la sobrevivencia de nuestra amada Iglesia. En este 2008 celebraremos 25 años de la existencia de San Pablo y nos encontramos en medio de una cruenta batalla. El camino que tenemos por delante no es fácil. Debemos saber que nuestra batalla no es contra seres humanos de carne y hueso como los que enfrentaron Josué, el pueblo de Israel y David, sino contra Satanás mismo y sus huestes espirituales de maldad (Ef 6:12). La naturaleza de esta batalla es espiritual, y tiene que combatirse espiritualmente en el nombre del Dios Todopoderoso. La batalla no es entre nosotros como hermanos en San Pablo, sino en contra de Sátanas, nuestro enemigo común. Es una guerra contra los poderes de las tinieblas. Cuando David enfrenta a Goliat lo hace en el nombre del Dios Todopoderoso (1 Sm 17:45-46). ¡Está guerra sin tregua, necesita soldados como David!

3. La guerra requiere buenos soldados:

Nosotros somos soldados de Jesucristo, él es nuestro Capitán. El apóstol Pablo nos invita a sumarnos a la lucha que hay que librar contra los poderes de las tinieblas (2 Tim 2:3-4). Pablo dice: “sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo”. Nosotros como creyentes podemos escoger entre ser buenos o malos soldados, no hay términos medios. ¿Qué clase de soldados somos? A continuación daré una lista de aquellos que son malos soldados:

a) Soldados sin compañía: a los que les gusta pelear solos, son egoístas y no les importa el compañerismo, no saben que “mejor son dos que uno” (Ec 4:9).

b) Soldados que no tienen cuartel: no les agrada venir a la Iglesia o lo hacen esporádicamente, porque tienen cosas “más importantes” que hacer, o andan del tingo al tango, visitando iglesias diferentes cada domingo, son cristianos golondrinos. Son aquellos que dejan de congregarse en la Iglesia deliberadamente (Hb 10:25).

c) Soldados sin ejercitarse en la fe: como no vienen al Cuartel General (la Iglesia) a escuchar las instrucciones del Señor (el Comandante) para la batalla, están sin guía ni dirección (Ef 6:16).

d) Soldados a los que no les gusta la guerra: la evitan a cualquier precio, no quieren problemas ni compromisos con el Señor. Pablo dice: “Ninguno que milita…” La VP traduce: “Ningún soldado en servicio activo se enreda en los asuntos de la vida civil, porque tiene que agradar a su superior” (2 Tim 2:4). En 1 Tim 6:12 dice: “Pelea la buena batalla de la fe…” y en 2 Tim 4:7 escribe al final de sus días: “He peleado la buena batalla…”.

e) Soldados que no tienen o no usan uniforme: no les gusta identificarse como tales, son cristianos de domingo (Ef 6:11, 13).

f) Soldados sin sujeción: no quieren someterse a las órdenes de Dios y menos al pastor y líderes de la Iglesia (1 P 5:6-7).

g) Soldados sin armas: no tienen tiempo para orar y menos para leer la Biblia cotidianamente (Ef 6:17,18). Así se encuentran débiles y diezmados frente al enemigo.

Hace un momento decía que en San Pablo estamos en guerra, hay que luchar contra la apatía, la indiferencia, la falta de compromiso, las críticas, los rumores, la flojera, hay que luchar contra los malos soldados. ¡Somos soldados de Jesucristo! ¡Seamos entonces: buenos soldados de Jesucristo!

Pbro. Emmanuel Flores-Rojas, 27/04/07.


[1] Talbott, Frederick, Pensamientos de Winston Churchil sobre el valor, Panorama, México, D. F., 1999, pp. 65-66.