sábado, 1 de marzo de 2008

CADA HOGAR, UN SANTUARIO; CADA PADRE/MADRE, UN SACERDOTE


Deuteronomio 6:1-9; Hechos 2:43-47



A mis padres en agradecimiento…


Introducción:


Jesús proclamó con claridad meridiana que “una casa dividida contra sí misma” no podía sostenerse, porque caería irremediablemente (Mc 3:24-25). El AT enseña que: “Si el Señor no construye la casa, de nada sirve que trabajen los constructores” (Sal 127:1). Josué al final de su vida reúne a todo el pueblo de Israel y hace una promesa solemne delante de todas las tribus de Israel, él y toda su familia/casa servirán al Señor: “Por mi parte, –dice- mi familia y yo serviremos al Señor” (Jos 24:14-15).


Estos son sólo unos pequeños ejemplos bíblicos de la importancia que tiene la familia y el hogar de los creyentes en los planes salvíficos de Dios. Para el AT como para el NT la educación cristiana empieza en casa, es en el seno del hogar donde los padres inician educando a sus hijos en el conocimiento de la Palabra de Dios. La Iglesia les ofrece una ayuda importante, pero secundaria; porque la responsabilidad primaria es de los padres.


Desarrollo:


Como veremos a continuación, la Escritura nos muestra que cada hogar debe constituirse en un santuario. Bíblicamente hablando, cada hogar debe ser una “iglesia doméstica”. Hoy volveré a hablar sobre el centro de la fe bíblica contenida en el Shemá, y de sus implicaciones para nosotros hoy:



“4»Escucha, Israel: Jehová, nuestro Dios, Jehová uno es”



En hebreo el versículo 4 aparece “subrayado” o “remarcado”, las últimas letras (ayin y daleth) de la primera y la última palabra en hebreo están puestas más grandes en el texto hebreo (TM).[1] Eso indica que el escritor bíblico quiso resaltar la importancia de este versículo. Una trasliteración del versículo 4 diría así: Shema‘ yisra’el yehvah ’elohenu yehvah ’ehad. Ésta última palabra (’ehad),[2] en hebreo quiere decir uno/único;[3] con lo que otra posible traducción del mismo versículo 4 sería: “Escucha, [pueblo de] Israel: el SEÑOR nuestro Dios, es el uno/único SEÑOR”.


Es decir, nuestro Dios no está dividido ni fracturado, no tiene fisuras: es Uno; pero también es singular (único) no plural. El versículo 4 nos habla de Dios en toda su singularidad y unicidad. Así, el amor que Él nos prodiga es de la misma naturaleza que Él. Su amor por nosotros es uno y único. De ahí que la base de nuestro amor y obediencia hacía él, deba ser total y sin divisiones ni fracturas. El Dios que se nos revela en las Escrituras no admite un lugar secundario en nuestras vidas, no admite que lo amemos con una parte de nuestro ser. Él quiere la totalidad de nuestras vidas porque Él mismo se ofrece como totalidad y no en fracciones o divisiones.


La enseñanza de los versículos 4 y 5 excluye de entrada, “toda posibilidad de lealtades divididas y de espacios ‘vacíos’ en una vida que le pertenece totalmente a Yavé”.[4] Los versículos que siguen también nos hablan de “totalidades”. El amor a Dios es una cuestión total y toral, porque se le ama con TODO: “5»Amarás a Jehová, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas”. No hay lugar para espacios vacíos y sin contenido. “Los sustantivos ‘corazón’, ‘alma’ y ‘fuerzas’ configuran la totalidad del ser humano. El vocablo ‘todo’, repetido tres veces, insiste en la perfección e intensidad del compromiso del amor”.[5]


Pero, ¿todo esto que tiene que ver con la iglesia doméstica? ¿Qué relación guarda con el hogar como santuario y los padres como sacerdotes? Los versículos 6 y 7 nos dan la respuesta. Aquélla enseñanza contenida en los vv. 4 y 5, tiene un contexto familiar donde debe ser “repetido” y enseñado. Los contenidos bíblicos deben enseñarse y aplicarse primordialmente, en el seno familiar. Los padres deben primero apropiarse las verdades bíblicas: “6»Estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón”. Para luego ser trasmitidas a los hijos: “7Se las repetirás a tus hijos…”. Y a continuación viene el ámbito dónde tales contenidos bíblico-teológicos tienen que enseñarse: la casa, el hogar familiar, la cotidianeidad de la vida: “…y les hablarás de ellas estando en tu casa y andando por el camino, al acostarte y cuando te levantes”. El versículo 7 tiene un sentido de totalidad y perfección en la enseñanza del Shemá, dado por los dos pares de verbos antitéticos: estando-andando y acostarse-levantarse. Aquí está resumida toda actividad humana. “El hombre en la totalidad de su existencia vive para amar a un solo Dios, el Señor”.[6]


Entonces, los padres son los responsables directos de trasmitir las enseñanzas más básicas de la fe cristiana a sus hijos. En la iglesia doméstica, la familia es el sujeto y el objeto de la educación, una educación de vida y para la vida; con lo que cada hogar se convierte así, en un santuario donde se trasmite y se fortalece la fe. Cada padre y cada madre se transforman en un sacerdote que ministra a sus hijos las enseñanzas de la Escritura. Cada casa se convierte en un espacio pedagógico, cada hogar está abierto al diálogo pedagógico y en cada familia se dan los primeros pasos pedagógicos (cfr., Dt 6:20-21). El lugar para trasmitir la fe es el hogar, con lo que queda bien claro, que la “fidelidad al Señor y [la] educación en el hogar van tomados de la mano… la enseñanza de fidelidad y amor al Señor tiene su base y centro en el hogar”.[7]


El texto bíblico nos lleva progresivamente, empieza con lo colectivo y general (el pueblo de Israel), para enfocarse en el individuo y lo concreto (estarán sobre tú corazón), luego se enfoca en la familia (tus hijos). En nuestro pasaje hay un triple compromiso pedagógico, hacia uno mismo, hacia los hijos y por extensión con la familia y hacia la comunidad:[8]Escríbelas en la puerta de tu casa y en los portones de tu ciudad” (Dt 6:9, TLA).


El exegeta presbiteriano, Edesio Sánchez, nos ofrece un excelente esquema[9] del énfasis pedagógico del texto en cuestión:

Recepción de la enseñanza:
“Escucha… estas palabras” (vv. 4,6)


Puesta en práctica de la enseñanza:
“Ama al Señor…” (v. 5)


Apropiación de la enseñanza:
“Quedarán en tu memoria” (v. 6; NBE)


Transmisión de la enseñanza:
“Incúlcaselas a tus hijos” (v. 7)


Repaso de la enseñanza:
“Háblales de ellas… átalas a tus manos… escríbelas en… tu casa” (vv. 7-9)



En conclusión, “el pasaje nos ofrece entretejidos, de manera magistral, el qué y el cómo, el contenido y el proceso de la enseñanza. En el pasaje encontramos el sujeto: los padres; el receptor: los hijos; el contenido: “estas palabras”; el lugar: el hogar; el tiempo: toda la actividad humana habitual; la forma: la comunicación oral, escrita y práctica”.[10] Así, cada hogar será un santuario y cada padre/madre un sacerdote. ¡Convirtamos nuestros hogares en iglesias domésticas! Amén.



Pbro. Emmanuel Flores-Rojas
INP “San Pablo”
02/03/08.



Referencias:
[1] Biblia Hebraica Stuttgartensia, (Deutsche Bibelgesellschaft Stuttgart) 1990, p. 297.
[2] Ortiz, Pedro, Léxico hebreo/arameo-español español-hebreo/arameo, 1ª ed., Sociedad Bíblica-Sociedades Bíblicas Unidas, Madrid, 2001, p. 14.
[3] “La palabra hebrea ejad puede traducirse de dos maneras: ‘uno’ y ‘único’. (…) El Dios al que Israel está llamado a tener como único Señor es un Dios que no manifiesta divisiones en su propio ser, es uno. Es decir, en Yavé, Israel tiene el ejemplo de lealtad indivisible. Yavé puede exigir lealtad absoluta a su pueblo porque él no tiene el ‘corazón dividido’”. Nota al pie de página 113, en Sánchez, E., Deuteronomio. Introducción y comentario, Ediciones Kairós, Buenos Aires, 2002, p. 189. Para lo que sigue, sigo muy de cerca al autor en cuestión.
[4] Sánchez, E., op. cit., p. 189.
[5] Ibid., p. 192.
[6] Idem.
[7] Ibid., p. 193.
[8] Ibid., p. 194.
[9] Idem.
[10] Idem.

No hay comentarios: