domingo, 16 de mayo de 2010

¡Ven Espíritu y sopla!

Ezequiel 37:1-14; Lucas 2:1-15

Pbro. Emmanuel Flores-Rojas
Decano del Seminario Nicanor F. Gómez.

Introducción:
Desaliento y desánimo, son dos estados psicológicos que todos hemos experimentado en alguna ocasión. Nadie puede decir que no ha experimentado desaliento y desánimo todavía. Hay muchas circunstancias en la vida que nos empujan a experimentar ese talante negativo que nos hace ver todo oscuro y sin sentido. La pérdida de un ser querido, problemas laborales o económicos, enfermedades, algún fracaso académico, un desencuentro amoroso, un mal negocio, una ruptura matrimonial, desengaños, etc. Como individuos, como parejas, como familias o como iglesia, cotidianamente enfrentamos sentimientos negativos y/o destructivos, donde no encontramos las fuerzas necesarias para seguir adelante. La fe es puesta a prueba y viene la crisis. El exilio fue para el pueblo de Israel un tiempo de desánimo y desaliento.
Recientemente, el Presidente de la “Alianza Reformada Mundial” (WARC –por sus siglas en inglés), Rev. Dr. Clifton Kirkpatrick, ante los desafíos que tenemos los cristianos reformados en el mundo, escribió un artículo que resulta incisivo desde su título: “¿Un futuro para el movimiento reformado en el mundo?”[1]. La cuestión central es saber si los reformados sobreviviremos en “un mundo radicalmente nuevo”. Hay muchas razones para dudar de la vitalidad de nuestra tradición reformada, entre ellas, nuestra incapacidad para responder de forma novedosa a los “signos de los tiempos”; la pérdida de membresía y vitalidad espiritual; así como las múltiples divisiones que nos acosan constantemente.

Esta falta de energía y vitalidad espiritual –dice- fue considerada un problema serio entre las iglesias Reformadas de diversas partes del mundo que se reunieron en Accra en 2004 para la 24º Asamblea General. La energía espiritual, la hospitalidad y la pasión por la misión que encontramos en los presbiterianos de Ghana nos sirvieron como llamado de atención a muchos de nosotros, que hemos llegado a ser conocidos en nuestra cultura como “Los helados elegidos de Dios”. Conscientes de este tema, adoptamos por primera vez en la historia de la Alianza (ARM), un compromiso profundo con la renovación espiritual y del culto como llamado central y programa principal de nuestra vida juntos. Necesitamos desesperadamente una renovación en el poder del Espíritu Santo, una renovación que toque nuestras almas, que llene de energía a nuestras emociones, que replantee nuestra vida de alabanza y oración y que nos envíe con nuevo entusiasmo a emprender la misión de Cristo.[2]

¿Pero todo es un valle de huesos secos en el presbiterianismo actual? Afortunadamente no. Entre los signos esperanzadores están: una visión teológica sin igual; un renovado liderazgo para la justicia de Dios en el mundo; el hecho de que constituimos un pueblo de Dios inclusivo; que somos reformados, por lo tanto, ecuménicos; y, que a pesar de todo, contamos con comunidades cristianas vitales. En este Domingo de Pentecostés, como presbiterianos y reformados enraizados en una sólida teología del Espíritu, bien vale la pena recordar que la vitalidad y sobrevivencia de la Iglesia cristiana, es una cuestión del Espíritu en tanto comunidad pneumática.

1. Ezequiel, profeta del Espíritu
El panorama que nos presenta la “visión” del profeta Ezequiel, es la de un pueblo derribado y abatido, que es “levantado” o puesto de pie por el Espíritu/aliento de vida. Ezequiel era un sacerdote que es llamado por Dios para ser su portavoz (Ez 1:3). Cuando Dios lo llama se encuentra en Babilonia (tierra de los caldeos), vive en Tel-Aviv junto al río Quebar (Ez 3:15). En ese contexto, el salmista, desarraigado de su tierra, expresaría con profundo dolor: “Junto a los ríos de Babilonia, allí nos sentábamos y llorábamos acordándonos de Sión” (Sal 137:1ss). En el año 597 a.C. el pueblo de Judá había sido avasallado por el imperio Neobabilónico. Los caldeos, al frente de Nabucodonosor, habían conquistado Jerusalén (2 R 24:10-11, 13-14). Finalmente, para el 586 a.C., Nabuzaradán, comandante del ejército caldeo, destruyó completamente la ciudad santa y el templo bendito (2 R 25:8-10).
El pueblo de Israel había sido humillado totalmente, en esas circunstancias por demás adversas y frente al desarraigado de sus ancestrales raíces, el pueblo de Dios no puede seguir adelante. El pueblo escogido se siente abandonado y abatido. No era para menos. Todo estaba perdido a causa de la cautividad babilónica de Israel. Lágrimas recorrían las mejillas de ese pueblo humillado. Lamentos salían de las gargantas dolientes de ese pueblo mancillado. Y surge la inevitable y terrible pregunta ¿por qué? ¿Por qué nosotros? ¿Por qué Jerusalén? ¿Por qué el templo? El exilio babilónico se había presentado en toda su crudeza, porque se encontraban lejos de la tierra prometida, la ciudad santa estaba hecha cenizas y el templo no existía más. “Sin embargo, el exilio fue una época para probar ideas respecto a Dios – ¿Estaba limitado a Palestina? ¿Era impotente frente a los dioses babilónicos? ¿Podía adorársele en tierra extranjera?- y la fe”.[3] ¡La adversidad fortalece la fe!
En medio de este tremendo desaliento y desánimo completo, viene el Espíritu de Dios a animar, alentar y reconfortar. Ezequiel 37:1-14, es quizá la más celebre visión del profeta del exilio, Ezequiel es el profeta del Espíritu. Esa palabra contenida en el oráculo sobre los huesos secos, es la respuesta de Dios al desaliento y desánimo del pueblo de Israel, que se pregunta cómo podrá vivir frente a tal situación: “¿Cómo pues viviremos?” –dicen- (Ez 33:10). Fuera de la tierra prometida, los exiliados se sentían como huesos secos, sin esperanza y destruidos (37:11). Se veían solos, en la orfandad, el olvido y el desamparo. ¿Qué circunstancias actuales nos hacen sentir destruidos?
Entonces aparece una mano, la mano de Dios (1:3), la mano de Yahvé (37:1) que se lleva al profeta “en el Espíritu” y lo establece en un valle lleno de huesos secos. Aquello no es un cementerio como podríamos llegar a imaginar, sino un campo de batalla, donde yacen inertes miles de huesos resecos por el sol, son los cadáveres de quienes han perecido en un combate (v. 2). Lo que más impresiona en este texto es la “presencia masiva” de la palabra ruah. Esa palabra hebrea puede significar simplemente viento, aliento de vida o también espíritu. En este texto (y contexto) el Espíritu de Dios que inspira la Palabra, se muestra eficaz para reanimar y levantar a esos huesos. Por eso, Dios ordena al profeta que hable en nombre de Él a los huesos, para que éstos escuchen: “5El Señor les dice: Voy a hacer entrar en ustedes aliento de vida, para que revivan. 6Les pondré tendones, los rellenaré de carne, los cubriré de piel y les daré aliento de vida para que revivan. Entonces reconocerán ustedes que yo soy el Señor’” (DHH).
¿Dónde podemos reconocer hoy al Señor de la vida? “Y sabréis que yo soy Jehová”. ¿En medio de la precariedad de nuestras vidas humanas, podemos reconocer que la buena mano de Dios está con nosotros para sostenernos, reanimarnos e impulsarnos? El sacerdote Ezequiel profetizó a unos huesos secos y revivieron. Eso era inaudito, pero Dios así lo había dispuesto. La Palabra de Dios moviliza y sacude aquellos huesos inertes y sin vida, ¡empiezan a moverse! Aunque se empiezan a juntar y a unir, ¡no hay aún espíritu en ellos! ¡No tienen aliento de vida todavía! Pero entonces, la fuerza vivificante del Espíritu de Dios viene de los 4 puntos cardinales y se hace también presente para impartir vida:

Pero no tenían aliento de vida.9Entonces el Señor me dijo: “Habla en mi nombre al aliento de vida, y dile: ‘Así dice el Señor: Aliento de vida, ven de los cuatro puntos cardinales y da vida a estos cuerpos muertos.’” 10Yo hablé en nombre del Señor, como él me lo ordenó, y el aliento de vida vino y entró en ellos, y ellos revivieron y se pusieron de pie. Eran tantos que formaban un ejército inmenso[4] (DHH).

¿Quiénes son esos huesos? Son la casa de Israel (v. 11). Dios mismo pone su Espíritu sobre su pueblo abatido para reconfortarlo y llenarlo de la vitalidad para seguir adelante. El pueblo casi exterminado, descubre que Dios puede encontrarse también en el exilio, él está presente allí, en medio de la destrucción, la desolación y la muerte. El Señor llevaría nuevamente a su pueblo de regreso a su tierra, más aún, el Señor Dios afirmó: “pondré mi espíritu en vosotros y viviréis” (v. 14).

2. El Espíritu que da aliento de vida
La vida cristiana puede resultar agobiante como en la experiencia de Israel, la vida de la iglesia puede tornarse también difícil; como experiencias humanas en ellas a veces se encuentran el desaliento y el desánimo, el fracaso, la crisis, el dolor. Cuando las fuerzas faltan y el ánimo está caído no tenemos ganas para seguir adelante, estamos como unos “huesos secos”. El des-ánimo es la carencia del soplo vital en nuestra vida. El des-aliento es también la falta de la fuerza vital para la existencia. Las dos palabras (ánimo[5] y aliento) son sinónimas y tienen que ver con aquello que nos mueve o nos impulsa a seguir adelante. Sin ese talante es imposible proseguir en el camino porque no está el impulso vital (1 R 19:1-18). En este Pentecostés vale la pena recordar que la antropología teológica, nos presenta al hombre en la Biblia como un ser pneumático (πνευματικóς); es decir, un ser que necesita del “aliento” o “soplo vital” de Dios para sobrevivir y sobreponerse a la adversidad (–y, en el caso del profeta Ezequiel, para “erguirse”, para “levantarse” o para ponerse “de pie” como más adelante veremos-).
El libro de Génesis nos presenta al ser humano como alguien vivificado por Dios: “Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, sopló en su nariz aliento de vida y fue el hombre un ser viviente” (Gn 2:7). La Escritura nos muestra al hombre “necesitado” de un aliento de vida, de ahí que Elihú –amigo de Job- proclame: “Si pensara [Dios] en retirarnos su Espíritu, en quitarnos su hálito de vida, todo el género humano perecería, ¡la humanidad entera volvería a ser polvo” (Job 34:14-15, NVI).[6] Los Salmos dicen: “Escondes tu rostro, se turban; les quitas el hálito, dejan de ser, y vuelven al polvo” (Sal 104:29). Cuando Dios “retira” su Espíritu los seres humanos “caen a tierra”, perecen; en cambio, cuando “envía” su Espíritu “son re-creados” y la tierra es “renovada” (Sal 104:30).

3. El Espíritu que levanta y pone de pie
En la teología ezequeliana, el Espíritu “no tira al suelo” como proclaman las pseudo teologías de los predicadores carismáticos, sino que es más bien la falta del Espíritu la que “derriba” y “tumba”. Ezequiel 37:10 dice: “Y profeticé como me había mandado, y entró espíritu en ellos, y vivieron, y estuvieron sobre sus pies…”. ¡Una manifestación del Espíritu Santo no es tumbar a los creyentes al suelo! Porque como comenta Milton Schwantes, el Espíritu: “¡Es vida, es estar de pie! Véase: “el espíritu” no espiritualiza, sino que da estatura, firmeza. Si usted se arrastra por ahí, humillándose, dejándose someter, usted no es, ciertamente, ‘espiritual’; más aún, digamos, ‘carnal’, ‘óseo’. Gente ‘espiritual’ es gente erguida, con “gran fuerza, mucha y mucha [fuerza]”[7]. Dios sopla en el hombre la fuerza del espíritu vital (el “aliento de vida”) y es así que éste viene a convertirse en un ser viviente que se pone “sobre sus pies”. Pues bien, a veces este hombre pneumático se queda sin ese aliento, sin ese ánimo. Sencillamente no puede seguir adelante, cae. Por eso, el profeta Ezequiel nos presenta en este Domingo de Pentecostés una “teología del estar-de-pie” o como Clodovis Boff escribió,[8] una “Teología del pie-en-el-suelo”.

A él [al Espíritu] le interesan también los pies. Imagina: ¡los pies! ¡Pies espirituales! ¿Puede ser esto así? Pues, ¡no es que puede!
¡Lo espiritual está en los pies!
Es en eso que se ve su vida, la acción del Espíritu. De aquellos numerosísimos huesos resultan innumerables personas, puestas en pie. (…)
El Espíritu de la vida desea gente que esté en pie. Nada de silencio sepulcral o de ojos etéreos hacia lo alto.
¡Huesos, en pie! Esa es, por ejemplo, la maravilla del educar: sirve para fortalecer los pies. El proceso educativo siente gracia en los pies. “Es necesario caminar”, afirma el poeta. (…)
Qué bueno sería si en todas las iglesias, como moda ecuménica, el sueño fuera el de acompañar la acción del Espíritu en su obra, de que estemos en pie, a pie. Maravillarse con los huesos que el Espíritu pone en pie. Dejarse encantar por las maravillas que el Dios Trino realiza con las personas, con la gente. Andar con autonomía, a cuenta del Espíritu de los valles -¡He aquí la cuestión!
Atención, andar ¡con pie firme! No marchar “sin sentido”. ¡El Espíritu no es favorable al uniforme, ¡al ejército![9]

En este Domingo de Pentecostés hay que rescatar también la teología lucana del “poner de pie”, y no de derribar a nadie sin sentido. Entiéndase bien, el Espíritu Santo nunca tumba ni tira, sino que levanta. El relato de Lucas dice que “cuando llegó el día de Pentecostés”… “fueron todos llenos del Espíritu Santo”, pero ninguno de ellos cayó al suelo, a pesar de que la gente atónita pensaba que estaban borrachos. ¿Por qué insisten tanto los carismáticos en que el Espíritu nos hace caer? Terminemos con el testimonio apostólico que experimentó la venida del Espíritu Santo sobre sus vidas: “Entonces Pedro, poniéndose en pie con los once, alzó la voz y les habló diciendo: Varones judíos, y todos los que habitáis en Jerusalén, esto os sea notorio, y oíd mis palabras. 15Porque éstos no están ebrios, como vosotros suponéis, puesto que es la hora tercera del día.” (Hechos 2:14-15). ¡Sólo el Espíritu puede levantar hoy a su Iglesia!

4. Conclusión/aplicación
El Espíritu imparte vida, no confusión ni desilusión, revive, alienta, anima, reconforta, fortalece y pone de pie. “Yahvé-shamma”, así termina el libro de Ezequiel (48:35) y eso significa: El Señor está aquí a través de su Espíritu (2 Co 3:17). ¿Puedes sentirlo? Entonces, levántate, ponte de pie y sírvele. Amén.
23 de mayo, 2010.
[1] Puede consultarse el citado artículo en la siguiente dirección electrónica: http://www.reformedchurches.org/docs/FutureReformed-Espanol.pdf
[2] Idem. Las negritas son mías.
[3] Sanford Lasor, W., Panorama del Antiguo Testamento. Mensaje, forma y trasfondo del Antiguo Testamento, 1ª reim., Libros Desafío, Grand Rapids, 1999, p. 453.
[4] Ojo. No debe leerse que Dios “levanta un ejército en pie de guerra”. No, lo que levanta es una asamblea o comunidad (gr. Sinagoga), tal como traduce la Septuaginta (LXX): “10 και επροφητευσα καθοτι ενετειλατο μοι και εισηλθεν εις αυτους το πνευμα και εζησαν και εστησαν επι των ποδων αυτων συναγωγη πολλη σφοδρα”. Por eso, es preferible seguir la lectura de la Biblia Latinoamericana: “Profeticé según la orden que había recibido y el espíritu entró en ellos; recuperaron la vida, se levantaron sobre sus pies: era una multitud grande, inmensa” (Ez 37:10). En este sentido, es muy sugestivo leer el comentario de Milton Schwantes:
“Por lo tanto, el Espíritu no originó un ejército: sino que con personas “paradas sobre sus pies” (v.10) formó “un gran poder, mucho y mucho”, como se podrá traducir el hebreo en modo literal. Gente en pie es poder. Ejército no es propiamente poder, sino ¡miedo! Las personas con armas en la mano esconden su miedo. Posan como fuertes, pero allá en sus pantalones, las piernas están temblando: ¡miedo! Sobre este asunto véase el film: “El rescate del soldado Ryan”.
Podrán ser personas con tendones, con pies firmes, juntas, reunidas a modo de “la casa de Israel”, de “sinagoga”, de asociación, y de tantas otras formas.
De todos modos, al colocarnos en pie, el Espíritu apuesta por lo comunitario. Al hacernos ver tendones, el viento de los valles promueve también la unión de las personas.
Que vivan tales “tendones” con mucho “poder”, para que nos libre del “ejército”. Los huesos del valle no necesitan de él.
¡Es lo mismo! Los huesos, vistos por Ezequiel en el valle, eran subproductos de ejércitos. Los babilonios –señores en sus tiempos- tenían gusto en mutilar y deportar, “exterminar” en el lenguaje del v.11. Eran eximios torturadores, como lo habían sido sus antecesores, asirios y como lo fueron y son sus sucesores hasta el día de hoy. Producir huesos es su especialidad. Y quien, con armas, se opone a tales máquinas de hacer huesos, que son los ejércitos, no hace otra cosa que, igualmente, producir huesos. Fue por esto lo que Isaías ya decía: quien no cree (es decir: apuesta por el ejército), no permanece. (Vea ¡Is 7,9b!) ¡Transforma los huesos!”
Milton Schwantes. “Enfermedad y muerte – Experiencias en el exilio. Enfoques en Ezequiel 37,1-14” en ¡Es tiempo de sanación!, Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana (RIBLA) #49.
Puede consultarse en: http://www.claiweb.org/ribla/ribla49/enfermedad%20y%20muerte.html
[5] Del latín anĭmus, y este del griego ἄνεμος, soplo.
[6] El paralelismo es evidente en este versículo; así, retirarnos su Espíritu y quitarnos su hálito son paralelos, así como perecer y llegar a ser polvo.
[7] Milton Schwantes. Op. cit. Las negritas son mías.
[8] Clodovis Boff, Teologia del pie-en-el-suelo, Petrópolis, Editora Vozes, 1984, 4ª edição, 227p.
[9] Milton Schwantes. Op. cit.

sábado, 28 de noviembre de 2009

VENDRÁ... CON PODER Y GRAN GLORIA






Jeremías 33:14-16;

1 Tesalonicenses 3:9-13;

Lucas 21:25-36







Pbro. Emmanuel Flores-Rojas




Introducción







Poema de Rabindranath Tagore




¿No oíste sus pasos silenciosos?




¿No oíste sus pasos silenciosos?




El viene, viene, viene siempre.




En cada instante y en cada edad,




Todos los días y todas las noches.




Él viene, viene, viene siempre.




He cantado muchas canciones y de mil maneras,




Pero siempre decían sus notas:




“El viene, viene, viene siempre”.




En los días fragantes del soleado abril,




por la vereda del bosque,




Él viene, viene, viene siempre.




En la oscuridad angustiosa de las noches de julio,




Sobre el carro atronador de las nubes,




Él viene, viene, viene siempre.




De pena en pena mía,




Son sus pasos los que oprimen mi corazón,




Y el dorado roce de sus pies.




Es lo que hace brillar mi alegría




Porque Él viene, viene, viene siempre







Desarrollo




¡El viene siempre! ¡Porque vino ayer, porque vino hoy y porque vendrá mañana, es que hoy tenemos esperanza! Sí ¡Tenemos esperanza! Ese es el mensaje del primer Domingo de Adviento. Ese fue el mensaje profético de Jeremías a una nación destruida y desanimada, este es el mensaje para nosotros también:




6 Yo les traeré sanidad y medicina; los curaré y les revelaré abundancia de paz y de verdad. 7 Haré volver los cautivos de Judá y los cautivos de Israel, y los restableceré como al principio. 8 Los limpiaré de toda su maldad con que pecaron contra mí, y perdonaré todas sus iniquidades con que contra mí pecaron y contra mí se rebelaron. 9 Esta ciudad me será por nombre de gozo, de alabanza y de gloria entre todas las naciones de la tierra, cuando oigan todo el bien que yo les hago. Temerán y temblarán por todo el bien y toda la paz que yo les daré. (Jr 33:6-9).







Dios a través del profeta Jeremías proclamó sanidad y restauración para los pueblos de Israel y de Judá. Esa promesa de sanidad también es para nosotros, porque la fe en Jesucristo incluye la salud corporal tanto como la salvación física, en el español antiguo salud y salvación eran sinónimos ya que provenían de la misma raíz latina (salutis).







El Señor confirmó nuevamente sus promesas maravillosas a los reinos de Israel y de Juda: “14 »He aquí vienen días, dice Jehová, en que yo confirmaré la buena palabra que he hablado a la casa de Israel y a la casa de Judá” (33:14). Dios tuvo que desarraigar y destruir de su pueblo aquellas cosas que no servían a sus buenos propósitos (Jr 1:10 y 33:4-5; cfr., Os 6); pero prometió que haría “brotar a David un Renuevo justo, que actuará conforme al derecho y la justicia en la tierra” (33:15). Ese Renuevo sería Jesucristo, el cual se sentaría en el trono de David, su padre (Lc 1:32-33).




Jeremías es una de las descollantes figuras del Antiguo Testamento, dado lo im­presionante y vívido de su experiencia y mensaje. En las atinadas palabras de N. Füglister : “... Jeremías no sólo anunció de antemano una alianza nueva, sino que hizo mucho más: presentó por adelantado, como un nuevo Moisés, y sin saberlo, a través de su vida y sufrimientos proféticos, al futuro mediador de esta alianza: a Jesús que, como profeta doliente y mayor que Moisés, fue tenido por algunos de sus contemporáneos, y no enteramente sin razón, como un Jeremías reaparecido (cf. Mt. 16,14)”[1]







Frente a toda clase de injusticias, el Señor en su Reino mesiánico instauraría su justicia eterna, por medio de Jesús, el hijo de David (Lc 4:16ss). En el mensaje profético de Jeremías, la Primera Venida de Jesús era futura, pero bien segura. Jesús –como profetizó Jeremías- trajo con él la justicia eterna de Dios a la tierra:




El Espíritu del Señor está sobre mí,




porque me ha consagrado




para llevar a los pobres




la buena noticia de la salvación;




me ha enviado a anunciar




la libertad a los presos




y dar vista a los ciegos;




a liberar a los oprimidos




y a proclamar un año en el que




el Señor concederá su gracia. (Lc 4:18-19, BTI).







Jesús vino a “sanar a los quebrantados de corazón” (Lc 4:18c, RV-60) entre los que se encontraban los “pobres, presos, ciegos y oprimidos”. Aquí podemos ver claramente cómo entendió Jesús su ministerio profético de justicia.







El Evangelio de Lucas también nos trasmite en labios del mismo Jesús –profeta como Jeremías- los acontecimientos que estarían vinculados a su Segunda Venida, entre los que se encontraban cataclismos en el cielo, el mar y la tierra, de tal suerte, que las potencias mismas de los cielos serían conmovidas. El fragmento que hemos leído es un texto apocalíptico.




Todo el discurso escatológico o apocalíptico de Jesús nos da una visión positiva de la historia para fortalecer en nosotros la resistencia y la esperanza. El discurso no busca dar claves para calcular fechas y etapas de la historia, sino claves para discernir el sentido profundo y oculto de la historia. […] El objetivo, también aquí, es descubrir la orientación de la historia a la luz del triunfo final del Hijo del Hombre.[2]







En este primer domingo de Adviento, no podemos quedarnos en la inmovilidad. ¿Cuál es la aplicación del mensaje profético de Jeremías y de Jesús? La acción. La descripción que Jesús hace de esos acontecimientos no es para asustarnos o darnos miedo, sino para animarnos y fortalecernos: “Cuando comiencen a suceder estas cosas, –dice Jesús- anímense y levanten la cabeza, porque muy pronto serán libertados” (Lc 21:28; cfr., Sal 3:3). En este sentido, hay que tomar en cuenta el comentario que sobre estos versículos hace la Biblia de nuestro pueblo (Biblia del Peregrino América Latina):




Los eventos cósmicos con que Lucas describe este pasaje sobre la venida del Hijo del Hombre no hay que tomarlos en sentido literal, evocan una manera de pensar típica de la literatura apocalíptica (cfr., Dn 7:13ss) y sirven para establecer la diferencia entre esta primera manifestación o Encarnación de Jesús, sometido a la naturaleza y limitación humana y su segunda venida en todo poder y gloria como Amo y Señor del tiempo, de la historia y del mundo. A los discípulos les toca estar muy atentos a los signos de los tiempos (vv. 29-31); lo importante es saber descubrir esos signos y pensar que la venida de Jesús tiene como finalidad específica la liberación de toda la creación. Esta es la esencia de la esperanza escatológica de la primitiva comunidad y es también nuestra esperanza. (pp. 1658-1659).







Conclusión/aplicación




Así, el Adviento nos recuerda que el Señor ya vino, pero todavía tiene que venir, “con poder y gran gloria” en su Segunda Venida.




(El tema de esta sección 21,25-36 es la manifestación del Hijo del Hombre. Esta idea se entiende leyendo todo el capítulo 7 de Daniel, especialmente Dn 7,13-14. La conmoción cósmica de 21,25-26 es un símbolo para expresar conmociones históricas (económicas, políticas y sociales). Estas conmociones son positivas, porque cuando comienzan se acerca nuestra liberación (apolútrosis) y se acerca el Reino de Dios. Todo esto sucede en la generación presente (v.32). Esta generación es la generación de la Iglesia entre la Resurrección de Jesús y la Parusía. […] El triunfo o parusía de Jesús Hijo del Hombre es algo que nos llena de esperanza, porque con él se acerca nuestra liberación y el Reino de Dios. Hay que vigilar y orar para “estar en pie delante del Hijo de Hombre”).[3] Amén.


















[1] Jorge Torreblanca. “Jeremías: una lectura estructural” en Los libros proféticos. La voz de los profetas y sus relecturas, Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana (RIBLA) 35/36, http://www.clailatino.org/ribla/ribla35-36/jeremias%20una%20lectura%20estructural.html







[2] Pablo Richard. “Estructura y claves para una interpretación global del Evangelio” en Evangelio de Lucas, Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana (RIBLA) 44. http://www.clailatino.org/ribla/ribla44/estructura%20y%20claves.html







[3] Idem.

sábado, 14 de marzo de 2009

LA VERDAD SOBRE DIOS

Isaías 40:12-31
Pbro. Emmanuel Flores-Rojas.
INTRODUCCIÓN:
Las águilas siempre buscan las alturas, ellas vuelan a unos 1800 metros sobre el nivel del mar, construyen su nido muy alto. Hacen de su nido un hogar permanente y lo renuevan constantemente al llevar al mismo nuevas ramas. En la calidez de su nido instruye a sus aguiluchos, hasta que éstos pueden volar por sí mismos. Lo más sorprendente de las águilas es que saben reconocer sus signos vitales de envejecimiento y entonces, inician el proceso más trascendental de su existencia. Cuando las águilas tienen unos 40 años, van perdiendo paulatinamente sus fuerzas para volar en las alturas porque sus viejas plumas se vuelven pesadas, su pico se encorva en dirección a su pecho impidiéndoles comer bien y sus garras se vuelven muy apretadas por lo que no pueden sostener a sus presas.

Sabe que es el momento de renovarse o morir. Asume el control de su sobrevivencia, y regresa a su viejo nido, donde empieza un doloroso proceso de renovación y “rejuvenecimiento” que será vital para su supervivencia. La crisis durará alrededor de 5 meses. En este período golpea una y otra vez su pico contra una piedra, hasta que se le desprende y espera a que le salga uno nuevo. Con el pico renovado empieza a quitarse las viejas garras y espera a que salgan las nuevas. Después con pico y garras nuevas, empezará a quitarse sus pesadas y viejas alas. Así esperará hasta que las nuevas alas le salgan y entonces podrá remontarse nuevamente por las alturas, por un período de unos 30 años más.
DESARROLLO:
El profeta en el que basaremos la predicación de esta tarde, es conocido como el Segundo Isaías o Deutero-Isaías (cap. 40-55), a él le tocó predicar a los exiliados entre los años 550 y 539 a.C., al final del período del Destierro en Babilonia. Entre los años 598 y 583, Nabucodonosor, después de conquistar Jerusalén, había deportado a unos 20000 judíos a Babilonia.

La situación en Babilonia era desesperante porque el pueblo creía que Dios los había castigado y además, abandonado. En medio de su dolor no entendían los planes soberanos de Dios; al ver toda la parafernalia de la religión babilónica con sus grandes templos y tantos Dioses, llegaron a pensar que Dios ya no se acordaba ni se interesaba en ellos: “Israel, pueblo de Jacob, ¿por qué te quejas? ¿Por qué dices: ‘El Señor no se da cuenta de mi situación; Dios no se interesa por mí’?” (40:27).
Se sentían huérfanos, frustrados, olvidados y desamparados en tierra extranjera:
1 Sentados junto a los ríos de Babilonia,
llorábamos al acordarnos de Sión.
2 En los álamos que hay en la ciudad colgábamos nuestras arpas.
3 Allí, los que nos habían llevado cautivos,
los que todo nos lo habían arrebatado,
nos pedían que cantáramos con alegría;
¡que les cantáramos canciones de Sión!
(Salmo 137:1-3).

Los israelitas habían quedado impresionados ante el culto pagano que los babilonios ofrecían a sus divinidades. En la mentalidad de ese tiempo, se creía que el Dios del pueblo vencedor era superior al Dios del pueblo vencido. Muchos israelitas se dejaron seducir por tal idea y llegaron a pensar que Yahvéh su Dios, había sucumbido ante Marduc, el Dios supremo de los babilonios.

Es entonces cuando entra en escena el profeta Deutero-Isaías y proclama que Yahvéh, el Dios de los hebreos, no sólo no los había abandonado sino que era finalmente, el único Dios supremo e incomparable. Por ello, el profeta con un poema hermoso, evoca la grandeza inigualable del Dios de Israel. Lanza una serie de preguntas que van describiendo el poder excepcional de Yahvéh. La interrogante clave es ¿Quién…? Babilonia que era considerada la gran potencia militar y económica de ese tiempo, es como nada delante de Dios (40:15,17). Los “grandes hombres” de ese tiempo, que los estaban oprimiendo, también eran nada delante del Señor (vv. 23-24). Si los israelitas consideraban que lo que los caldeos gastaban en el culto a sus dioses era extraordinario, Dios les contesta diciendo que para Él, ni todos los árboles ni animales del bosque del Líbano, serían suficientes para ofrecerle un holocausto digno de su poder y deidad (40:16).
Dios a continuación, interroga a su pueblo con las siguientes preguntas (vv. 18, 25):
18¿Con quién van ustedes a comparar a Dios?
¿Con qué imagen van a representarlo?
25El Dios Santo pregunta:
“¿Con quién me van a comparar ustedes?
¿Quién puede ser igual a mí?”
Lo que los babilonios consideraban como Dioses no eran sino simples ídolos, que ellos mismos habían formado y fabricado a su ‘imagen y semejanza’:
19 Un escultor funde una estatua,
y un joyero la recubre de oro
y le hace cadenas de plata.
20 El que fabrica una estatua
escoge madera que no se pudra,
y busca un hábil artesano
que la afirme, para que no se caiga.
Pero los israelitas en medio de su desánimo y desesperación, no estaban viendo en el lugar correcto, estaban mirando donde no debían y buscaban respuestas donde no las encontrarían. De ahí que Dios les diga que levanten sus ojos al cielo y observen bien:
26 Levanten los ojos al cielo y miren:
¿Quién creó todo eso?
El que los distribuye uno por uno
y a todos llama por su nombre.
Tan grande es su poder y su fuerza
que ninguno de ellos falta.
En las crisis hay que enfocar bien nuestra vista, Dios nos llama a mirarlo, nos invita a volvernos a Él. Jesucristo no se quedó colgado en la cruz ni permaneció en el sepulcro, él no está abatido ni derribado, sino que se encuentra arriba de nosotros, por tanto, exaltado en la “majestad de las alturas”. Cristo vive y reina para siempre, enfoquemos nuestra mirada en Él solo (Col 3:1-3).
1Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. 2Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra, 3porque habéis muerto y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios.
Dios seguirá obrando con poder, como al principio de la Creación, más aún, Él esforzará y dotará de nuevo vigor a su pueblo apesadumbrado. Esta es su Palabra para nosotros hoy:
28 ¿Acaso no lo sabes? ¿No lo has oído?
El Señor, el Dios eterno,
el creador del mundo entero,
no se fatiga ni se cansa;
su inteligencia es infinita.
29 Él da fuerzas al cansado,
y al débil le aumenta su vigor.
30 Hasta los jóvenes pueden cansarse y fatigarse,
hasta los más fuertes llegan a caer,
31 pero los que confían en el Señor
tendrán siempre nuevas fuerzas
y podrán volar como las águilas;
podrán correr sin cansarse
y caminar sin fatigarse.
CONCLUSIÓN:
El salmo 103:5 dice así: “El que sacia de bien tu boca de modo que te rejuvenezcas como el águila”. ¡Dios nos renueva! ¡Dios nos llama al cambio! ¡Dios quiere recrearnos! ¡Dios desea que volemos como las águilas! ¡Dios puede restaurarnos! Este es el Dios que deben compartir esta semana en cada célula, hablen de la grandeza del Dios que adoramos, del Dios que predicamos aquí. Amén.
SAN PABLO
15/03/09

sábado, 27 de diciembre de 2008

LLAMADOS A HEREDAR BENDICIÓN

Deuteronomio 28:1-14; 1 Juan 5:1-5

Dios los ha llamado a recibir [y heredar] bendición (1 P 3:9).

Introducción:
Basta dar una breve lectura a cualquier periódico o mirar los noticieros en TV en estos días para darse cuenta que el mundo está “patas pa’riba”, perdón por la expresión; pero parecería que nadie tiene el control de la terrible situación en la que se encuentra México y el mundo. Frente a situaciones como esta, los cristianos también somos afectados por las malas noticias. A nosotros los creyentes también nos pegan los bajos salarios, la pérdida de empleos, la falta de liquidez económica y el temor por el narcotráfico.
Pero aunque eso es así, nosotros enfrentamos todos esos problemas de otra forma, lo hacemos con otra perspectiva, la perspectiva de la fe en Jesucristo. Por eso, el apóstol Pedro nos dirige está tarde la siguiente pregunta retórica: “Y quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?” (1 Jn 5:5, LBLA). Podemos enfrentar el futuro con esperanza, porque somos hijos e hijas de Dios. Nuestra fe nos amina a seguir adelante porque podemos confiar en el Señor y en todas sus preciosas y grandísimas promesas. Su Palabra dice que Dios nos ha llamado a recibir y heredar bendición (1 P 3:9).

Desarrollo:
1. La fe que vence al mundo:
El pasaje bíblico que hemos leído hoy nos dice que los creyentes somos vencedores, en Cristo somos triunfadores que vencen al mundo. El texto bíblico dice: “Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo…”. ¿Y quiénes son los que han nacido de Dios? Los cristianos, nosotros somos hijos de Dios, porque él ha hecho de nosotros unas nuevas criaturas en Cristo, nosotros somos parte de la gran familia de Dios esparcida por todo el mundo. Y a nosotros sus hijos, Dios quiere hacernos vencedores y no perdedores, triunfadores y no fracasados.

2. Llamados a recibir y heredar bendición:
Nuestro Padre celestial nos ha hecho promesas muy grandes, como las promesas que en el AT le hizo a su pueblo Israel, porque nosotros somos el nuevo Israel de Dios: “Y vendrán sobre ti todas estas bendiciones, y te alcanzarán, si oyeres la voz de Jehová tu Dios” (Dt 28:2). ¡Dios anhela bendecirnos en este nuevo año! ¡Dios quiere derramar sobre nosotros todas sus bendiciones! Sólo demanda de nosotros obediencia y fe: “todas estas bendiciones vendrán sobre ti y te alcanzarán por haber obedecido al Señor tu Dios” (Dt 28:2, DHH). La bendición de Dios nos alcanzará –dice su Palabra-. Más aún, el Señor promete darnos el triunfo y la victoria sobre nuestros enemigos: “Jehová derrotará a tus enemigos que se levantaren contra ti; por un camino saldrán contra ti, y por siete caminos huirán de delante de ti” (Dt 28:7).[1] ¡El Señor pondrá en nuestras manos a nuestros enemigos! Podríamos leer también en la Palabra lo siguiente: “El Señor derrotará los problemas que se te presenten”, pon ahí también la enfermedad, el pecado, etc.

En apenas catorce versículos, la Palabra de Dios menciona 10 veces la palabra bendición. Con tantas bendiciones de parte de Dios (bendición en la casa, en la familia, en el trabajo, en los hijos, en los proyectos, en los planes, etc.) ¿cómo no podemos sentirnos seguros en el futuro? El apóstol Juan por eso completa su frase diciendo: “… y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe”. Nuestra fe va ganando, nuestra fe es victoriosa, nuestra fe triunfa, nuestra fe conquista porque es la fe en Jesucristo, el Hijo de Dios. ¡Nuestra fe es bendecida por Dios, cuando nosotros le obedecemos! La Biblia enseña que en la obediencia a Dios hay bendición abundante. El versículo 12ss es precioso: “12Te abrirá Jehová su buen tesoro, el cielo, para enviar la lluvia a tu tierra en su tiempo, y para bendecir toda obra de tus manos…”. Dios quiere bendecir todo lo que emprendamos en el nuevo año.

La palabra hebrea que se traduce como bendición es beraká. Y si nosotros leemos atentamente su Palabra, nos vamos a dar cuenta que esa es la relación “natural” de Dios para con sus hijos. Dios establece una “relación de bendición” con nosotros, como la que estableció con los primeros seres humanos:

“Y los bendijo Dios” (Gn 1:28). Esta ha sido y es la situación normal de la
gente ante Dios. Todos desean una bendición, ser bendecidos o bendecir a
alguien. En el AT Dios se presenta como el Dios que bendice a su pueblo, siempre
dispuesto a derramar sus beneficios entre sus escogidos. En las Escrituras, esta
palabra [beraká] significa mucho más que sencillamente “ser feliz”. Por encima
de todo, significa contar con la aprobación del Señor y su buena voluntad para
con las personas, es entonces que las bendiciones del pacto están aseguradas.
[…] Ahora la bendición de Dios está disponible para su pueblo a través de
Cristo.[2]


Lo único que Dios demanda de nosotros, es la escucha atenta de su Palabra (Dt 28:1).

Conclusión:
Regresemos a casa con la certeza de que podemos vencer todo lo que se nos presente el próximo año (enfermedad, problemas, pérdidas económicas, temores fundados o infundados, decepciones, etc.) porque gracias a nuestra fe “cristológica”, todo lo podemos en Cristo que nos fortalece (Fil 4:13). Amén.

Pbro. Emmanuel Flores-Rojas
INP San Pablo, 28/12/2008.

[1] El Señor pondrá en tus manos a tus enemigos cuando te ataquen. Avanzarán contra ti en formación ordenada, pero huirán de ti en completo desorden. (DHH).
[2] Carpenter, E. E. y Comfort, Ph. W.¸ Glosario Holman de términos bíblicos, Broadman & Holman Publishers, Nashville, 2003, p. 34. El subrayado es mío.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

NAVIDAD: INVASIÓN Y MIGRACIÓN DIVINA

Ésta es una Navidad especial porque todos esperamos un año peor y la “esperanza” hoy está desacreditada.

Marco Rascón.[1]

Introducción:

Las Navidades, con el consiguiente fin de año y sus saldos, hacen florecer
nuestro apego al existencialismo, donde somos con nuestros actos los
constructores de nuestro destino. Confundiendo la obra individual con el
acontecer colectivo, hemos sembrado una realidad sombría, donde lo racional está
ligado a la crisis, la catástrofe, el escepticismo, la espera de algo que
destruya toda la tristeza que hemos construido, juntos y por separado. (…)

¡Qué Navidad! Con una agonía de siete días de administración del
pesimismo, esperando las catástrofes del año próximo, sus cifras de muerte, sus
investigaciones policiales, los discursos, decapitados, los nuevos escándalos,
la competencia electoral en los televisores, las llamadas de los bancos a que
les pagues, el desempleo, los embotellamientos, los incendios, las inundaciones,
los frentes y coaliciones, los zapatos en el aire, los accidentes y sus
peritajes, la abundancia de mentiras y la competencia sobre quién es peor.

¿Cómo será la próxima Navidad? Ojalá nos regalemos algo distinto.[2]



Así es como Marco Rascón, columnista de La Jornada, describe esta Navidad, como el fin de un mal año que está agonizando y el preludio de un año nuevo que podría ser mucho peor. “La ‘esperanza’ hoy está desacreditada” –dice-. ¿Pero es esta la Navidad cristiana que nosotros celebramos esta noche santa?

Desarrollo:

La Navidad como invasión divina

No. Nuestra Navidad es distinta. En la Navidad cristiana (porque hay una navidad no-cristiana donde Cristo está ausente, pero en cambio, está presente toda la parafernalia de la sociedad consumista) nosotros los creyentes, celebramos la vida plena y la esperanza en Cristo. La Navidad –apócope o contracción de Natividad (del lat. Nativitas, =generación o nacimiento)- representa la “invasión divina” en lo ‘natural’ o humano. Sí, Dios ha invadido al hombre en el “acontecimiento Cristo” (Cullman); pero esa invasión y rebajamiento divino, subsume y eleva lo humano al rango divino en Jesucristo, el Dios-Hombre. En Navidad, Jesucristo nos ha dado un lugar en el cielo junto a Él, como dice el apóstol Pablo, el Padre: “nos hizo sentar en los lugares celestiales en Cristo Jesús” (Ef 2:6). Pero también, en Navidad, Jesucristo nos ha hecho partícipes de la “naturaleza divina” como dice el apóstol Pedro (2 P 1:4). Esa invasión divina en lo humano es algo nuevo, y por ello, inesperado y sorprendente, de ahí que Lucas lo mencione así:

“De pronto, un ángel de Dios se les apareció, y la gloria de Dios brilló alrededor de ellos” (v. 9).

Este es el momento de la primera invasión de lo divino, no es la “invasión divina” misma, sino de lo divino, porque aparece el mensajero divino solamente: “un ángel de Dios”. ¡Sí, un ángel, pero de Dios! Él, como heraldo de Dios, trae la gloria brillante de Dios sobre sí y la despliega sobre aquellos pastores temerosos; pero la única “invasión divina” es la de Jesucristo, el Hombre-Dios. Mateo (1:21-23) al igual que Lucas, habla de aquella invasión divina, traduciendo así, aquel acontecimiento sin igual:

21María tendrá un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Se llamará así porque salvará a su pueblo de sus pecados.” 22Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había dicho por medio del profeta:

23“La virgen quedará encinta y tendrá un hijo, al que pondrán por nombre Emanuel” (que significa: “Dios con nosotros”).



La Navidad como emigración divina

La palabra natividad tiene la misma raíz latina que “nativo” y “natural”. En el nacimiento de Jesús el Cristo, Dios se hizo un nativo del mundo humano; Dios emigró al mundo en Jesucristo, naturalizándose como verdadero ser humano. Así lo dice el apóstol Juan: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14, RVR-60). ¿Qué aconteció realmente en la Navidad? Nació un emigrante. Dios en Jesucristo emigró al mundo, puso su tienda de campaña entre nosotros, “habitó en medio de nosotros”, vivió como uno de nosotros; en Navidad Cristo Jesús “6…siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, 7sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; 8y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo…”, así lo dice el hermoso himno cristológico de Filipenses 2:1ss.

En Navidad nació el emigrante celestial que “invadió” la esfera de lo humano: Cristo el Señor, ese es el mensaje central de la Navidad cristiana. El ángel anuncia en la noche, cuya oscuridad es iluminada por la gloria de Dios, que ha nacido el Salvador. Ese nacimiento es nada menos que la irrupción más grande de Dios en la historia de la humanidad. Los ángeles anuncian el nacimiento de Jesús en el pueblo de David, Belén. Belén (apócope o contracción de la palabra hebrea Bethlejem) significa “casa de pan”. Ahí, en ese pueblo de panaderos, es que nace el Hijo eterno de Dios. Ese es un nacimiento sin igual, porque Dios entra en la historia humana por medio de un pequeño niño, nacido en la oscuridad de la noche.

La gloria del Señor brilla alrededor de esos pastores (Lc 2:9), y los ángeles cantan diciendo: “¡Gloria a Dios en las alturas! ¡Paz en la tierra entre los hombres que gozan de su favor!” (Lc 2:14, DHH). ¡La gloria de Dios es el hombre vivo! Hoy en Navidad podemos decir con júbilo: ¡Jesús es Emmanuel! Dios está con nosotros, ¡nosotros los seres humanos gozamos de su favor!, y porque Dios es con nosotros, podemos enfrentar el futuro con esperanza, cualquiera que ese sea. ¡Aleluya! ¡Amén! ¡Gloria a Dios en el cielo, y paz en la tierra para todos los que Dios ama! (Lc 2:14, TLA).

Conclusión

La Navidad es alegría, Dios nos ha regalado una Navidad especial y distinta, dándonos esperanza y destruyendo “toda la tristeza que hemos construido, juntos y por separado”. Vayamos, regresemos a casa con la certeza de que lo ocurrido hace cerca de 2000 mil años en Belén de Palestina, sigue impulsando a la humanidad y dirigiendo la historia humana hacia su meta final. ¡Porque Jesús nació hace 2000 años invadiendo la esfera humana y emigrando del cielo a la tierra como un hombre de carne y hueso, nosotros sí tenemos futuro! Vayamos como aquellos humildes pastores que por el “acontecimiento Cristo”, pasaron del temor humano a la alegría divina: “Los pastores, por su parte, regresaron dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían visto y oído, pues todo sucedió como se les había dicho” (Lc 2:20, DHH).

Pbro. Emmanuel Flores-Rojas,

INP “San Pablo”, Navidad 2008.



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[1] “La Navidad que nos regalamos”, La Jornada, 23 de diciembre de 2008, p. 14.

[2] Idem. El subrayado es mío.

Por Cristo tenemos entrada, porque Él es nuestra paz

Efesios 2:17-18

Y vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos y a los que estáis cerca, porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre.

INTRODUCCIÓN
El tema central de la liturgia de este día es: “Conviviendo en paz”. ¿Pero conviviendo en paz, con quién? Sin duda con Dios mismo, con nuestros hermanos, vecinos, familiares, entre esposos, con la naturaleza, etc. Conviviendo en paz, tanto con los que “están lejos, como los que están cerca”.

DESARROLLO:
Pablo afirma en apenas 2 pequeños versículos, que Cristo vino y anunció el evangelio de la paz, porque el evangelio quiere decir: buenas nuevas, buenas noticias. Cristo ha venido a anunciarnos la noticia más excelsa de todas, la paz con Dios. Pablo en Efesios 2:17, está citando un texto del profeta Isaías (57:19) que dice así: “… les haré brotar en los labios este canto: Paz al lejano, paz al cercano –dice el Señor-, y lo sanaré” (Biblia del peregrino, América Latina). El Señor decreta paz para todos (el cercano y el lejano) no importando dónde se encuentren. La paz de Dios lo olvida y borra todo, por eso, unos versículos antes, el mismo profeta Isaías dice así: “No estaré recriminando siempre ni me irritaré constantemente, porque entonces sucumbirían ante mí el espíritu y el aliento que yo he creado” (57:16, idem). Este es nuestro Dios, que cuando perdona lo olvida todo para siempre, nunca más se vuelve a acordar de nuestros pecados ni nos los toma en cuenta. ¡Dios no tiene un libro contable donde va depositando nuestras deudas! Porque Jesucristo ya saldó todas nuestras deudas en la cruenta Cruz; por eso, con el Padrenuestro decimos: “perdónanos nuestras deudas”. ¡Ese es nuestro Señor pacificador!
Pero Cristo no sólo viene a anunciarnos la paz a todos nosotros (lejanos y cercanos) sino que nos ha abierto una puerta para llegar al Padre por medio del Espíritu de Cristo. Antes de que Cristo nos comunicara la paz con Dios, nosotros “éramos enemigos de Dios”. Pablo así lo dice en Romanos (5:10) “…siendo enemigos, fuimos reconciliados por Dios por la muerte de su Hijo”.
El 13 de septiembre de 1993, en Campo David, residencia de descanso del presidente de los EEUU; se reunieron Yitzhak Rabin, entonces primer ministro de Israel y Yasser Arafat, a la sazón presidente de la OLP (Organización para la Liberación de Palestina), ahora ambos están muertos, pero en aquella memorable ocasión Rabin dijo: “Es con los enemigos con los que se hace la paz y no con los amigos”.
Por el Señor Jesucristo hemos recibido la reconciliación (5:11). Así, la paz es reconciliación con Dios: “Cristo es nuestra entrada al Padre, porque Él es nuestra paz”. Jesús así lo dijo (Jn 10:9) “Yo soy la puerta; el que por mí entrare [al Padre] será salvo; y entrará, y saldrá…”. ¡En Jesucristo hay libertad! Libertad para entrar y salir.
Jesucristo es una puerta abierta al Padre, que nadie puede cerrar (Ap 3:8). Jesús es una “puerta abierta en el cielo” que nos abre acceso para llegar con libertad hasta el Padre (Ap 4:1; Heb 10:19-22). ¿Quieres que Jesucristo te lleve al Padre? Bueno, sólo tienes que invitarlo a entrar a tu corazón (Ap 3:20). Jesucristo te ha abierto una puerta para acercarte al Padre, ¿quieres ir por ese camino que Jesús te ha trazado?

CONCLUSIÓN
¡Dios quiere hacer la paz contigo, lo único que tienes que hacer es entrar por Cristo, la puerta abierta hacia el Padre!

Rev. Emmanuel Flores-Rojas