domingo, 23 de marzo de 2008

APOSTOLA APOSTOLORUM


La apóstol de los apóstoles
Juan 20:1-18

¡Jesús resucitó! Ha vencido con poder las ligaduras de la muerte. El padecimiento ha terminado. Ahora comienza la exaltación. El Credo dice: “…padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado; descendió a los infiernos; al tercer día resucitó de entre los muertos; subió al cielo y está sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso…”. Jesús se ha levantado incólume del sepulcro. ¡Jesús subió del sepulcro, la muerte no pudo retenerlo! “¡Qué venida! ¡Desde el ámbito del señorío de la muerte que a todos los seres humanos sojuzga…, desde la tumba!”.[1] ¡Jesús ha regresado, está de nuevo entre los vivos!

En el relato de la resurrección de este día, María de Magdala[2] es la protagonista. Ahí está ella sola, sin ningún hombre a su lado, se ha encaminado al sepulcro “siendo aún oscuro”, de madrugada (v. 1). María había estado a los pies de la cruz (Jn 19:25; et. al.) y ahora la encontramos a la entrada del sepulcro. ¡Por supuesto Jesús ya no está ahí! María se ha dado cuenta que la piedra que cubría el sepulcro ya no se encuentra en su lugar y piensa –aunque no ha entrado al mismo- que se han llevado el cuerpo de Jesús. Corre entonces al encuentro de dos de los discípulos del Señor para decirles: “—Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto” (Jn 20:2). Y aquello se convierte en una corredera… María corre… Pedro y el discípulo amado también corren… uno corre más aprisa… bueno ¿cuántos de nosotros corrimos esta mañana para llegar aquí primero?

El discípulo amado llega primero al sepulcro pero no entra, Pedro llega en segundo lugar pero entra primero al sepulcro y “ve”. El discípulo amado que había llegado primero al sepulcro entra en segundo lugar y también “ve”, pero además de ver, también “creyó”. El texto nos ha transportado de la muerte a la vida y del ver al creer,[3] del primero al segundo, del segundo al primero, de la mujer a los varones. Pedro y el discípulo amado son los primeros testigos del sepulcro vacío, pero María Magdalena como veremos a continuación, es la primera discípula en ver al Señor Resucitado. Los discípulos se “vuelven” a los suyos… pero María permanece fiel junto al sepulcro.

Para los creyentes del primer siglo, la participación de la mujer dentro de la iglesia fue muy importante. De ahí, que los evangelios no dejen de mencionar y reconocer la labor de ellas en torno al ministerio de Jesús, su crucifixión y finalmente su resurrección (Mt 28:1ss; Mc 16:1ss; Lc 23:55-24:3ss). Todos los Evangelios concuerdan en que las mujeres, discípulas de Jesús, acudieron puntualmente el día domingo al sepulcro. En este domingo de resurrección, estamos aquí, celebrando el triunfo final y definitivo de Jesucristo sobre los poderes de la muerte. Pero también nos encontramos recordando que fue un pequeño número de mujeres quienes se aventuraron, siendo muy de mañana al sepulcro del Señor para ungirlo con especias aromáticas. Cierto es que no iban porque pensaran que Jesucristo resucitaría como había dicho, sino que iban a cumplir con el rito de ungir el cadáver. Las mujeres no van con esperanzas sino en desesperanza, hasta desesperadas.

Y así, después del aviso a los discípulos y cuando ellos regresan con los suyos tan pronto como terminan de cerciorarse que el cuerpo del Señor ya no está en su lugar, María Magdalena permanece fuera del sepulcro llorando. Es entonces, cuando ella finalmente se inclina al interior del sepulcro para “mirar”, y “ve” dos ángeles. Los ángeles interrogan la causa de su llanto, y ella insiste en la idea de que se han llevado a su Señor.

Entonces María se vuelve, le da la espalda al sepulcro y súbitamente se topa con Jesús, lo “ve” pero no lo reconoce, no sabía que era Jesús. Jesús al igual que los ángeles la interrogan sobre la causa de su llanto y añade ¿a quién buscas? Pero ella insiste con la idea de que alguien se ha llevado a Jesús, todavía no ha entendido que era necesario que Jesús resucitara de entre los muertos conforme a las Escrituras. Viene a continuación algo inusitado e inaudito: Jesús se revela por fin como el Mesías Resucitado a María Magdalena, precisamente una mujer que no creía todavía en la resurrección de Jesús. Jesús la llama por su nombre y le comisiona el anuncio de su resurrección. “Cuando Jesús la llama por su nombre es cuando se opera en ella un cambio: el verbo se traduce ‘se volvió hacia atrás’ o ‘vuelta completamente’ (v.16). El otro discípulo había ‘visto’ antes de ‘creer’, María ‘escucha’ y esta voz le abre al reconocimiento del Resucitado”.[4]
¡Jesús sigue llamándonos por nuestro nombre y continúa comisionándonos!

María de Magdala se convierte así en la apóstol de los apóstoles. ¿Cómo es que María Magdalena ha llegado a convertirse en una auténtica apóstol? Veamos cómo llegó a esa importante posición. En el evangelio de Juan es María Magdalena y no Pedro, la que primero ve al Señor resucitado. Ahora bien, según el Apóstol Pablo,[5] dos eran las credenciales que deberían reunir aquellos que eran considerados apóstoles del Señor. 1) Haber visto a Jesús el Señor resucitado; y, haber sido enviado por Jesús para proclamarle (1 Co 9:1-2; 15:8-11; Gal 1:11-16).[6] Entonces, “el apóstol tiene que ser testigo de Jesús [resucitado], tiene que haber conocido a Jesús y recibido de él un mandato”.[7] Maria Magdalena, según el relato juánico cumple a cabalidad con tales requisitos para ser una apóstol:

En Jn 20:2-10, -como ya vimos- Simón Pedro y el discípulo amado acuden al sepulcro vacío y no ven a Jesús (asimismo Lc 24:12-24); de hecho, únicamente el discípulo amado percibe el significado de las ropas del sepulcro y llega a creer. Es a una mujer, a María Magdalena, a quien Jesús se aparece primero, instruyéndola para que vaya e instruya a sus ‘hermanos’ (los discípulos: 20:17 y 18) acerca de su ascensión al Padre. […] en Juan (y en Mateo), María Magdalena es enviada por el mismo Señor resucitado, y lo que ella proclama es el anuncio apostólico de la resurrección: ‘he visto al Señor’.[8]

A María ningún ser humano corriente la eleva a la categoría de apóstola sino el mismísimo Señor Resucitado: Jesús. La convierte en evangelista de la resurrección. Es enviada a anunciarles la buena nueva de la Resurrección a los apóstoles mismos. María de Magdala es además, parte del rebaño de ovejas que reconocen la voz de su pastor, cuando éste las llama por su nombre (Jn 10:3-5; cfr., 20:16). A la luz de todo lo anterior podemos ver que las mujeres nos son por nada, creyentes de segunda categoría y que Jesús las eleva al mismo nivel que los hombres. “Maria Magdalena, [es] la “Apóstola de los apóstoles”, la primera cristiana, quien primero presenció y predicó la Resurrección, la primera profesora de los apóstoles, una de las primeras discípulas; en resumidas cuentas: la discípula amada”.[9] Amén.

Pbro. Emmanuel Flores Rojas,
San Pablo,
Domingo de Resurrección, 23/03/08.


Bibliografía mínima:
[1] Barth, K., Instantes, Sal Terrae, Santander, 2005, p. 41.
[2] Magdalena: Se deriva de Magdala, población situada sobre la orilla occidental del mar de Galilea, al norte de la ciudad de Tiberíades, o de expresión del Talmud que significa "rizar pelo de mujer", en referencia a las adúlteras.
[3] Cfr., Moitel, P., Grandes relatos del evangelio. Construcción y lectura, CB 98, Verbo Divino, Navarra, 1999, p. 10.
[4] Ibid., p. 11.
[5] El mismísimo apóstol Pablo había tenido que hacer una defensa apasionada de su “título” de Apóstol. Aunque Pablo no fue discípulo directo de Jesús sí pudo ser apóstol, porque “para Pablo, la revelación de Jesús resucitado tiene el mismo valor, a la hora de dar testimonio, que el hecho de haber vivido con Jesús en Galilea” (Comblin, J., Pablo: Trabajo y Misión, Sal Terrae, Santander, 1994, p. 98). María Magdalena sin embargo, sí fue discípula directa de Jesús y después también una apóstola.
[6] Brown, R. E., La comunidad del discípulo amado. Estudio de la eclesiología juánica, 4ª ed., Sígueme, Salamanca, 1996, p. 184.
[7] Comblin, J., op. cit., p. 103. El subrayado es mío.
[8] Brown, R. E., op. cit., pp. 184-185.
[9] Pérez Álvarez, E., Marcos, Augsburg Fortress, Minneapolis, 2007, p. 148.

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