lunes, 23 de junio de 2008

RESPUESTAS A JOB



Pbro. Emmanuel Flores-Rojas


La vida en Cristo es una vida de constantes luchas y pruebas. Nadie prometió que la vida cristiana sería fácil y sin contratiempos. Al contrario, cuando en el libro de Hebreos miramos a esa gran “galería de hombres y mujeres de fe”, encontramos que todos ellos sufrieron por causa de la fe que profesaban (Heb 11:32-40).
Prácticamente todos los hombres y mujeres de Dios han atravesado por el crisol del dolor, en el que Dios purifica a sus hijos e hijas, para separar la escoria y lo vil, de lo precioso y bello. Pero a pesar de todo el dolor y el sufrimiento inexplicable que nosotros pudiéramos experimentar como siervos de Dios, podemos descansar en la promesa de Jesús: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción, pero confiad, yo he vencido al mundo”. En este mismo versículo, la Biblia del Peregrino dice: “Les he dicho esto para que gracias a mí tengan paz. En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo” (Jn 16:33). Jesús ha vencido al mundo, lo que significa que Jesús ha derrotado también el dolor y el sufrimiento por el que tenemos que atravesar los creyentes. Pero aunque Jesús ya sufrió, nosotros todavía sufrimos. (Ilustración)
Un personaje bíblico que sufrió mucho dolor es Job. Job es el paradigma de todo hombre sufriente, así como “Adán” somos todos los “seres humanos” (Gn 5:1ss), en Job se encuentra personificado cada hombre que sufre sobre la tierra; sus luchas son también las nuestras. Job está cerca de nosotros como hombre sufriente, como ser humano doliente; pero sobre todo, como hombre actual. Job es más que un simple hombre, Job es todo ser humano que no alcanza a entender el misterio del dolor y el propósito de Dios en ese dolor. Así, Job trata de resolver preguntas tan radicales como: ¿Por qué sufren los inocentes? ¿Por qué existe el mal? ¿Dónde está Dios en medio de mis sufrimientos? ¿Cuántos de nosotros no hemos sufrido pérdidas económicas? ¿Cuántos de ustedes no ha sufrido separación o desprendimiento de seres queridos? ¿Cuántos no hemos pasado por circunstancias dolorosas que no hemos terminado de entender? Todas estas son preguntas acuciosas.
Por eso, la Biblia no nos presenta a Job ubicándolo espacio-temporalmente; Job no aparece en un tiempo ni en un espacio específico, sólo dice que es de Uz, un lugar que no es posible ubicarlo hoy (1:1). Tampoco nos da la lista genealógica de los ancestros de Job, ni nos habla de ninguno de sus antepasados -algo corriente en sus días-. El autor bíblico introduce a Job en la historia humana sin un origen claro y específico. ¿Por qué lo hace así el autor bíblico? Porque intenta mostrarnos que Job somos todos en algún momento de nuestras vidas o de nuestra existencia sobre la tierra. De ahí que el relato bíblico se abre diciendo: “Había una vez (o hubo una vez) en tierra de Uz un hombre llamado Job”. Pero tú y yo, en cuanto seres humanos que sufrimos, sí podemos ser ubicados en todo tiempo y lugar, en todo momento de dolor y de aflicción sin número.
Job nos presenta el problema teológico (¡y también psicológico!) del sufrimiento del inocente en toda su crudeza, del hombre “bueno”, del justo que sufre, de ese hombre “perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal” (1:1b). La historia de Job es un drama de poca acción pero de mucha acción. Job es un hombre que vive una vida de plenitud en todos los aspectos de su existencia: el sentimental, el económico, el religioso, en salud, etc.; él no esperaba la desgracia porque se sentía y se creía el consentido de Dios, por supuesto que Job como muchos de nosotros, no quería sufrir ni llorar. Cuando todo era miel sobre hojuelas, le viene la terrible catástrofe; podríamos decir que cuando menos se lo espera le sobreviene lo que siempre temió (Job 3:25). ¿Cuántas veces nos ha pasado algo similar? Que lo que más temíamos nos aconteció. Cuantas veces, cuando todo va bien y mejor, de pronto ¡zas! nos cae turbación.
Entonces aparece en escena, el “adversario” por antonomasia de los seres humanos, el enemigo por excelencia del hombre: Satanás, el acusador. El incitador de calamidades aparece entre los “hijos de Dios”, lo hace para denunciar a Job ante el trono del Señor. Dios le pregunta ¿de dónde vienes? Y el responde: “de rodear la tierra y de andar por ella”. Eso nos recuerda las palabras del apóstol Pedro, refiriéndose a él como el león rugiente que anda “alrededor” buscando a quien devorar (1 P 5:8). Pedro sabía de qué estaba hablando, sin duda, recordaba su propia noche “oscura” en el huerto de Gethsemaní. Ahí está Satanás delante de Dios, ha acudido a su cita no como un agente independiente, sino como un siervo de Dios que cumple también él, los propósitos eternos de Dios.
Dios presenta a Job como su “siervo”, título honorífico que sólo algunos pueden sustentar. Dios está orgulloso de Job, porque “no hay otro como él en la tierra”. Dios reconoce la obediencia e integridad de su siervo Job, porque éste es un hombre en extremo piadoso que se cuida de ofrecer holocaustos a favor de sus hijos.
Satanás aparece en otros lugares como aquel que incita al hombre a obrar el mal, pero ahora promueve que Dios levante su mano contra su amado siervo Job. Satanás en extremo astuto, mete la duda, pero Dios prende a los astutos en su astucia. Job resiste el primer embate (1:22), pero el segundo ataque empieza a quebrantar su fe (2:10c), y entonces, empiezan a surgir las preguntas, preguntas acuciosas y difíciles de contestar…


INP “San Pablo”
Metepec, México
22/06/08

sábado, 7 de junio de 2008

EL POEMA DE DIOS



¿Qué es el hombre, para que lo engrandezcas,

Y para que pongas sobre él tu corazón,

Y lo visites todas las mañanas…?

Job 7:17ss.

Introducción:

Es de todos conocidos que en el billete de 100 pesos, hay un hermoso poema del rey poeta Nezahualcóyotl de Texcoco. Su poema se titula Mi hermano el hombre y dice así:

Amo el canto del Zentzontle

Pájaro de cuatrocientas voces

Amo el color del jade

Y en enervante perfume de las flores

Pero amo más a mi hermano el hombre

Aquí Nezahualcóyotl manifiesta lo que era más importante en la vida de un poeta nahua, la flor y el canto. Flor y canto eran el símbolo de la felicidad suprema, de la felicidad por antonomasia. Pero por encima de la flor y el canto se encontraba el propio ser humano. Nezahualcóyotl, huey tlatoani de Texcoco, dice, pero por encima de todo eso, “amo más a mi hermano el hombre”.

Desarrollo:

La Palabra de Dios nos enseña que las bellas artes son producto del hombre, el cual manifiesta el ser imagen y semejanza de Dios al crear también él, cosas hermosas. La Biblia enseña que fueron los descendientes de Caín, quienes como pastores nómadas empiezan a practicar la ganadería (Jabal), crean la música (Jubal) y también la herrería (Tubal-caín; Gn 4:20-22). En ese sentido, las Escrituras nos muestran cómo el hombre es co-creador con Dios, de belleza y arte. La poesía es parte de la belleza, a través de ella expresamos sentimientos, pensamientos y estados de ánimo. ¡Dios ha creado todo lo bello! ¡Te ha creado a ti!

Si el hombre está hecho a la imagen y semejanza de Dios, eso significa que Dios crea cosas bellas y hermosas para su propio deleite y gozo. Hombre y mujer somos “imagen y semejanza de Dios” (Gn 1:26-27; 5:1-2; Stg 3:9). Cuando Dios fue formando todas sus obras de creación, la Biblia menciona una acción de Dios, está en los siguientes versículos (Gn 1:4, 10, 12, 18, 21, 25). Esa frase es: “Y vio Dios que era bueno”; pero es sólo hasta que Dios crea al ser humano que la frase cambia (Gn 1:31), “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera”. El ser humano en cuanto “imagen y semejanza” de ese Dios creador, le viene a dar pleno significado a la creación. Ésta no estaría completa si el hombre no hubiera sido creado. ¡El ser humano es corona de la creación!

Como veremos a continuación, Dios es un poeta y nosotros somos su poema. Así lo dice Pablo en Efesios 2:10.[1] Ninguna traducción logra verter toda la fuerza del idioma griego original, porque cuando dice que “somos hechura suya”, el griego literalmente dice: “somos su poema”. En ese sentido, somos la obra de arte de Dios, somos la obra maestra de Dios. Su Palabra dice que Él nos hizo un poco menor que los ángeles, que Él nos coronó de gloria y de honra (Sal 8:5). Otra traducción dice: “Lo hiciste apenas inferior a un dios, lo coronaste de gloria y esplendor” (Biblia del Peregrino). Esto es maravilloso, y tiene profundo significado para nuestra vida, porque ser el poema de Dios, quiere decir que somos por mucho, superiores a cualquiera otra obra de la creación. Dios quiso ponernos muy por encima de sus criaturas, muy por encima de sus obras de creación (Sal 8:6ss).

Aquí encontramos la alta dignidad en la que Dios nos puso, el gran honor que nos concedió. El Salmo 8 inicia y concluye con una exclamación de profunda admiración ante la grandeza de Dios (vv. 1 y 9). El salmista se pregunta una y otra vez, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él? ¿Qué es el ser humano para que lo visites? ¿Qué es el hombre para que en él pienses? ¿Qué es el ser humano para que lo estimes? (Sal 144:3). Y la propia Palabra de Dios responde: el ser humano es el poema de Dios. ¡Somos el poema de Dios! El hombre es poesía divina. El Nombre de Dios es glorioso en toda la tierra, porque sobre ésta se encuentra su representante, su imagen y semejanza: el hombre, el ser humano. ¡Qué maravilla! Usted jamás debe sentirse menos, nunca debe considerarse inferior porque usted es el poema de Dios. ¡Dios lo tiene en altísima estima!

Quiero terminar este sermón de antropología bíblica con un poema de un poeta colombiano de nombre César Abreu Volmar, titulado Somos tu poema:

Quise escribir el mejor poema
pero tú lo habías hecho, Señor.
Y quise encontrar la mejor palabra
pero tú eres la Palabra por excelencia.

Somos tu poema
escrito con amor
y con sangre de tu Hijo,
de tu propio corazón.

El mundo es tu parto de palabras,
somos las sílabas de tu gran canción.
Somos tu poema

Pbro. Emmanuel Flores-Rojas.


[1] 10aujtou` gavr ejsmen poivhma, ktisqevnte" ejn Cristw`/ jIhsou` ejpi; e[rgoi" ajgaqoi`" oi|" prohtoivmasen oJ qeo;", i{na ejn aujtoi`" peripathvswmen.

EL HOGAR, IGLESIA DOMÉSTICA


Pbro. Emmanuel Flores-Rojas.

Winston Churchil dijo hace 100 años, en 1908 lo siguiente: “Construyamos con inteligencia, construyamos con seguridad, construyamos con lealtad, construyamos no para el momento, sino para los años por venir y, por ende, para establecer aquí abajo lo que esperamos encontrar allá arriba –una casa de muchos aposentos, donde haya lugar para todos”.1

“Construyamos con inteligencia” decía Churchil, quizá no me equivoque, pero ese es el pensamiento que a lo largo de la vida ha dirigido el obrar del hermano Alejandro Casasola y el de su esposa; él me dice constantemente: “Emmanuel: hay que pensar para hacer las cosas, no hacer las cosas para pensar”. A eso llamo yo inteligencia, y más que inteligencia, sabiduría; la sabiduría que da la vida, el tiempo, las experiencias. Pero sobre todo, la sabiduría que da la Biblia, el Libro de Dios. En ese sentido, la mejor “guía” que uno puede obtener para construir un hogar no para el momento sino permanente y para el porvenir, es la Biblia. Sé que ella ha sido el centro del ser y quehacer del matrimonio Casasola López. Veamos entonces, qué consejos nos brinda La Palabra.

En primer lugar, La Biblia dice que si Dios no edifica la casa (=familia) en vano trabajan los que la edifican (Sal 127:1). Para construir una familia, se necesita la ayuda y bendición de Dios, de lo contrario se estará trabajando en vano. Ya lo he dicho en otras ocasiones, la familia cristiana es la iglesia doméstica. La Palabra de Dios nos enseña que la piedra principal de la Iglesia es Cristo, lo mismo aplica para la iglesia doméstica. Así, sólo las familias que tienen como centro de su existencia a Jesucristo, pueden permanecer en pie. Jesús así lo dijo: “Una casa dividida contra sí misma no puede permanecer” (Mc 3:25). Cristo tuvo que ser el centro de este matrimonio que ustedes tienen delante, para que haya permanecido tantos años incólume.

Esto es importantísimo para las nuevas generaciones. Muchos dicen: bah, eso funcionaba antes, pero hoy ya no aplica. Mucho jóvenes piensan: “puedo casarme con quien quiera con tal que me ame”. Sí, el amor es importante; pero más importante que el amor entre pareja, es el amor que como pareja tengan a Jesús, centro de la existencia familiar. Una familia dividida en cuanto a la fe, no puede permanecer de pie. El apóstol Pablo lo enseñó en los siguientes términos. Hablando de la mujer dice: “que se case” (1 Co 7:36c); ella (igual que el varón) tiene libertad para escoger con quien casarse: “libre es para casarse con quien quiera” –dice el apóstol-, pero pone una condición: “con tal que sea en el Señor”. La unidad de la fe en el Señor Jesucristo es primordial para el éxito de un matrimonio hoy, tanto como ayer. Evitemos el fracaso matrimonial, teniendo como centro de la existencia matrimonial a Jesús. Jóvenes y señoritas, hagan caso a la recomendación de su abuelito: “hay que pensar para hacer las cosas, y no hacer las cosas para pensar”.

“Construyamos con seguridad” pedía también Churchil. Pues bien, en segundo lugar, quiero hacer notar que para construir una familia con seguridad, se tiene que apelar a la bendición y protección de Dios. Y en la edificación o construcción de una familia, intervienen dos; siempre es la pareja bendecida por Dios, la que puede edificar con seguridad. Por ello es que para construir una familia, también la inteligencia de la esposa cuenta, y mucho; Proverbios 14:1, así lo dice: “La mujer sabia edifica su casa…”. La palabra matrimonio, viene de la unión de dos palabras latinas: matriz y mundi, literalmente: oficio de madre. Ese ha sido el alto honor que ha desempeñado su mamá en estos 60 años de matrimonio. El “oficio de madre”, para ello no sólo ha contado con el apoyo de su fiel esposo, sino también de una sabiduría sin igual. No creo equivocarme, cuando afirmo que la decisión más sabía que esta mujer de Dios tomó un buen día, fue cuando con palabras similares a las que Rut dirigió a su suegra Nohemí; un día, nuestra hermana Toyita dijo a su esposo: “Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios, mi Dios” (Rut 1:16). Aquí están los dos ingredientes para un matrimonio para toda la vida, para un matrimonio próspero.

Aquí delante de nosotros, tenemos a un matrimonio que ha llegado felizmente a su 60 aniversario, porque ellos han sido sabios e inteligentes. Ellos supieron muy temprano que sólo tomados de la mano de Dios podrían edificar y construir una sólida familia, una familia cristiana. Ellos convirtieron su hogar en una iglesia doméstica. Josué casi al final de sus días le dijo al pueblo de Israel: “… yo y mi casa serviremos a Jehová” (Jos 24:15). Ese ha sido el deseo de este hermoso matrimonio, hoy ellos pueden decir como Josué: “Nosotros y nuestra familia serviremos al Señor”.

Para formar matrimonios tan sólidos como este que tenemos delante de nosotros, se necesita de la bendición de Dios. Nosotros unidos a ellos, damos gracias a Dios por la gracia tan grande con la que el Señor Jesús con la asistencia de su Espíritu, les ha dotado. Dios les bendiga.

INP “San Pablo”

06-06-08