domingo, 10 de febrero de 2008

EL DESATINO DE LOS MALOS

(O COMO RESBALAR FÁCILMENTE)
Salmo 73

Son varios los textos bíblicos que se ocupan de la imposible teodicea.[1] La teodicea intenta explicar la existencia del mal y justificar la bondad de Dios. Dentro de la Biblia, el problema del mal es tratado en los libros de Job y Eclesiastés, así como también en el Salmo 73, que ahora nos ocupa. La pregunta que pesa en el fondo de estas obras es, ¿por qué Dios en su gobierno del mundo permite el mal y sus consecuentes injusticias, como por ejemplo la aparente prosperidad del injusto y el sufrimiento del justo? ¿Alguna vez se ha preguntado por las injusticias de la vida? Yo sí, y muchas veces lo he hecho. Por ejemplo, por qué el que no estudió y copió en el examen sacó mejores notas que yo que sí estudié. O, por qué aquellos que se esfuerzan en servir al Señor sufren esto o aquello, y el impío en medio de su impiedad no sufre por nada. Por qué un hombre que robó un trozo de pan está en la cárcel y los delincuentes de cuello blanco, que viven del erario público la ley ni siquiera los toca. Por qué los hijos de una tal Sahagún gozan de total impunidad, cuando los hijos de la vecina fueron metidos en la cárcel. Y los porques pueden multiplicarse, sin que encontremos respuesta a ello. A veces, podemos ser hasta pesimistas en referencia a todo esto, como el autor de Eclesiastés (4:1-2):

1Me volví y vi todas las violencias que se hacen debajo del sol: las lágrimas de los oprimidos, sin tener quien los consolara; no había consuelo para ellos, pues la fuerza estaba en manos de sus opresores. 2Alabé entonces a los finados, los que ya habían muerto, más que a los vivos, los que todavía viven. 3Pero tuve por más feliz que unos y otros al que aún no es, al que aún no ha visto las malas obras que se hacen debajo del sol.[2]


¿Todo resultará vano en esta vida? ¿Es igual ser cristiano que no cristiano, creyente que no creyente? A veces, parece que sí, pero aunque la Biblia calla muchas cosas, nosotros debemos de mantenernos firmes en el Señor, porque como dice el salmista: “Ciertamente es bueno Dios para con Israel, para con los limpios de corazón” (Sal 73:1).

Asaf era un animador litúrgico de los levitas, estaba vinculado a la alabanza a Dios (1 Cr 15:16-17; 16:4-5); él es el autor del presente salmo, con que inicia el libro tercero de los Salmos, inicia su reflexión contándonos su propia experiencia: “2En cuanto a mí, casi se deslizaron mis pies, ¡por poco resbalaron mis pasos!, 3porque tuve envidia de los arrogantes, viendo la prosperidad de los impíos”. ¿Quién de nosotros no ha tenido envidia alguna vez? Yo muchas, sobre todo de los impíos. ¿Es eso razonable? Creo que no, porque ¿cuál es la actitud de los injustos o de los impíos? (vv. 4-9).

No le ha llegado a parecer que sus problemas son únicos y que los demás no los padecen, especialmente los incrédulos, al salmista sí, por eso exclama: “no tienen los problemas de todos; no sufren como los demás” (v. 5, TLA). No sólo eso, sino que hablan mal contra Dios y parece que nada les pasa (cfr., v. 9 TLA). “Y dicen: «¿Cómo sabe Dios? ¿Acaso hay conocimiento en el Altísimo?»” (v. 11). Eso es el colmo de la burla contra Dios, es el colmo de la insolencia y la insensatez (Job 22:13-15; Sal 10:4,11; 14:1; 53:1; Is 29:15). Parece que los impíos son más bendecidos que los fieles, se hacen más ricos y les va muy bien (“Estos impíos, sin ser turbados del mundo, aumentaron sus riquezas”, v. 12; cfr., Sal 10:5-11). Y a veces, en medio de nuestra incomprensión, llegamos a decir como Asaf: “¡De nada sirvió hacer el bien y evitar los malos pensamientos!” (v. 13, TLA). ¡No vale la pena ser cristiano! ¡Antes de seguir a Cristo me iba mejor! Esa es una gran tentación, pero a continuación viene una reflexión saludable.

Porque ciertamente, Dios no ve las cosas como las vemos nosotros, ya que ni nuestros caminos, ni nuestros pensamientos son los de Él (Is 55:8). El creyente se cuestiona lícitamente, pregunta por los porqués de los sinsabores de la vida, intenta llegar a comprender, cómo un Dios amoroso como el nuestro permite que suframos, cómo un Dios compasivo permite nuestro dolor; no es nada sencillo: “Traté de entender esto –dice el salmista- pero me resultó muy difícil” (v. 16, TLA). ¿Cuándo o dónde es que el creyente, logra comprender los designios de Dios? Creo que cuando acude y está en el templo del Señor, ahí, Dios le revela sus propósitos y el plan para su vida y para la de los impíos (vv. 17-20, BLA). En el santuario, el creyente recibe nueva luz, sea a través de la exhortación pastoral o por medio de la predicación de la Palabra, un texto bíblico quizá o incluso una oración.
El creyente Asaf, en su incomprensión de Dios, estuvo a punto de caer, pero los que cayeron fueron los incrédulos impíos. Asaf ha comprendido que aparte del “presente” estado de los impíos, existe un “después”, el cual no será bueno para ellos. Con esa revelación de Dios la amargura del creyente se vuelca en una actitud gozosa hacía Dios, porque reconoce la bondad de Dios (v. 1). Por eso, hermano no permita que la amargura abrigue en su corazón (v. 21), no permita que la envidia le corroa los huesos, que los vanos pensamientos se apoderen de usted, tema al Señor y apártese del mal (Pr 3:7). El salmista era como una bestia sin entendimiento, yo muchas veces me he sentido así; además qué diferencia existe entre los animales y nosotros, con todo respeto, casi ninguna (Ec 3:18-19).[3] De hecho, me entusiasma mucho hablar en nombre de Dios, porque recuerdo que una vez hasta una bestia lo hizo, la burra de Balam habló, jajaja. ¿Qué no podrá hacer Dios conmigo?

Lo que debemos saber, es que en medio de las incertidumbres de la vida, los sinsabores y problemas, siempre estará Dios ahí, tomándonos de las manos y conduciéndonos por el camino correcto. En medio de sus dudas, temores y preguntas, el salmista puede decir confiado: “23Con todo, yo siempre estuve contigo; me tomaste de la mano derecha. 24Me has guiado según tu consejo, y después me recibirás en gloria”. Y la reflexión-indagación de nuestro salmista, termina con una gran declaración de fe y confianza en el Altísimo, Sal 73:25ss.
La próxima vez que se pregunte sobre el desatino de los malos, recuerde estos versículos bíblicos y siga confiando en Dios, porque él es el verdadero, el sumo bien.
Fuentes:
[1] El término “teodicea” fue acuñado por el filósofo Leibniz en 1701, y con él pretendía denotar el dominio moral de Dios sobre todos los hombres.
[2] “1. Miré hacía otro lado, y esto fue lo que vi en este mundo: hay mucha gente maltratada, y quienes la maltratan son los que tienen el poder. La gente llora, pero nadie la consuela. 2. Entonces dije: ‘¡Qué felices son los que han muerto, y que lástima dan los que aún viven!’ 3. Aunque, en realidad, son más felices los que no han nacido, pues todavía no han visto la maldad que hay en este mundo”. (TLA).
[3] “También me consuela pensar que Dios nos pone a prueba, para que nosotros mismos nos demos cuenta de que no somos diferentes de los animales, ni superiores a ellos; nuestro destino es el mismo: tanto ellos como nosotros necesitamos del aire para vivir, y morimos por igual. En realidad nada tiene sentido. Todos vamos al mismo lugar, pues ‘todo salió del polvo, y al polvo volverá’” (Ec 3:28-20, TLA)

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