domingo, 16 de mayo de 2010

¡Ven Espíritu y sopla!

Ezequiel 37:1-14; Lucas 2:1-15

Pbro. Emmanuel Flores-Rojas
Decano del Seminario Nicanor F. Gómez.

Introducción:
Desaliento y desánimo, son dos estados psicológicos que todos hemos experimentado en alguna ocasión. Nadie puede decir que no ha experimentado desaliento y desánimo todavía. Hay muchas circunstancias en la vida que nos empujan a experimentar ese talante negativo que nos hace ver todo oscuro y sin sentido. La pérdida de un ser querido, problemas laborales o económicos, enfermedades, algún fracaso académico, un desencuentro amoroso, un mal negocio, una ruptura matrimonial, desengaños, etc. Como individuos, como parejas, como familias o como iglesia, cotidianamente enfrentamos sentimientos negativos y/o destructivos, donde no encontramos las fuerzas necesarias para seguir adelante. La fe es puesta a prueba y viene la crisis. El exilio fue para el pueblo de Israel un tiempo de desánimo y desaliento.
Recientemente, el Presidente de la “Alianza Reformada Mundial” (WARC –por sus siglas en inglés), Rev. Dr. Clifton Kirkpatrick, ante los desafíos que tenemos los cristianos reformados en el mundo, escribió un artículo que resulta incisivo desde su título: “¿Un futuro para el movimiento reformado en el mundo?”[1]. La cuestión central es saber si los reformados sobreviviremos en “un mundo radicalmente nuevo”. Hay muchas razones para dudar de la vitalidad de nuestra tradición reformada, entre ellas, nuestra incapacidad para responder de forma novedosa a los “signos de los tiempos”; la pérdida de membresía y vitalidad espiritual; así como las múltiples divisiones que nos acosan constantemente.

Esta falta de energía y vitalidad espiritual –dice- fue considerada un problema serio entre las iglesias Reformadas de diversas partes del mundo que se reunieron en Accra en 2004 para la 24º Asamblea General. La energía espiritual, la hospitalidad y la pasión por la misión que encontramos en los presbiterianos de Ghana nos sirvieron como llamado de atención a muchos de nosotros, que hemos llegado a ser conocidos en nuestra cultura como “Los helados elegidos de Dios”. Conscientes de este tema, adoptamos por primera vez en la historia de la Alianza (ARM), un compromiso profundo con la renovación espiritual y del culto como llamado central y programa principal de nuestra vida juntos. Necesitamos desesperadamente una renovación en el poder del Espíritu Santo, una renovación que toque nuestras almas, que llene de energía a nuestras emociones, que replantee nuestra vida de alabanza y oración y que nos envíe con nuevo entusiasmo a emprender la misión de Cristo.[2]

¿Pero todo es un valle de huesos secos en el presbiterianismo actual? Afortunadamente no. Entre los signos esperanzadores están: una visión teológica sin igual; un renovado liderazgo para la justicia de Dios en el mundo; el hecho de que constituimos un pueblo de Dios inclusivo; que somos reformados, por lo tanto, ecuménicos; y, que a pesar de todo, contamos con comunidades cristianas vitales. En este Domingo de Pentecostés, como presbiterianos y reformados enraizados en una sólida teología del Espíritu, bien vale la pena recordar que la vitalidad y sobrevivencia de la Iglesia cristiana, es una cuestión del Espíritu en tanto comunidad pneumática.

1. Ezequiel, profeta del Espíritu
El panorama que nos presenta la “visión” del profeta Ezequiel, es la de un pueblo derribado y abatido, que es “levantado” o puesto de pie por el Espíritu/aliento de vida. Ezequiel era un sacerdote que es llamado por Dios para ser su portavoz (Ez 1:3). Cuando Dios lo llama se encuentra en Babilonia (tierra de los caldeos), vive en Tel-Aviv junto al río Quebar (Ez 3:15). En ese contexto, el salmista, desarraigado de su tierra, expresaría con profundo dolor: “Junto a los ríos de Babilonia, allí nos sentábamos y llorábamos acordándonos de Sión” (Sal 137:1ss). En el año 597 a.C. el pueblo de Judá había sido avasallado por el imperio Neobabilónico. Los caldeos, al frente de Nabucodonosor, habían conquistado Jerusalén (2 R 24:10-11, 13-14). Finalmente, para el 586 a.C., Nabuzaradán, comandante del ejército caldeo, destruyó completamente la ciudad santa y el templo bendito (2 R 25:8-10).
El pueblo de Israel había sido humillado totalmente, en esas circunstancias por demás adversas y frente al desarraigado de sus ancestrales raíces, el pueblo de Dios no puede seguir adelante. El pueblo escogido se siente abandonado y abatido. No era para menos. Todo estaba perdido a causa de la cautividad babilónica de Israel. Lágrimas recorrían las mejillas de ese pueblo humillado. Lamentos salían de las gargantas dolientes de ese pueblo mancillado. Y surge la inevitable y terrible pregunta ¿por qué? ¿Por qué nosotros? ¿Por qué Jerusalén? ¿Por qué el templo? El exilio babilónico se había presentado en toda su crudeza, porque se encontraban lejos de la tierra prometida, la ciudad santa estaba hecha cenizas y el templo no existía más. “Sin embargo, el exilio fue una época para probar ideas respecto a Dios – ¿Estaba limitado a Palestina? ¿Era impotente frente a los dioses babilónicos? ¿Podía adorársele en tierra extranjera?- y la fe”.[3] ¡La adversidad fortalece la fe!
En medio de este tremendo desaliento y desánimo completo, viene el Espíritu de Dios a animar, alentar y reconfortar. Ezequiel 37:1-14, es quizá la más celebre visión del profeta del exilio, Ezequiel es el profeta del Espíritu. Esa palabra contenida en el oráculo sobre los huesos secos, es la respuesta de Dios al desaliento y desánimo del pueblo de Israel, que se pregunta cómo podrá vivir frente a tal situación: “¿Cómo pues viviremos?” –dicen- (Ez 33:10). Fuera de la tierra prometida, los exiliados se sentían como huesos secos, sin esperanza y destruidos (37:11). Se veían solos, en la orfandad, el olvido y el desamparo. ¿Qué circunstancias actuales nos hacen sentir destruidos?
Entonces aparece una mano, la mano de Dios (1:3), la mano de Yahvé (37:1) que se lleva al profeta “en el Espíritu” y lo establece en un valle lleno de huesos secos. Aquello no es un cementerio como podríamos llegar a imaginar, sino un campo de batalla, donde yacen inertes miles de huesos resecos por el sol, son los cadáveres de quienes han perecido en un combate (v. 2). Lo que más impresiona en este texto es la “presencia masiva” de la palabra ruah. Esa palabra hebrea puede significar simplemente viento, aliento de vida o también espíritu. En este texto (y contexto) el Espíritu de Dios que inspira la Palabra, se muestra eficaz para reanimar y levantar a esos huesos. Por eso, Dios ordena al profeta que hable en nombre de Él a los huesos, para que éstos escuchen: “5El Señor les dice: Voy a hacer entrar en ustedes aliento de vida, para que revivan. 6Les pondré tendones, los rellenaré de carne, los cubriré de piel y les daré aliento de vida para que revivan. Entonces reconocerán ustedes que yo soy el Señor’” (DHH).
¿Dónde podemos reconocer hoy al Señor de la vida? “Y sabréis que yo soy Jehová”. ¿En medio de la precariedad de nuestras vidas humanas, podemos reconocer que la buena mano de Dios está con nosotros para sostenernos, reanimarnos e impulsarnos? El sacerdote Ezequiel profetizó a unos huesos secos y revivieron. Eso era inaudito, pero Dios así lo había dispuesto. La Palabra de Dios moviliza y sacude aquellos huesos inertes y sin vida, ¡empiezan a moverse! Aunque se empiezan a juntar y a unir, ¡no hay aún espíritu en ellos! ¡No tienen aliento de vida todavía! Pero entonces, la fuerza vivificante del Espíritu de Dios viene de los 4 puntos cardinales y se hace también presente para impartir vida:

Pero no tenían aliento de vida.9Entonces el Señor me dijo: “Habla en mi nombre al aliento de vida, y dile: ‘Así dice el Señor: Aliento de vida, ven de los cuatro puntos cardinales y da vida a estos cuerpos muertos.’” 10Yo hablé en nombre del Señor, como él me lo ordenó, y el aliento de vida vino y entró en ellos, y ellos revivieron y se pusieron de pie. Eran tantos que formaban un ejército inmenso[4] (DHH).

¿Quiénes son esos huesos? Son la casa de Israel (v. 11). Dios mismo pone su Espíritu sobre su pueblo abatido para reconfortarlo y llenarlo de la vitalidad para seguir adelante. El pueblo casi exterminado, descubre que Dios puede encontrarse también en el exilio, él está presente allí, en medio de la destrucción, la desolación y la muerte. El Señor llevaría nuevamente a su pueblo de regreso a su tierra, más aún, el Señor Dios afirmó: “pondré mi espíritu en vosotros y viviréis” (v. 14).

2. El Espíritu que da aliento de vida
La vida cristiana puede resultar agobiante como en la experiencia de Israel, la vida de la iglesia puede tornarse también difícil; como experiencias humanas en ellas a veces se encuentran el desaliento y el desánimo, el fracaso, la crisis, el dolor. Cuando las fuerzas faltan y el ánimo está caído no tenemos ganas para seguir adelante, estamos como unos “huesos secos”. El des-ánimo es la carencia del soplo vital en nuestra vida. El des-aliento es también la falta de la fuerza vital para la existencia. Las dos palabras (ánimo[5] y aliento) son sinónimas y tienen que ver con aquello que nos mueve o nos impulsa a seguir adelante. Sin ese talante es imposible proseguir en el camino porque no está el impulso vital (1 R 19:1-18). En este Pentecostés vale la pena recordar que la antropología teológica, nos presenta al hombre en la Biblia como un ser pneumático (πνευματικóς); es decir, un ser que necesita del “aliento” o “soplo vital” de Dios para sobrevivir y sobreponerse a la adversidad (–y, en el caso del profeta Ezequiel, para “erguirse”, para “levantarse” o para ponerse “de pie” como más adelante veremos-).
El libro de Génesis nos presenta al ser humano como alguien vivificado por Dios: “Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, sopló en su nariz aliento de vida y fue el hombre un ser viviente” (Gn 2:7). La Escritura nos muestra al hombre “necesitado” de un aliento de vida, de ahí que Elihú –amigo de Job- proclame: “Si pensara [Dios] en retirarnos su Espíritu, en quitarnos su hálito de vida, todo el género humano perecería, ¡la humanidad entera volvería a ser polvo” (Job 34:14-15, NVI).[6] Los Salmos dicen: “Escondes tu rostro, se turban; les quitas el hálito, dejan de ser, y vuelven al polvo” (Sal 104:29). Cuando Dios “retira” su Espíritu los seres humanos “caen a tierra”, perecen; en cambio, cuando “envía” su Espíritu “son re-creados” y la tierra es “renovada” (Sal 104:30).

3. El Espíritu que levanta y pone de pie
En la teología ezequeliana, el Espíritu “no tira al suelo” como proclaman las pseudo teologías de los predicadores carismáticos, sino que es más bien la falta del Espíritu la que “derriba” y “tumba”. Ezequiel 37:10 dice: “Y profeticé como me había mandado, y entró espíritu en ellos, y vivieron, y estuvieron sobre sus pies…”. ¡Una manifestación del Espíritu Santo no es tumbar a los creyentes al suelo! Porque como comenta Milton Schwantes, el Espíritu: “¡Es vida, es estar de pie! Véase: “el espíritu” no espiritualiza, sino que da estatura, firmeza. Si usted se arrastra por ahí, humillándose, dejándose someter, usted no es, ciertamente, ‘espiritual’; más aún, digamos, ‘carnal’, ‘óseo’. Gente ‘espiritual’ es gente erguida, con “gran fuerza, mucha y mucha [fuerza]”[7]. Dios sopla en el hombre la fuerza del espíritu vital (el “aliento de vida”) y es así que éste viene a convertirse en un ser viviente que se pone “sobre sus pies”. Pues bien, a veces este hombre pneumático se queda sin ese aliento, sin ese ánimo. Sencillamente no puede seguir adelante, cae. Por eso, el profeta Ezequiel nos presenta en este Domingo de Pentecostés una “teología del estar-de-pie” o como Clodovis Boff escribió,[8] una “Teología del pie-en-el-suelo”.

A él [al Espíritu] le interesan también los pies. Imagina: ¡los pies! ¡Pies espirituales! ¿Puede ser esto así? Pues, ¡no es que puede!
¡Lo espiritual está en los pies!
Es en eso que se ve su vida, la acción del Espíritu. De aquellos numerosísimos huesos resultan innumerables personas, puestas en pie. (…)
El Espíritu de la vida desea gente que esté en pie. Nada de silencio sepulcral o de ojos etéreos hacia lo alto.
¡Huesos, en pie! Esa es, por ejemplo, la maravilla del educar: sirve para fortalecer los pies. El proceso educativo siente gracia en los pies. “Es necesario caminar”, afirma el poeta. (…)
Qué bueno sería si en todas las iglesias, como moda ecuménica, el sueño fuera el de acompañar la acción del Espíritu en su obra, de que estemos en pie, a pie. Maravillarse con los huesos que el Espíritu pone en pie. Dejarse encantar por las maravillas que el Dios Trino realiza con las personas, con la gente. Andar con autonomía, a cuenta del Espíritu de los valles -¡He aquí la cuestión!
Atención, andar ¡con pie firme! No marchar “sin sentido”. ¡El Espíritu no es favorable al uniforme, ¡al ejército![9]

En este Domingo de Pentecostés hay que rescatar también la teología lucana del “poner de pie”, y no de derribar a nadie sin sentido. Entiéndase bien, el Espíritu Santo nunca tumba ni tira, sino que levanta. El relato de Lucas dice que “cuando llegó el día de Pentecostés”… “fueron todos llenos del Espíritu Santo”, pero ninguno de ellos cayó al suelo, a pesar de que la gente atónita pensaba que estaban borrachos. ¿Por qué insisten tanto los carismáticos en que el Espíritu nos hace caer? Terminemos con el testimonio apostólico que experimentó la venida del Espíritu Santo sobre sus vidas: “Entonces Pedro, poniéndose en pie con los once, alzó la voz y les habló diciendo: Varones judíos, y todos los que habitáis en Jerusalén, esto os sea notorio, y oíd mis palabras. 15Porque éstos no están ebrios, como vosotros suponéis, puesto que es la hora tercera del día.” (Hechos 2:14-15). ¡Sólo el Espíritu puede levantar hoy a su Iglesia!

4. Conclusión/aplicación
El Espíritu imparte vida, no confusión ni desilusión, revive, alienta, anima, reconforta, fortalece y pone de pie. “Yahvé-shamma”, así termina el libro de Ezequiel (48:35) y eso significa: El Señor está aquí a través de su Espíritu (2 Co 3:17). ¿Puedes sentirlo? Entonces, levántate, ponte de pie y sírvele. Amén.
23 de mayo, 2010.
[1] Puede consultarse el citado artículo en la siguiente dirección electrónica: http://www.reformedchurches.org/docs/FutureReformed-Espanol.pdf
[2] Idem. Las negritas son mías.
[3] Sanford Lasor, W., Panorama del Antiguo Testamento. Mensaje, forma y trasfondo del Antiguo Testamento, 1ª reim., Libros Desafío, Grand Rapids, 1999, p. 453.
[4] Ojo. No debe leerse que Dios “levanta un ejército en pie de guerra”. No, lo que levanta es una asamblea o comunidad (gr. Sinagoga), tal como traduce la Septuaginta (LXX): “10 και επροφητευσα καθοτι ενετειλατο μοι και εισηλθεν εις αυτους το πνευμα και εζησαν και εστησαν επι των ποδων αυτων συναγωγη πολλη σφοδρα”. Por eso, es preferible seguir la lectura de la Biblia Latinoamericana: “Profeticé según la orden que había recibido y el espíritu entró en ellos; recuperaron la vida, se levantaron sobre sus pies: era una multitud grande, inmensa” (Ez 37:10). En este sentido, es muy sugestivo leer el comentario de Milton Schwantes:
“Por lo tanto, el Espíritu no originó un ejército: sino que con personas “paradas sobre sus pies” (v.10) formó “un gran poder, mucho y mucho”, como se podrá traducir el hebreo en modo literal. Gente en pie es poder. Ejército no es propiamente poder, sino ¡miedo! Las personas con armas en la mano esconden su miedo. Posan como fuertes, pero allá en sus pantalones, las piernas están temblando: ¡miedo! Sobre este asunto véase el film: “El rescate del soldado Ryan”.
Podrán ser personas con tendones, con pies firmes, juntas, reunidas a modo de “la casa de Israel”, de “sinagoga”, de asociación, y de tantas otras formas.
De todos modos, al colocarnos en pie, el Espíritu apuesta por lo comunitario. Al hacernos ver tendones, el viento de los valles promueve también la unión de las personas.
Que vivan tales “tendones” con mucho “poder”, para que nos libre del “ejército”. Los huesos del valle no necesitan de él.
¡Es lo mismo! Los huesos, vistos por Ezequiel en el valle, eran subproductos de ejércitos. Los babilonios –señores en sus tiempos- tenían gusto en mutilar y deportar, “exterminar” en el lenguaje del v.11. Eran eximios torturadores, como lo habían sido sus antecesores, asirios y como lo fueron y son sus sucesores hasta el día de hoy. Producir huesos es su especialidad. Y quien, con armas, se opone a tales máquinas de hacer huesos, que son los ejércitos, no hace otra cosa que, igualmente, producir huesos. Fue por esto lo que Isaías ya decía: quien no cree (es decir: apuesta por el ejército), no permanece. (Vea ¡Is 7,9b!) ¡Transforma los huesos!”
Milton Schwantes. “Enfermedad y muerte – Experiencias en el exilio. Enfoques en Ezequiel 37,1-14” en ¡Es tiempo de sanación!, Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana (RIBLA) #49.
Puede consultarse en: http://www.claiweb.org/ribla/ribla49/enfermedad%20y%20muerte.html
[5] Del latín anĭmus, y este del griego ἄνεμος, soplo.
[6] El paralelismo es evidente en este versículo; así, retirarnos su Espíritu y quitarnos su hálito son paralelos, así como perecer y llegar a ser polvo.
[7] Milton Schwantes. Op. cit. Las negritas son mías.
[8] Clodovis Boff, Teologia del pie-en-el-suelo, Petrópolis, Editora Vozes, 1984, 4ª edição, 227p.
[9] Milton Schwantes. Op. cit.