sábado, 27 de diciembre de 2008

LLAMADOS A HEREDAR BENDICIÓN

Deuteronomio 28:1-14; 1 Juan 5:1-5

Dios los ha llamado a recibir [y heredar] bendición (1 P 3:9).

Introducción:
Basta dar una breve lectura a cualquier periódico o mirar los noticieros en TV en estos días para darse cuenta que el mundo está “patas pa’riba”, perdón por la expresión; pero parecería que nadie tiene el control de la terrible situación en la que se encuentra México y el mundo. Frente a situaciones como esta, los cristianos también somos afectados por las malas noticias. A nosotros los creyentes también nos pegan los bajos salarios, la pérdida de empleos, la falta de liquidez económica y el temor por el narcotráfico.
Pero aunque eso es así, nosotros enfrentamos todos esos problemas de otra forma, lo hacemos con otra perspectiva, la perspectiva de la fe en Jesucristo. Por eso, el apóstol Pedro nos dirige está tarde la siguiente pregunta retórica: “Y quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?” (1 Jn 5:5, LBLA). Podemos enfrentar el futuro con esperanza, porque somos hijos e hijas de Dios. Nuestra fe nos amina a seguir adelante porque podemos confiar en el Señor y en todas sus preciosas y grandísimas promesas. Su Palabra dice que Dios nos ha llamado a recibir y heredar bendición (1 P 3:9).

Desarrollo:
1. La fe que vence al mundo:
El pasaje bíblico que hemos leído hoy nos dice que los creyentes somos vencedores, en Cristo somos triunfadores que vencen al mundo. El texto bíblico dice: “Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo…”. ¿Y quiénes son los que han nacido de Dios? Los cristianos, nosotros somos hijos de Dios, porque él ha hecho de nosotros unas nuevas criaturas en Cristo, nosotros somos parte de la gran familia de Dios esparcida por todo el mundo. Y a nosotros sus hijos, Dios quiere hacernos vencedores y no perdedores, triunfadores y no fracasados.

2. Llamados a recibir y heredar bendición:
Nuestro Padre celestial nos ha hecho promesas muy grandes, como las promesas que en el AT le hizo a su pueblo Israel, porque nosotros somos el nuevo Israel de Dios: “Y vendrán sobre ti todas estas bendiciones, y te alcanzarán, si oyeres la voz de Jehová tu Dios” (Dt 28:2). ¡Dios anhela bendecirnos en este nuevo año! ¡Dios quiere derramar sobre nosotros todas sus bendiciones! Sólo demanda de nosotros obediencia y fe: “todas estas bendiciones vendrán sobre ti y te alcanzarán por haber obedecido al Señor tu Dios” (Dt 28:2, DHH). La bendición de Dios nos alcanzará –dice su Palabra-. Más aún, el Señor promete darnos el triunfo y la victoria sobre nuestros enemigos: “Jehová derrotará a tus enemigos que se levantaren contra ti; por un camino saldrán contra ti, y por siete caminos huirán de delante de ti” (Dt 28:7).[1] ¡El Señor pondrá en nuestras manos a nuestros enemigos! Podríamos leer también en la Palabra lo siguiente: “El Señor derrotará los problemas que se te presenten”, pon ahí también la enfermedad, el pecado, etc.

En apenas catorce versículos, la Palabra de Dios menciona 10 veces la palabra bendición. Con tantas bendiciones de parte de Dios (bendición en la casa, en la familia, en el trabajo, en los hijos, en los proyectos, en los planes, etc.) ¿cómo no podemos sentirnos seguros en el futuro? El apóstol Juan por eso completa su frase diciendo: “… y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe”. Nuestra fe va ganando, nuestra fe es victoriosa, nuestra fe triunfa, nuestra fe conquista porque es la fe en Jesucristo, el Hijo de Dios. ¡Nuestra fe es bendecida por Dios, cuando nosotros le obedecemos! La Biblia enseña que en la obediencia a Dios hay bendición abundante. El versículo 12ss es precioso: “12Te abrirá Jehová su buen tesoro, el cielo, para enviar la lluvia a tu tierra en su tiempo, y para bendecir toda obra de tus manos…”. Dios quiere bendecir todo lo que emprendamos en el nuevo año.

La palabra hebrea que se traduce como bendición es beraká. Y si nosotros leemos atentamente su Palabra, nos vamos a dar cuenta que esa es la relación “natural” de Dios para con sus hijos. Dios establece una “relación de bendición” con nosotros, como la que estableció con los primeros seres humanos:

“Y los bendijo Dios” (Gn 1:28). Esta ha sido y es la situación normal de la
gente ante Dios. Todos desean una bendición, ser bendecidos o bendecir a
alguien. En el AT Dios se presenta como el Dios que bendice a su pueblo, siempre
dispuesto a derramar sus beneficios entre sus escogidos. En las Escrituras, esta
palabra [beraká] significa mucho más que sencillamente “ser feliz”. Por encima
de todo, significa contar con la aprobación del Señor y su buena voluntad para
con las personas, es entonces que las bendiciones del pacto están aseguradas.
[…] Ahora la bendición de Dios está disponible para su pueblo a través de
Cristo.[2]


Lo único que Dios demanda de nosotros, es la escucha atenta de su Palabra (Dt 28:1).

Conclusión:
Regresemos a casa con la certeza de que podemos vencer todo lo que se nos presente el próximo año (enfermedad, problemas, pérdidas económicas, temores fundados o infundados, decepciones, etc.) porque gracias a nuestra fe “cristológica”, todo lo podemos en Cristo que nos fortalece (Fil 4:13). Amén.

Pbro. Emmanuel Flores-Rojas
INP San Pablo, 28/12/2008.

[1] El Señor pondrá en tus manos a tus enemigos cuando te ataquen. Avanzarán contra ti en formación ordenada, pero huirán de ti en completo desorden. (DHH).
[2] Carpenter, E. E. y Comfort, Ph. W.¸ Glosario Holman de términos bíblicos, Broadman & Holman Publishers, Nashville, 2003, p. 34. El subrayado es mío.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

NAVIDAD: INVASIÓN Y MIGRACIÓN DIVINA

Ésta es una Navidad especial porque todos esperamos un año peor y la “esperanza” hoy está desacreditada.

Marco Rascón.[1]

Introducción:

Las Navidades, con el consiguiente fin de año y sus saldos, hacen florecer
nuestro apego al existencialismo, donde somos con nuestros actos los
constructores de nuestro destino. Confundiendo la obra individual con el
acontecer colectivo, hemos sembrado una realidad sombría, donde lo racional está
ligado a la crisis, la catástrofe, el escepticismo, la espera de algo que
destruya toda la tristeza que hemos construido, juntos y por separado. (…)

¡Qué Navidad! Con una agonía de siete días de administración del
pesimismo, esperando las catástrofes del año próximo, sus cifras de muerte, sus
investigaciones policiales, los discursos, decapitados, los nuevos escándalos,
la competencia electoral en los televisores, las llamadas de los bancos a que
les pagues, el desempleo, los embotellamientos, los incendios, las inundaciones,
los frentes y coaliciones, los zapatos en el aire, los accidentes y sus
peritajes, la abundancia de mentiras y la competencia sobre quién es peor.

¿Cómo será la próxima Navidad? Ojalá nos regalemos algo distinto.[2]



Así es como Marco Rascón, columnista de La Jornada, describe esta Navidad, como el fin de un mal año que está agonizando y el preludio de un año nuevo que podría ser mucho peor. “La ‘esperanza’ hoy está desacreditada” –dice-. ¿Pero es esta la Navidad cristiana que nosotros celebramos esta noche santa?

Desarrollo:

La Navidad como invasión divina

No. Nuestra Navidad es distinta. En la Navidad cristiana (porque hay una navidad no-cristiana donde Cristo está ausente, pero en cambio, está presente toda la parafernalia de la sociedad consumista) nosotros los creyentes, celebramos la vida plena y la esperanza en Cristo. La Navidad –apócope o contracción de Natividad (del lat. Nativitas, =generación o nacimiento)- representa la “invasión divina” en lo ‘natural’ o humano. Sí, Dios ha invadido al hombre en el “acontecimiento Cristo” (Cullman); pero esa invasión y rebajamiento divino, subsume y eleva lo humano al rango divino en Jesucristo, el Dios-Hombre. En Navidad, Jesucristo nos ha dado un lugar en el cielo junto a Él, como dice el apóstol Pablo, el Padre: “nos hizo sentar en los lugares celestiales en Cristo Jesús” (Ef 2:6). Pero también, en Navidad, Jesucristo nos ha hecho partícipes de la “naturaleza divina” como dice el apóstol Pedro (2 P 1:4). Esa invasión divina en lo humano es algo nuevo, y por ello, inesperado y sorprendente, de ahí que Lucas lo mencione así:

“De pronto, un ángel de Dios se les apareció, y la gloria de Dios brilló alrededor de ellos” (v. 9).

Este es el momento de la primera invasión de lo divino, no es la “invasión divina” misma, sino de lo divino, porque aparece el mensajero divino solamente: “un ángel de Dios”. ¡Sí, un ángel, pero de Dios! Él, como heraldo de Dios, trae la gloria brillante de Dios sobre sí y la despliega sobre aquellos pastores temerosos; pero la única “invasión divina” es la de Jesucristo, el Hombre-Dios. Mateo (1:21-23) al igual que Lucas, habla de aquella invasión divina, traduciendo así, aquel acontecimiento sin igual:

21María tendrá un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Se llamará así porque salvará a su pueblo de sus pecados.” 22Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había dicho por medio del profeta:

23“La virgen quedará encinta y tendrá un hijo, al que pondrán por nombre Emanuel” (que significa: “Dios con nosotros”).



La Navidad como emigración divina

La palabra natividad tiene la misma raíz latina que “nativo” y “natural”. En el nacimiento de Jesús el Cristo, Dios se hizo un nativo del mundo humano; Dios emigró al mundo en Jesucristo, naturalizándose como verdadero ser humano. Así lo dice el apóstol Juan: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14, RVR-60). ¿Qué aconteció realmente en la Navidad? Nació un emigrante. Dios en Jesucristo emigró al mundo, puso su tienda de campaña entre nosotros, “habitó en medio de nosotros”, vivió como uno de nosotros; en Navidad Cristo Jesús “6…siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, 7sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; 8y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo…”, así lo dice el hermoso himno cristológico de Filipenses 2:1ss.

En Navidad nació el emigrante celestial que “invadió” la esfera de lo humano: Cristo el Señor, ese es el mensaje central de la Navidad cristiana. El ángel anuncia en la noche, cuya oscuridad es iluminada por la gloria de Dios, que ha nacido el Salvador. Ese nacimiento es nada menos que la irrupción más grande de Dios en la historia de la humanidad. Los ángeles anuncian el nacimiento de Jesús en el pueblo de David, Belén. Belén (apócope o contracción de la palabra hebrea Bethlejem) significa “casa de pan”. Ahí, en ese pueblo de panaderos, es que nace el Hijo eterno de Dios. Ese es un nacimiento sin igual, porque Dios entra en la historia humana por medio de un pequeño niño, nacido en la oscuridad de la noche.

La gloria del Señor brilla alrededor de esos pastores (Lc 2:9), y los ángeles cantan diciendo: “¡Gloria a Dios en las alturas! ¡Paz en la tierra entre los hombres que gozan de su favor!” (Lc 2:14, DHH). ¡La gloria de Dios es el hombre vivo! Hoy en Navidad podemos decir con júbilo: ¡Jesús es Emmanuel! Dios está con nosotros, ¡nosotros los seres humanos gozamos de su favor!, y porque Dios es con nosotros, podemos enfrentar el futuro con esperanza, cualquiera que ese sea. ¡Aleluya! ¡Amén! ¡Gloria a Dios en el cielo, y paz en la tierra para todos los que Dios ama! (Lc 2:14, TLA).

Conclusión

La Navidad es alegría, Dios nos ha regalado una Navidad especial y distinta, dándonos esperanza y destruyendo “toda la tristeza que hemos construido, juntos y por separado”. Vayamos, regresemos a casa con la certeza de que lo ocurrido hace cerca de 2000 mil años en Belén de Palestina, sigue impulsando a la humanidad y dirigiendo la historia humana hacia su meta final. ¡Porque Jesús nació hace 2000 años invadiendo la esfera humana y emigrando del cielo a la tierra como un hombre de carne y hueso, nosotros sí tenemos futuro! Vayamos como aquellos humildes pastores que por el “acontecimiento Cristo”, pasaron del temor humano a la alegría divina: “Los pastores, por su parte, regresaron dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían visto y oído, pues todo sucedió como se les había dicho” (Lc 2:20, DHH).

Pbro. Emmanuel Flores-Rojas,

INP “San Pablo”, Navidad 2008.



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[1] “La Navidad que nos regalamos”, La Jornada, 23 de diciembre de 2008, p. 14.

[2] Idem. El subrayado es mío.

Por Cristo tenemos entrada, porque Él es nuestra paz

Efesios 2:17-18

Y vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos y a los que estáis cerca, porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre.

INTRODUCCIÓN
El tema central de la liturgia de este día es: “Conviviendo en paz”. ¿Pero conviviendo en paz, con quién? Sin duda con Dios mismo, con nuestros hermanos, vecinos, familiares, entre esposos, con la naturaleza, etc. Conviviendo en paz, tanto con los que “están lejos, como los que están cerca”.

DESARROLLO:
Pablo afirma en apenas 2 pequeños versículos, que Cristo vino y anunció el evangelio de la paz, porque el evangelio quiere decir: buenas nuevas, buenas noticias. Cristo ha venido a anunciarnos la noticia más excelsa de todas, la paz con Dios. Pablo en Efesios 2:17, está citando un texto del profeta Isaías (57:19) que dice así: “… les haré brotar en los labios este canto: Paz al lejano, paz al cercano –dice el Señor-, y lo sanaré” (Biblia del peregrino, América Latina). El Señor decreta paz para todos (el cercano y el lejano) no importando dónde se encuentren. La paz de Dios lo olvida y borra todo, por eso, unos versículos antes, el mismo profeta Isaías dice así: “No estaré recriminando siempre ni me irritaré constantemente, porque entonces sucumbirían ante mí el espíritu y el aliento que yo he creado” (57:16, idem). Este es nuestro Dios, que cuando perdona lo olvida todo para siempre, nunca más se vuelve a acordar de nuestros pecados ni nos los toma en cuenta. ¡Dios no tiene un libro contable donde va depositando nuestras deudas! Porque Jesucristo ya saldó todas nuestras deudas en la cruenta Cruz; por eso, con el Padrenuestro decimos: “perdónanos nuestras deudas”. ¡Ese es nuestro Señor pacificador!
Pero Cristo no sólo viene a anunciarnos la paz a todos nosotros (lejanos y cercanos) sino que nos ha abierto una puerta para llegar al Padre por medio del Espíritu de Cristo. Antes de que Cristo nos comunicara la paz con Dios, nosotros “éramos enemigos de Dios”. Pablo así lo dice en Romanos (5:10) “…siendo enemigos, fuimos reconciliados por Dios por la muerte de su Hijo”.
El 13 de septiembre de 1993, en Campo David, residencia de descanso del presidente de los EEUU; se reunieron Yitzhak Rabin, entonces primer ministro de Israel y Yasser Arafat, a la sazón presidente de la OLP (Organización para la Liberación de Palestina), ahora ambos están muertos, pero en aquella memorable ocasión Rabin dijo: “Es con los enemigos con los que se hace la paz y no con los amigos”.
Por el Señor Jesucristo hemos recibido la reconciliación (5:11). Así, la paz es reconciliación con Dios: “Cristo es nuestra entrada al Padre, porque Él es nuestra paz”. Jesús así lo dijo (Jn 10:9) “Yo soy la puerta; el que por mí entrare [al Padre] será salvo; y entrará, y saldrá…”. ¡En Jesucristo hay libertad! Libertad para entrar y salir.
Jesucristo es una puerta abierta al Padre, que nadie puede cerrar (Ap 3:8). Jesús es una “puerta abierta en el cielo” que nos abre acceso para llegar con libertad hasta el Padre (Ap 4:1; Heb 10:19-22). ¿Quieres que Jesucristo te lleve al Padre? Bueno, sólo tienes que invitarlo a entrar a tu corazón (Ap 3:20). Jesucristo te ha abierto una puerta para acercarte al Padre, ¿quieres ir por ese camino que Jesús te ha trazado?

CONCLUSIÓN
¡Dios quiere hacer la paz contigo, lo único que tienes que hacer es entrar por Cristo, la puerta abierta hacia el Padre!

Rev. Emmanuel Flores-Rojas

sábado, 6 de diciembre de 2008

"OISTÉIS QUE FUE DICHO"

Mateo 5:38-48
Introducción:
Estamos celebrando el Segundo Domingo de Adviento con énfasis en la Paz, el tema general de esta celebración de Adviento es LA PAZ: IMAGÍNALA. Este segundo domingo de adviento, es una invitación a vislumbrar la paz, todo el culto ha estado centrado en este importante tópico. Nuestro mundo está sumido en el odio y el caos, una mirada a nuestro amado México, nos muestra cómo el narcotráfico y la delincuencia se han recrudecido. La venganza también es institucional, la violencia proviene del propio Estado que viola el derecho a la vida, al apostar por la pena de muerte. ¿Qué podemos hacer como Iglesia? ¿Únicamente debemos orar? Veamos qué nos dice la Biblia.

Desarrollo:
El Evangelio leído hoy nos invita a reflexionar en torno a la Paz. Cuando vemos el ministerio profético de Jesús el Cristo, nos damos cuenta que el tema de la paz ocupa un lugar fundamental en su mensaje de amor y de gracia. La porción bíblica de Mt 5:38-49, tiene como marco mayúsculo El Sermón del Monte o de la Montaña como prefieren llamarlo algunos (capítulos 5-7). En una de las Bienaventuranzas, Jesús dice: “Dichosos los que trabajan por la paz, porque Dios los llamará hijos suyos” (Mt 5:9). Como hijos e hijas de Dios debemos trabajar por la paz, siguiendo el ejemplo del Príncipe de la Paz, el Señor Jesucristo.
Si hemos de trabajar por la paz, eso significa empezar por usar un lenguaje no-violento. La semana pasada, critiqué abiertamente el uso del lenguaje belicoso que muchas veces usamos en la iglesia. Hablamos, por ejemplo, de la ‘guerra espiritual’, ‘bajo fuego enemigo’, etc. Como todos sabemos, el origen de las contiendas, las envidias, y el conflicto entre los seres humanos está en el pecado. Así tenemos que Lamec, descendiente de Caín, lleva a cabo una venganza descomunal y desproporcionada, según lo narrado en Génesis: “23Un día, Lámec les dijo a sus esposas Adá y Silá: “Escuchen bien lo que les digo: he matado a un hombre por herirme, a un muchacho por golpearme. 24Si a Caín lo vengarán siete veces, a mí tendrán que vengarme setenta y siete veces” (Gn 4:23-24).

Frente a quien nos ha ofendido o hecho daño, el mundo y nuestra naturaleza pecaminosa pide y reclama venganza, pero la venganza no hace sino agravar las cosas. La venganza no soluciona nada. De ahí que el llamado de Jesús sea a buscar el amor y el perdón. Jesús se coloca como maestro de la palabra que reinterpreta las viejas enseñanzas de Moisés y las ilumina bajo la luz del Evangelio, de la buena noticia de parte de Dios.

Jesús introduce su nueva enseñanza, oponiéndola a la vieja tradición, diciendo: “Oísteis que fue dicho”, pero ante ello, propone la nueva palabra: “Pero yo os digo”. En esta sección, todas las enseñanzas de Jesús son contrarias a la vieja manera de relacionarse y de responder a una agresión. Bajo Jesucristo, las cosas cambian radicalmente, Jesús convierte su enseñanza en una antítesis de la antigua manera de proceder. Jesús nos llama a actuar en un sentido contrario al que actúa el resto de la gente, quizá hasta en contra de lo que dicta la lógica humana. Su llamada es pertinente frente a tantos deseos de venganza: 38“Ustedes han oído que se dijo: ‘Ojo por ojo y diente por diente.’ 39Pero yo les digo: No resistas al que te haga algún mal…”

Jesús no pone límites a la venganza como establecía la ley del talión, de hecho, la elimina por completo. ¡Eso es inaudito! Ningún otro maestro antes de él, había propuesto cosas como esa. Bajo la nueva perspectiva del Evangelio, Jesús anuncia la exigencia ilimitada del amor incondicional hacia el prójimo. Una de las características propias de los discípulos de Jesús, es el perdón incondicional. Ahí, en la no-venganza, manifestamos nuestro seguimiento a Jesús de una forma fehaciente.

Pero Jesús no sólo nos llama a la inacción, al no-ejercicio de la violencia y la venganza, sino sobre todo, nos invita al ejercicio del amor. Sí, el amor hacia el enemigo incluso: 43“También han oído que se dijo: ‘Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo.’ 44Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, y oren por quienes los persiguen –dice Jesús- (Mt 5:43-44). “No sólo se trata de una no violencia pasiva: –‘no opongan resistencia al que les hace el mal’ (39)-, sino activa: ‘Pero yo les digo: amen a sus enemigos…’” (Notas de La Biblia de nuestro pueblo). Jesús opone a la ley del talión, la ley evangélica del amor sin condiciones, tal y como es el amor del Padre: “Así ustedes serán hijos de su Padre que está en el cielo; pues él hace que su sol salga sobre malos y buenos, y manda la lluvia sobre justos e injustos” (v. 45).

Conclusión:
Sólo empapándonos del amor de Dios evitaremos la violencia y la venganza y podremos amar incluso a nuestros enemigos, estableciendo así, la paz de Dios.

Se cuenta una historia acerca de un viajero que recorría las selvas de Burma con un guía. Llegaron a un río ancho y poco profundo, y lo vadearon hasta el otro lado. Cuando el viajero salió del río, muchas sanguijuelas se le habían prendido del torso y las piernas. Su primer instinto fue agarrarlas y quitárselas, pero el guía lo detuvo, advirtiéndole que si se arrancaba las sanguijuelas, éstas dejarían pedazos finísimos bajo la piel que luego le producirían infecciones.
La mejor manera de quitarse las sanguijuelas del cuerpo, aconsejó el guía, era bañarse en un bálsamo tibio por algunos minutos. El bálsamo penetraría en las sanguijuelas y éstas se soltarían del cuerpo del hombre.
Cuando una persona nos ha herido en gran manera, no podemos arrancarnos la ofensa, esperando que se vaya toda amargura, rencor y sentimiento[s negativos]. El resentimiento aún se esconde bajo la superficie, la única manera de llegar a ser verdaderamente libre de la ofensa, y perdonar a otros, es empaparse uno en el baño tranquilizador del perdón que Dios ofrece. Cuando uno por fin comprende la amplitud del amor de Dios en Jesucristo, el perdón a otros fluye de forma natural.[1] ¡Descansa en el Señor! Shalom. Amén.

Rev. Emmanuel Flores-Rojas; INP “San Pablo”, 07/12/07.

[1] Ilustraciones perfectas¸Unilit, Miami, 2004, p. 238.