sábado, 16 de agosto de 2008

SER Y QUEHACER DE LA IGLESIA SAN PABLO

Colosenses 1:24-2:5

INTRODUCCIÓN: Octavio Paz es mi autor mexicano predilecto, en El laberinto de la soledad, dice que es en la adolescencia cuando empezamos a formularnos preguntas de carácter existencial, tales como: ¿quién soy? ¿hacía dónde voy? y ¿qué hago aquí?
Los Evangelios nos narran la ocasión cuando Jesús preguntó a sus discípulos: ¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre? (Mt 16:13ss). ¿Quién dicen que soy preguntó Jesús? ¡Jesús se cuestionó sobre su propia identidad! En otras ocasiones Jesús se afirmó como el gran “yo soy”. Yo soy el camino… Como Iglesia Presbiteriana “San Pablo” es necesario que nos hagamos tales preguntas, porque ellas definirán nuestra identidad, nuestra razón de ser y nuestro quehacer o actuar.
Hace un mes presenté al Consistorio de la iglesia, lo que habrá de ser el eje central de acción en San Pablo, y hoy quiero compartirla con ustedes. Nuestra declaración de misión como Iglesia “San Pablo” está contenida en Colosenses 1:28: “A este Cristo proclamamos, aconsejando y enseñando con toda sabiduría a todos los seres humanos, para presentarlos perfectos en él”.

DESARROLLO:
DECLARACIÓN DE MISIÓN[1]
La Iglesia Presbiteriana “San Pablo” existe para que Jesucristo
sea real y relevante para el mundo, en una palabra, para
"presentar perfecto en Cristo Jesús a todo ser humano"

Este pequeño texto resume en forma maravillosa el fin que la Iglesia persigue en este mundo. El apóstol Pablo define su propia misión personal en los siguientes términos: “Dios ha hecho de mí un servidor de la iglesia, por el encargo que él me dio, para bien de ustedes, de anunciar en todas partes su mensaje…” (v. 25). Nosotros al igual que Pablo, somos siervos de Dios en la Iglesia para anunciar “cumplidamente la palabra de Dios” (RVR-95). La Biblia Latinoamericana dice: “Fui constituido ministro de ella –de la Iglesia- por cuanto recibí de Dios la misión de llevar a efecto entre ustedes su proyecto”. Dios tiene un proyecto para nosotros como Iglesia San Pablo, esa es nuestra misión porque la hemos recibido de Dios. La misión nuestra es la misión de Dios.
Como Iglesia, nuestro objetivo es que, al fin de los tiempos, podamos presentarle al Padre el fruto de nuestra labor: seres humanos perfectos. El término que Pablo usa para hablar de perfección es téleios,[2] el cual apunta a la persona que alcanzó plena madurez, a aquel que ha llegado a su plena realización. También significa completar, cumplir, llevar a término, acabar, satisfacer y pagar.[3] Pablo dice: “Para esto también trabajo, luchando según la fuerza de él, la cual actúa poderosamente en mí” (v. 29).[4] No somos nosotros los que llevamos a los seres humanos a la perfección, sino que es la fuerza y el poder de Cristo mismo. La palabra traducida como <>, es integral y todo abarcadora; apunta al ser humano como habiendo alcanzado pleno desarrollo en y a través de Jesucristo. Pero este objetivo central viene acompañado por calificativos que delimitan y precisan su contenido:

1. Como lo muestra el contexto, dicha presentación se da en la segunda venida, en el futuro. Por lo tanto, nuestra misión se delega a todas las generaciones futuras, porque va más allá de la corta vida de la presente generación. Se trata de una tarea que Dios mismo terminará con la resurrección y glorificación de los santos. En aquél día Dios finalmente terminará de revelar “el designio secreto que desde hace siglos y generaciones Dios tenía escondido” (v. 26).

2. La delimitación de nuestra misión, libera a nuestro objetivo de todo concepto secularizado, pues aunque se trata de lograr que el ser humano llegue a ser perfecto, se trata de una perfección <>; esto es, en virtud de nuestra unión y comunión con Cristo. Por lo tanto, el significado del término <> no se toma de las ciencias sociales, la psicología, la política o la filosofía de moda (ni siquiera de los conceptos teológicos errados, tan en boga hoy). Su campo significativo está centrado en la Revelación cristológica. En otras palabras el significado del término <> lo dan las Sagradas Escrituras. Porque como lo he repetido hasta la saciedad, la Iglesia Presbiteriana es una Iglesia cristocéntrica y bibliocéntrica.

3. Como ya lo hemos dicho, la misión nos advierte que el fin que la iglesia persigue no es únicamente la predicación del Evangelio. Nuestro fin o misión como iglesia no es tan sólo hablar de Cristo, sino proclamar con claridad meridiana la transformación de las vidas de los pecadores por medio del poder del Espíritu de Cristo (Jn 3:3,5; 2 Co 3:17; Gal 4:6). El fin es salvar y perfeccionar en Cristo a todo ser humano. De ahí que San Pablo diga: “me alegro al ver el equilibrio y la solidez de su fe en Cristo” (2:5). Es importante resaltar que la salvación es integral, como iglesia presbiteriana no estamos preocupados en “almas” o “espíritus incorpóreos”, como si la salvación fuera a pesar del cuerpo y no con el cuerpo. Jesús dijo: “Venid en pos de mí, y haré que seáis pescadores de hombres” (Mc 1:17, et. al.). El Credo de los Apóstoles también enseña que la salvación incluye al cuerpo, al afirmar: “creo en la resurrección de la carne (=cuerpo) y la vida perdurable (obviamente en el cuerpo).

4. Finalmente, el lema nos libra de todo tipo de clasismo, sexismo, o racismo, pues nuestra meta es que <> llegue a ser perfecto. No queremos formar una congregación o iglesia homogénea si por ello se entiende de una sola clase social, económica, etc.

CONCLUSIÓN: Nuestra misión como Iglesia “San Pablo” revela en forma contundente, la razón de ser de nuestra comunidad de fe. Ello nos permitirá enfocar todas nuestras energías hacía la prosecución y el cumplimiento de esta misión. Reconocemos que uno de los propósitos fundamentales del ser de la Iglesia es la proclamación de la Palabra de Dios. Cuando la Iglesia habla al mundo, está cumpliendo con un mandato de Dios. La predicación es imprescindible para el cristianismo, no podemos dejar de predicar, sin perder nuestra esencia misma como Iglesia.
Cuando predicamos, estamos participando del Reino de Dios y haciendo que éste, siga extendiéndose en las vidas y corazones de aquellos que todavía hoy, no conocen a Jesucristo como su único y suficiente Salvador. Estamos participando de un poder superior, de algo más grande que nosotros, del poder que resucitó a Jesucristo, el poder que hoy reposa sobre su Iglesia (Ef 1:15-23). Amén.

Pbro. Emmanuel Flores-Rojas, 17/08/08.

[1] Para todo lo que sigue me baso en Casanova Roberts, H., Los pastores y el rebaño. Una perspectiva reformada de la iglesia y la misión, Libros Desafío, Grand Rapids, 1996, pp. 76ss.
[2] 28o}n hJmei`" kataggevllomen nouqetou`nte" pavnta a[nqrwpon kai; didavskonte" pavnta a[nqrwpon ejn pavsh/ sofiva/, i{na parasthvswmen pavnta a[nqrwpon tevleion ejn Cristw`/:
[3] Ortiz, Pedro, Concordancia manual y diccionario griego-español del Nuevo Testamento, 1ª ed., Sociedad Bíblica, Madrid, 1997, p. 376. Cfr., Vocabulario griego del Nuevo Testamento, 2ª ed., Ediciones Sígueme, Salamanca, 2001, p. 184.
[4] “Este es mi trabajo, al que me entrego con la energía que viene de Cristo y que obra poderosamente en mí”. (Biblia Latinoamericana)